“Un día leí un libro y toda mi vida cambió”. Acaso la primera frase de Vida nueva de Orhan Pamuk podría aplicarla a mi camino como lector de Ricardo Piglia. Hoy puedo robarle la frase al turco y decir que “un día leí a Piglia y mi forma de leer cambió”. No, no es una exageración ni se me ha volado la cabeza. De no haberme sumergido en la obra de Ricardo Emilio Piglia Renzi hoy yo sería otro lector muy diferente, uno al que me costaría trabajo reconocer. La persona que hoy se despidió del mundo es posiblemente el autor contemporáneo al que he leído con mayor devoción en la última década y media, el que en forma abierta e inocultable ha marcado mi manera de concebir y dimensionar ese acto de embrujo llamado lectura. Hasta esta mañana de enero, yo solía decir que Ricardo Piglia es el autor vivo que más ha influido en mi trabajo, el que de una u otra forma siempre acaba colándose en una cita o en un epígrafe. Bajo la luz de una estrella muerta es un tributo a El último lector. Vaya, para no ir más lejos, creo que todo mi trabajo ensayístico se alimenta de su obra. Mi religión es y ha sido borgeana y Piglia fue (le guste o no) una bifurcación del sendero de Borges que acabó construyendo su propio jardín. “Lo que podemos imaginar siempre existe, en otra escala, en otro tiempo, nítido y lejano, igual que en un sueño”. Acaso en esas palabras yace el acto de hechicería que me lleva a rayar un cuaderno de madrugada inmerso en los fantasmas de la duermevela. Yo también, como Emilio Renzi, tengo la sensación de haber vivido dos vidas: la que está escrita en mis cuadernos y la que yace en mis recuerdos. También, al igual que Emilio, llevo un diario desde el orwelliano año de 1984. En la edad adulta mi diario se volvió anárquico, pero en las últimas semanas decidí volver al estilo de antaño y escribir con pluma una breve bitácora de mi día. ¿Aguarda en un cajón el tercer volumen de Los diarios de Emilio Renzi? ¿Tendrá una obra inédita tan vasta como la de Bolaño? Habría querido seguir leyendo nuevos libros de Piglia, pero tengo la certidumbre de que su relectura me acompañará de por vida. Sí Ricardo, “hay siempre algo inquietante, a la vez extraño y familiar, en la imagen abstraída de alguien que lee, una misteriosa intensidad que la lectura ha fijado muchas veces. El sujeto se ha aislado, se ha cortado de lo real”. El último lector muere todos los días y se reinventa de madrugada cuando se sueña a sí mismo leyendo. En fin, cosas como estas piensa uno cuando se muere el escritor que más cabronamente lo ha marcado en su vida adulta. Gracias Ricardo Emilio. Gracias por haber existido
Friday, January 06, 2017
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