
Hay
algo que ocurrió o debió ocurrir en agosto de 1978, pero cuyo recuerdo, a
diferencia de la primera contemplación del mar, es de lo más difuso. Yo tenía
cuatro años de edad y fue en ese verano cuando vi (o debí haber visto) por vez
primera en mi vida un tigre. Ocurrió en el zoológico de Brownsville, Texas, a
donde me llevaron mi abuelo y mi tío José Manuel. La visita al zoológico era
uno de mis nirvanas infantiles, pero en el Parque España de Monterrey no había
tigres. Había tan solo un jaguar que trazaba círculos desesperados en su jaula
milimétrica y unos modorros leones que conjuraban el calor en su eterno bostezo
coronado de moscas. En el acuario de la Alameda Mariano Escobedo había un
descomunal cocodrilo petrificado cuya condición de ser vivo nunca nos constó.
Había lagartos, coyotes, venados y pecaríes, pero en el Monterrey de los
setenta no había tigres. En Brownsville sí había uno, o me dijeron que lo
había, pues ni siquiera puedo recordar si lo logré ver. Este sería el momento
ideal para sacarme de la manga un pasaje al puro estilo Borges, a quien la
infantil contemplación de un tigre en el zoológico porteño de Palermo le marcó
una obsesión literaria. El tigre es una figura omnipresente en la obra de
Borges. El problema es que en
Brownsville apenas alcancé a ver una
mancha amarilla oculta tras las piedras. El animal que se inmortalizó en el
recuerdo de aquella primera visita el zoológico texano no fue el tigre, sino un
furioso mandril que enloqueció al verme. Su problema era conmigo y con nadie
más. El simio realmente estaba fuera de sí. Alguien en la familia evocó una
escena de la película The Omen.
En
estas cinco décadas transcurridas han muerto muchísimos tigres y han nacido muy
pocos. Algunas especies, por desgracia, se han ido para siempre. En los setenta
todavía estaban vivos los últimos tigres de Java. Los últimos tres ejemplares
fueron vistos en 1976, aunque fue declarado oficialmente extinto hasta 1994. El
tigre del Caspio o tigre persa, en cambio, no existía ya en esa época. El
último murió asesinado en Irán en 1957. En algún momento este tigre llegó a
habitar zonas centrales de Turquía e incluso el sur de Rusia y las estepas
ucranianas. La subespecie más pequeña del felino, el tigre de Bali, se extinguió en 1937. Al momento en que
escribo este párrafo tan solo quedan unos cuantos tigres de Bengala, de
Siberia, de Sumatra y unos pocos malayos. Aunque en teoría son especies
protegidas, la realidad es que están en grave riesgo. A principios del Siglo XX
había más de 100 mil tigres en el planeta, pero actualmente hay unos 5 mil 500
en estado silvestre. Es apenas un 5% de lo que había hace un siglo, pero increíblemente
resulta un incremento considerable respecto al año 2010. En algunos lugares
como Nepal la población de tigres se ha ido recuperando paulatinamente.
Ojalá
me equivoque, pero no es descartable que en un futuro no tan lejano este
hermoso felino acabe convertido en un recuerdo y acaso las nuevas generaciones
lo verán como una criatura mitológica y dudarán si alguna vez en verdad habrá
habido tigres sobre la Tierra.