Los otros oficios de los escritores. Por DSB
No sé qué se sienta circular en un carro cuyas llantas hayan sido vendidas por un vendedor llamado Juan Rulfo, pero sin duda en algún lugar de Jalisco existe o existió alguien que pudo dar un testimonio tan sui generis como ese. También en la Praga de 1920 deben haber existido decenas de asegurados que firmaron su póliza de seguro con un escuálido agente de ojos grandes llamado Franz Kafka. Acaso en algún lugar de Los Ángeles viva todavía un anciano que pueda presumir haber recibido cartas en su buzón entregadas por un cartero cacarizo llamado Charles Bukowski. Ya si echamos a volar la imaginación, podemos concluir que en el San Francisco de finales del Siglo XIX, hubo quienes comieron el tradicional plato de clam chowder con almejas pescadas (o acaso robadas) por un pescador pirata llamado Jack London. Es poco probable que viva todavía algún futbolista argelino que pueda presumir haberle anotado un gol a ese arquero del Racing de Argel llamado Albert Camus, pero sin duda quedan todavía unas cuantas familias catalanas que fueron al camping Estrella del Mar en Casteldefels, cuyo vigilante nocturno era un tal Roberto Bolaño. Idílica es la imagen de un escritor que da rienda suelta a su inspiración en un bohemio café o se abandona en bucólicas contemplaciones frente una copa de vino. Nos hemos también acostumbrado a la imagen del escritor como un personaje que vive gracias a una beca y consagra su existencia a pasearse por ferias o mesas redondas donde diserta sobre la inmortalidad del cangrejo con otros intelectuales. La realidad es que salvo atípicas excepciones de creadores que han podido darse el lujo de consagrar su vida entera a la literatura, el escritor suele ser un tipo que debe romperse el lomo en los oficios más diversos y a menudo ajenos a la creación literaria. Mi amigo el escritor ensenadense Ramiro Padilla me ha regalado un atípico ensayo llamado Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, donde la italiana Daria Galateria libera, en pequeñas viñetas prosísticas, pasajes de escritores célebres inmersos en la rudeza de sus oficios alternativos, esos empleos alimentarios que a menudo proveen el sustento que las siempre avaras letras niegan. Un libro donde por supuesto faltan muchísimos nombres (empezando por Rulfo) pero que ofrece un variado mosaico de literatos sudando la gota gorda para ganarse el pan, escribiendo en las horas robadas al sueño, peleando a brazo partido contra una vida que muerde duro. Tal vez sean diamantes en carbón, pero siempre será posible encontrar a un genio de las letras cargando un bulto de cemento o manejando un taxi. El maldito vicio de arrojar palabras sobre hojas en blanco no respeta edades ni oficios.