El centro de la novela (usando el término de Orhan Pamuk) o su punto ciego (usando la definición de Javier Cercas) es, creo yo, la imposibilidad de hacer justicia, la impunidad múltiple y compartida en distintos grados de complicidad. El peor enemigo del reportero es la empresa para la que trabaja pero también su peor enemigo es él mismo, su ego, sus ansias de protagonismo, su ambición, su alcoholismo. Guillermo D. mi personaje, no es un héroe solidario buscando hacer justicia por un colega muerto, sino un tipo hinchado de ambiciones y con una sed canija de reconocimiento.
Es una novela sobre periodismo y poder político, sobre periodismo y corrupción, sobre una amalgama podrida en donde no hay héroes ni quijotes. A veces parece que el verdadero villano es el mismo periodismo.
La clave de una narración es su tono, y con Vientos de Santa Ana me costó horrores recuperarlo. Empecé la novela cuando pateaba la calle con furia en un tiempo extremadamente violento para la ciudad. Los primeros párrafos los escribí en la redacción de periódico Frontera en 2007. Luego la interrumpí mucho tiempo y la retomé años después. Lo que más me costó, fue que mi tono de 2015 no podía ser el mismo de 2007-2008. Se me había pasado la rabia y el instinto asesino, pero pensé que esa novela tenía que terminarse aunque no se publicara y ser fiel a su furia original. Tenía que cerrar el círculo, aunque supiera que no llegaría a ninguna parte. La terminé, la inscribí al certamen Mauricio Achar con muchas más dudas que certezas seguro de enviarla al matadero, y cuando supe que había ganado segundo lugar entre casi 400 novelas me costaba creerlo.
La intención fue sosegar al duende o al moscardón que no me dejaba tranquilo. Tal vez esta respuesta sea a posteriori, pero creo que con Vientos de Santa Ana cerré un círculo, pagué una deuda y cobré una factura con una década y media de vida como reportero de calle. No creo volver nunca a escribir un libro así.
Al periodismo le debo mucho. Fue mi mejor universidad para contar historias, mi mejor doctorado en escritura creativa, pero fue también mi peor enemigo y necesité dejarlo atrás para poder empezar a escribir en serio. Quizá por eso le guardo rencor, porque a veces pienso que el periodismo me robó década y media de mi vida, que solo hasta que volví a la literatura volví a ser yo mismo y a vivir en plenitud. Con el periodismo estoy en deuda pero también tengo mucho que reclamarle. Vientos de Santa Ana y los cuentos de Dispárenme como a Blancornelas son mis ajustes de cuentas.
Disfruté el ritmo rabioso de rola hardcorera y el desahogo y la catarsis que representó poder contar de esa forma una historia que tenía tanto tiempo metida en mi cabeza. Disfruté cerrar un círculo, ajustar cuentas con una época y un oficio y encarnar en una novela la rabia de los años de calle pateada. Disfruto ahora cada que encuentra un improbable lector y disfruto muchísimo cuando alguien me comparte una impresión o interpretación que yo mismo no había pensado. Cada lector reinventa y reconstruye su propio libro. Ahí está el embrujo de la literatura. La escritura acaba en el punto final, pero la lectura puede ser infinita.
Monday, January 02, 2017
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