Calle Federico Campbell
“La Tijuana que yo extraño, la Tijuana por la que yo
siento nostalgia es una Tijuana que ya no existe hace mucho y que ni siquiera
sé a ciencia cierta si alguna vez existió”, me dijo Federico Campbell una tarde
en su biblioteca mientras un diluvio retumbaba en el tragaluz. “Para mí Tijuana
es la madre, es la leche tibia, es el hogar originario al que siempre estoy
volviendo porque como dice Franz Kafka, hay un pájaro que vuela en busca de su
jaula. Es un poco el regreso a casa el tema que más me inquieta, porque desde
los clásicos el regreso a casa es un tema fundamental en la literatura, desde
la tragedia griega. Ulises volviendo a Ítaca. Basta volver a casa para volver a
estar lleno de implicaciones autobiográficas, emocionales, mentales. Por eso
Tijuana es muy entrañable y en mi vida de escritor, en el campo de la
recreación literaria Tijuana es significativa y se vislumbra en mis libros. El
problema es que nunca podré volver a esa ciudad porque ya no existe y quizá
nunca existió del todo”, concluyó Federico. Pero Tijuana, como la rulfiana
Luvina, está embrujada y no es posible salir de ella. En Washington o en
Sicilia o en sus divagantes paseos de flâneur por las calles de La Condesa, Federico
Campbell seguía caminando por las calles tijuanenses. Tijuana no es en su obra
una morada humana sino una entidad mental. Federico Campbell salió muy pronto
de Tijuana, pero Tijuana nunca salió de él. La ciudad en formación de la que
amamantó en su infancia dejó una cicatriz demasiado profunda en su psique.
Campbell fue un salmón hasta en su manera de exiliarse y hacer de su ciudad
natal un territorio literario encarnado en el subconsciente. Tijuana es una
urbe que se devora a sí misma. Es una ciudad púber cuya sospechosa acta
fundacional se remonta al 11 de julio de 1889, aunque pese a su juventud,
apenas quedan vestigios de su pasado. La Tijuana de Federico Campbell es mítica
e incierta porque no hay arqueología que rinda testimonio de su existencia.
Tijuana es una ciudad del aquí y el ahora que suele arrasar con sus reliquias.
Federico Campbell creció frente a una plaza de toros que fue demolida y una
fábrica de pinturas que ardió en llamas. En las cercanías había un río que fue
llenado de cemento y unas colinas que hoy yacen infestadas por fraccionamientos
habitacionales. Tijuana es una infinita metamorfosis, pero hoy, en su
cumpleaños número 80, Federico Campbell retorna a casa nombrado la calle que lo
vio crecer. Mi reconocimiento al Consejo de Nomenclatura, a la Secretaría de
Cultura y a los colegas que impulsaron esta iniciativa. Es inconcebible cómo
puede haber tantas calles y colonias con nombres de políticos corruptos y tan
pocas para honrar a la gente que consagró su vida a la creación artística.
Caminemos por su calle pero sobre todo, leamos y releamos al gran Federico. La
lectura es siempre el mejor homenaje posible.