Eterno Retorno

Wednesday, March 02, 2011



Tijuana: Crimen y olvido
Luis Humberto Crosthwaite
TusQuets. Colección Andanza
s

Por Daniel Salinas Basave

Tiene la pinta, el nombre, la portada y, por si fuera poco, la promueven como novela negra, pero… ¡oh sorpresa! Tijuana: Crimen y olvido de Luis Humberto Crosthwaite no es una historia policíaca ni podría ser inscrita dentro del canon detectivesco. A veces las apariencias y las promociones engañan. En las librerías vemos la nueva novela del tijuanense promovida en paquete con La prueba del ácido, del sinaloense Elmer Mendoza y la editorial TusQuets hasta ha diseñado una caja en donde se lee algo así como “dos novelas para comprender la realidad criminal del México de hoy”. Con las mesas de novedades editoriales infestadas de narco-novelas y narco-reportajes “reveladores”, uno bien podría creer que el narrador de Playas ha pasado a engrosar las filas de lo que los críticos marca “Condesa” esperan de la literatura norteña: plomazos, traiciones, rayas de coca y cabezas cortadas, un concierto de lugares comunes en donde la marca registrada del cliché en el título, la palabra “Tijuana”, solo contribuye a reforzar las sospechas. Pero Crosthwaite, por fortuna, se ha resbalado como pez con mantequilla entre las manos de quienes esperaban un narcocorrido hecho novela. Cierto, cuando uno se encuentra con un título tan desafortunado y carente de imaginación como Tijuana: crimen y olvido, es inevitable esperar toparse con ciertas obviedades en las que Luis Humberto, narrador hábil y con elevadas dosis de malicia, no cae. Es más, si me apuran un poco, estoy a punto de decir que la de Crosthwaite es casi una novela de amor con ciertos recursos periodísticos propios de la no ficción. Una historia de desamor y, sobre todo, de olvido. Lo romántico es un vicio que no se cura y si aún quedan dudas, pregúntenle a Luis Humberto, a cuya pluma se le da mejor el amorío que las balaceras. Eso sí, hay que decirlo: aunque carga a cuestas todo el sello y la voz narrativa de El gran pretender o Idos de la mente, la verdad es que Tijuana crimen y olvido es, por mucho, la novela más oscura de Luis Humberto Crosthwaite. Claro, el lugar común sería decir que estamos ante una novela sobre periodismo e inseguridad en Tijuana, pero tanto el oficio reporteril de los protagonistas como el horror que viven parece ser mero contexto, elementos secundarios, simple marco de un drama mucho más personal e interno. Luis Humberto recobra parte del anecdotario de la reciente historia tijuanense y dado que se trata de un libro donde los elementos “periodistas”, “Tijuana” e “inseguridad” juegan un rol clave, era de esperarse que hubiera un personaje, Samuel Ordóñez, que representara al mítico colega Jesús Blancornelas. Lástima que sea un personaje tan de tercera fila, como lo es todo lo que tiene que ver con la vida cotidiana y el quehacer periodístico, que el autor toca de manera muy superficial, como un mero contexto. El personaje principal es Magda Gilbert, una joven periodista tijuanense (cierta intuición reporteril me hace creer que Luis Humberto tomó como modelo a la colega Mariana Martínez Estens) cuyo novio ha sido ejecutado por la mafia. La vereda narrativa principal es la relación entre Magda Gilbert y el veterano periodista Juan Antonio Mendívil del San Diego Union Tribune. Magda vive el drama cotidiano de todo reportero, con las guardias nocturnas que odia, las balaceras y las presentaciones de detenidos, que el narrador toca de forma muy superficial, mientras las historias que encargan los editores de Mendívil en el diario sandieguino, son los prototípicos reportajes que se esperan de un periodista hispano en California. Fabián, el novio de Magda, es una suerte de narcojunior de closet que ha muerto y su tío, el siniestro “Efe”, comparte con Magda una extraña herencia. Si bien la parte del crimen parece de ornato, la del olvido es sin duda el elemento más fuerte de la novela. Antes de la violencia, el néctar duro de la narración yace en la mente que todo lo olvida. Mendívil está enfermo, pero en la parte oscura de ese cerebro de teflón que nada retiene, habitan infiernos individuales y alucinaciones del pasado que cada cierto tiempo amenazan con asomarse a la superficie. Los pensamientos de Mendívil y su estabilidad emocional son un niño que patina sobre una delgadísima capa de hielo bajo la cual lo aguardan demonios. La ciudad, los narcos y los asesinatos son apenas una atmósfera, una presencia permanente y oculta, una suerte de rumor o intuición. El verdadero horror yace en las tinieblas interiores de una mente en caos. El desorden mental de Mendívil se traduce y refleja en la estructura caótica que va tomando la novela, en donde la armonía secuencial (si es que alguna vez existe) se acaba por hacer pedazos hasta terminar en simples rectángulos de tinta negra. Siendo un poco malpensado, atribuiría ese caos a una falta de pericia del narrador para poder sostener su trama, pero si algo sabe hacer Luis Humberto es contar historias, así que el aparente desorden me parece la manera más hábil de reflejar y contagiar el desbarajuste mental del protagonista y la tristeza que invade al autobiográfico narrador en primera persona, llamado Luis Humberto, que aparece con más fuerza en la parte final de la novela. Crosthwaite es un narrador con voz propia y sello inconfundible que ha sido capaz de crear escuela (Pablo Jaime Sainz, quien tiene una fugaz aparición en la novela, es el más fiel alumno que jamás negará la cruz de su parroquia) una piedra angular original e ineludible si se pretende explicar el gran Norte narrativo que tantos chilangos intentan infructuosamente definir e imitar. Parte de su obra luce con todos los méritos el chaleco de “clásico” o “de culto” (Estrella de la calle sexta, después de todo, es el non plus ultra literario de la vida nocturna en la Revo). El problema es que el periodismo tijuanense y su historia reciente siguen, a mi juicio, esperando a quien escriba su gran novela, la obra literaria que sea capaz de reflejar un drama con muchos frentes de batalla abiertos, pero sin un libro que lo defina y lo encarne en piel literaria. Tijuana, crimen y olvido, no solo me parece el libro más oscuro de Crosthwaite, sino el que más lo hizo sufrir. Hay historias cuya escritura puede ser un ejercicio relajante y divertido como pudo ser el Gran pretender, pero hay también libros- daga, libros-exorcismo donde el autor se desangra tratando de conjurar a sus demonios. Es simple intuición, y a lo mejor es errónea, pero da la impresión de que este libro le dolió a Luis Humberto. Acaso el concepto de olvido y los cuadros negros sean metáfora de un abismo ontológico más profundo, pero eso es algo que solo el narrador sabe.