Eterno Retorno

Sunday, October 06, 2019

Si hiciera una bitácora histórica de la ruta que más veces hecho viajando en transporte público en cualquier ciudad de este mundo, sin duda la respuesta es Centro-Playas seguida de Rosarito-Tijuana, ambas en guayina de color amarillo. También hice cientos de veces la ruta Centro-Módulos- Fábricas Otay bajando en Frontera en medio de la Vía Rápida, como en su momento abordé el Ruta 4 y el 69 en Monterrey para ir de San Jerónimo al Centro, o el San Nico-Tec y el San Pedro-Centro, y (en mi breve cuatrienio mexiquense) la combi azul que iba del Toreo de Cuatro Caminos a la Herradura o a Lomas del Olivo. Si de verdad quieres tomarle el pulso, la presión y la temperatura a la ciudad en donde vives, entonces debes caminar sus calles y subirte a su transporte público. Entre 1999 y 2001, recién llegado a Tijuana, lo usé todos los días. Hoy lo hago de vez en cuando. Si hablamos de Baja California podría limitarme a espetar lo obvio y sostener que nuestro paleolítico transporte es por mucho el peor de México, el non plus ultra de lo anacrónico, un escupitajo a cualquier noción de urbe sustentable. Carísimo e impráctico tanto para el usuario como para el chofer; inseguro, contaminante, generador de atascos, responsable del perpetuo caos vial en que habitamos. Más allá de hacer de tripas corazón, el transporte tijuanense ha contribuido con ese doctorado en el arte de narrar historias que me han impartido las calles de esta frontera. Se podría hacer una clasificación casi infalible de choferes según lo que escuchan en el radio. Son mayoría los amantes de la banda y el narcocorrido, pero también son bastantes los que oyen tribunas politiqueras o showcitos soeces de locutores con complejo de comediante barato. Algunos se clavan con las oldies but goodies o las baladas romanticoides de radio latina. Uno que otro le da por el hip hop y a casi ninguno por el rock. Eso sí, hay una buena cofradía de choferes evangélicos que suelen ir escuchando las peroratas radiales de sus pastores y sus plañideras alabanzas. Me ha sucedido que cuando escuchan tribunas de grilla política el debate se extiende hasta los pasajeros y de pronto yacemos todos inmersos en la grilla. Lo más raro que me ha pasado, fue encontrar un lector de Daniel Sada que subió en Santa Fe. Obvia decir que yo nunca he subido al taxi sin un libro en la mano y a veces he concluido novelas enteras en medio de un embotellamiento. Tengo muy claro cuáles fueron los tres primeros libros que leí a bordo de guayinas tijuanenses en la primavera del 99: Todos los nombres y El Evangelio según Jesucristo de Saramago y Un asesino solitario de Élmer Mendoza. Casi nada ha cambiado en 20 años, salvo hoy todos los pasajeros van inmersos en sus pantallitas y que ahora sueles tomarte el doble de tiempo para ir de un lugar a otro, pues hoy todas las horas son horas pico.