Eterno Retorno

Tuesday, March 01, 2011


El Primer café de marzo moja mis labios. Esa taza redentora, la primera de una larga fila, la encargada de darme la bienvenida al mundo, de tirarme el cable a Tierra, de hacer convivir en armonía a los fantasmas prófugos del sueño y las ideas amodorradas. Primera luz, primer rocío en el mes de los Idus y la Liebre Loca. En el testamento de un dictatorial Invierno retardado, hay una herencia de tierra húmeda y vientos helados. Marzo es (¿acaso no te cansas de decirlo?) presagio e intuición. Marzo es el oráculo en sí.

Nuestra vida cotidiana es la altamar salpicada de islotes ocultos y con la edad adulta he aprendido a disfrutar de ellos. Islas u oasis que dan sentido a la vida. El tren tiene tanta prisa y la vida es tan fugaz, tan de arena y viento, que acabas por apreciar el instante en su justa medida de diamante en el carbón. Una mañana de cielo limpio y tierra mojada, juego con Iker en el parque y de pronto me doy cuenta que hoy es el futuro, hoy es el día en que recordarás con nostalgia extrema lo que se siente tener un hijo de un año que descubre el mundo en cada nuevo minuto y maximiza en carpe diem cada mínimo instante de su jornada. Hoy sabes que recodarás por siempre el ai-tá y el ashis, el tatum, el paique y la llallé. Sabes que son palabras mágicas, pues son las primeras y serán pronunciadas en una etapa brevísima, que acaso al terminar la primavera esas palabras ya se hayan transformado.

Retorno de la Ciudad de México. Un par de días en el corazón del Centro Histórico, presentando Mitos del Bicentenario en la Feria del Palacio de Minería. Acaso he abusado de la metáfora del barco de papel, pero es que eso es un libro; una nave que me lleva a insospechadas altamares. Lo poco que he ganado en todo el 2011 se lo debo a la literatura. Los dos últimos viajes a otras entidades que he realizado se los debo a la literatura. También el reencuentro con mi familia después de más de un año y con mis buenos amigos del DF que (dicho en lenguaje argentino) brindaron su aguante. A Carlos Macías y a Rudy Cruz los conocí en el 89, cuando en Berlín había muro y en México salinato. Adolescentes quinceañeros de primero de prepa en un mundo que hoy me parece ancestral. Hay un Balzac o un Tolstoi, un monumental, ambicioso y caprichoso narrador decimonónico escribiendo la novela de nuestra vida, demostrándote que la magia existe y que esos reencuentros de minutos te recuerdan el trazado de tu cartografía existencial.