Eterno Retorno

Tuesday, June 29, 2021

El diablo de Tsvietáieva

 



 

Se llama Marina Tsvietáieva y la vida se encargó se mostrarle su cara más intensa y también la más hostil. Nació en Moscú en 1892 y fue una mujer errabunda con vocación de vela en la tempestad, poeta y cronista de un tiempo convulso. Me encontré con ella en las páginas de El viaje de Sergio Pitol y me di a la tarea de pepenar mostrenca pedacería de su obra. Cuando me da por creerme aquello de que la escritura es pura y vil carpintería apolínea, leo El diablo de Tsvietáieva y entonces recuerdo que en todo acto creativo hay una dosis de otredad, un espectro desdoblado que es al mismo tiempo aliado y oponente. Un sacerdote ortodoxo pregunta a la niña: “¿Diableas?” “Sí, siempre”, responde ella. El diablo vive en los libros . La condición creativa es una condición de alucinación. Alguien se apodera de ti, tu mano no es más que un intérprete, no tuyo, sino de otro. ¿Quién es? Lo que a través tuyo quiere ser”, escribe Marina en El arte a la luz de la conciencia. De Marina podríamos no saber absolutamente nada y pudo acabar como ceniza esparcida en el vientre del Gulag. Si algo sabemos de ella es gracias a su hija Ariadna, sobreviviente de Siberia, que rescató el rompecabezas de su obra y si hoy la leemos en español, es gracias a Selma Ancira, su devota traductora. Marina se consumió antes de dormir oxidada. Esposa de un ex guardia blanco que acabó como espía soviético, vivió su poesía naufragando entre amantes de ambos sexos y sosteniendo la mirada ante el horror bélico. Marina Tsvietáieva se quitó la vida en 1941 y a mí me ha dado por buscar señuelos en sus papeles perdidos.