1 de Mayo-
Día del Trabajo, sueño profundo. Casi siete horas sin interrupciones, un lujo improbable para este aferrado insomne. Despiertas con cierta extrañeza de existir, con la playa neuronal aún mojada por la marea alta del subconsciente. El cuerpo demanda café. Paseos oníricos por algunas calles del bajo centro de Tijuana y –lo más memorable y acaso lo único que sobrevive- una imagen de mis padres, Ana y Guillermo, saliendo por la noche y yo esperándolos en casa. Brindaremos al volver me decía papá y solo entonces yo reparaba en lo improbable de verlos juntos, pues en la historia yo no era un niño sino un adulto. La casa, por cierto, no era Río San Juan. Cielo oscuro sin amenaza de lluvia, mañana de sombras. El largo paseo matutino de Canica y esa suerte de calendario neuronal integrado haciéndote sentir que cruzar de un mes a otro implica atravesar una frontera y por lo tanto un cambio de actitud, un vamos a ponernos las pilas y a dejarnos de chingaderas, a escribir en serio… ya sabes, la brega de eternidad de toooda la vida, palabras como gotas de sangre exprimidas a una roca desértica. Los obituarios están de moda y uno pierde la cuenta de los adioses, pero aunque sobren testimonios sobre burocráticas esperas de cadáveres haciendo fila en crematorios tercermundistas, el tijuanense promedio sigue creyendo que esto es una gran patraña o por lo menos una descomunal exageración, una suerte de experimento de laboratorio social en donde nosotros somos ratitas condicionadas girando en una ridícula rueda; ratitas tendientes al hedonismo simple, pepenando instantes mostrencos de felicidad, conjurando forzosos aterrizajes en el desbarrancadero hospitalario.
Saturday, May 02, 2020
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