Eterno Retorno

Friday, July 02, 2021

Calle Federico Campbell

 


“La Tijuana que yo extraño, la Tijuana por la que yo siento nostalgia es una Tijuana que ya no existe hace mucho y que ni siquiera sé a ciencia cierta si alguna vez existió”, me dijo Federico Campbell una tarde en su biblioteca mientras un diluvio retumbaba en el tragaluz. “Para mí Tijuana es la madre, es la leche tibia, es el hogar originario al que siempre estoy volviendo porque como dice Franz Kafka, hay un pájaro que vuela en busca de su jaula. Es un poco el regreso a casa el tema que más me inquieta, porque desde los clásicos el regreso a casa es un tema fundamental en la literatura, desde la tragedia griega. Ulises volviendo a Ítaca. Basta volver a casa para volver a estar lleno de implicaciones autobiográficas, emocionales, mentales. Por eso Tijuana es muy entrañable y en mi vida de escritor, en el campo de la recreación literaria Tijuana es significativa y se vislumbra en mis libros. El problema es que nunca podré volver a esa ciudad porque ya no existe y quizá nunca existió del todo”, concluyó Federico. Pero Tijuana, como la rulfiana Luvina, está embrujada y no es posible salir de ella. En Washington o en Sicilia o en sus divagantes paseos de flâneur por las calles de La Condesa, Federico Campbell seguía caminando por las calles tijuanenses. Tijuana no es en su obra una morada humana sino una entidad mental. Federico Campbell salió muy pronto de Tijuana, pero Tijuana nunca salió de él. La ciudad en formación de la que amamantó en su infancia dejó una cicatriz demasiado profunda en su psique. Campbell fue un salmón hasta en su manera de exiliarse y hacer de su ciudad natal un territorio literario encarnado en el subconsciente. Tijuana es una urbe que se devora a sí misma. Es una ciudad púber cuya sospechosa acta fundacional se remonta al 11 de julio de 1889, aunque pese a su juventud, apenas quedan vestigios de su pasado. La Tijuana de Federico Campbell es mítica e incierta porque no hay arqueología que rinda testimonio de su existencia. Tijuana es una ciudad del aquí y el ahora que suele arrasar con sus reliquias. Federico Campbell creció frente a una plaza de toros que fue demolida y una fábrica de pinturas que ardió en llamas. En las cercanías había un río que fue llenado de cemento y unas colinas que hoy yacen infestadas por fraccionamientos habitacionales. Tijuana es una infinita metamorfosis, pero hoy, en su cumpleaños número 80, Federico Campbell retorna a casa nombrado la calle que lo vio crecer. Mi reconocimiento al Consejo de Nomenclatura, a la Secretaría de Cultura y a los colegas que impulsaron esta iniciativa. Es inconcebible cómo puede haber tantas calles y colonias con nombres de políticos corruptos y tan pocas para honrar a la gente que consagró su vida a la creación artística. Caminemos por su calle pero sobre todo, leamos y releamos al gran Federico. La lectura es siempre el mejor homenaje posible.