Demasiados libros diría el cumpleañero Zaid y sí, en efecto, son demasiados, un chingamadral. Son cerca de 4 mil en un espacio muy reducido (sin contar los cientos de ejemplares que he regalado, donado o cedido en usufructo). Los primeros ejemplares fueron adquiridos a mediados de los 80 y el último fue adquirido ayer. Los más antiguos son un poemario de Juan de Dios Peza de 1898 y una edición juvenil de Los Lusiadas de Camões de 1914; los más nuevos fueron editados en otoño de 2018. Esta mañana ordené un poco mi biblioteca (ordenar es un decir; en realidad es solo revolver el caos) y por un momento volví a tomar conciencia del tamaño de la catástrofe que este vicio se me ha dejado por herencia. Libros en el comedor, en el buró, dentro de los baúles, en el carro. Aquí hay de dulce, chile y de manteca, pero si una constante une a cada uno de esos 4 mil libros que he pepenado a lo largo de más de 35 años, es que ni uno solo ha sido comprado en Amazon. Cada libro que he adquirido en mi vida ha salido de una librería. Ferias, remates, puestos callejeros, supermercados, pero nunca en línea. Todavía no compro mi primer libro por internet y es posible que nunca lo haga. Ojo, nada tengo que ver con el conservacionismo hipster y las mentirosas nostalgias millenials. Por ejemplo, hasta 2009 solía comprar un promedio de dos discos por semana, pero hace diez años que no compro uno solo. Soy melómano y el primer trabajo de mi vida fue en una tienda de discos, pero acepté de mil amores la conversión a la música on line. Durante década y media trabajé en medios impresos y sin embargo hace años que no compro un periódico o una revista. En casa hay cuatro iPads, tres iPhones, unas cinco lap tops, tres iPods de los viejitos y en realidad me llevo bastante bien con los productos de la manzanita mordida para ser honesto y sin embargo no tengo ni tendré un kindle ni me gusta leer libros en pantalla (a veces tengo que hacerlo forzado por las circunstancias).
Acepto la tecnología de muy buena gana, pero por lo que a los libros respecta me mantendré en mi trinchera. Ayer leía un artículo sobre centenarias librerías españolas que han debido cerrar sus puertas inmoladas en el altar de Amazon. Bueno, al menos de ese holocausto no soy cómplice. Jeff Bezos todavía no recibe un centavo salido de mi bolsa y posiblemente no lo reciba nunca (yo sé bien que eso a Jeff Bezos le hace padecer depresión e insomnio pues lo pone al borde de la bancarrota). Y sí, como bibliófilo tengo mis pequeños rituales: si el mismo libro está en Gandhi o El Día, lo compro en El Día, y nunca (salvo rarísimas ocasiones) compro en Sanborns. En cualquier ciudad que visito busco su librería, llevo algo y bueno…la pepena libresca nunca se acaba.
Thursday, January 24, 2019
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