Hasta ahora el Norexit no ha pasado de ser pasto de memes y los opinólogos lo siguen viendo como un berrinche de gobernadores ante la aberrante inequidad fiscal a la que estamos sometidos. En cualquier caso, yo no lo echaría a saco roto. El secesionismo norteño tiene raíces históricas y de una forma u otra siempre ha estado latente en el ánimo regionalista. Desde muy pequeño escuché a tíos decir, al calor de la carne asada y las Carta Blanca, que Nuevo León o el Gran Norte serían potencias si cortaran amarras con la chupasangre federación. A menudo perdemos de vista lo circunstancial y efímera que puede resultar la cartografía política. El mapa actual de México tiene poco más de siglo y medio. Podríamos ser un país mucho más extenso, que llegara desde las Rocky Mountains hasta Costa Rica, pero también podríamos haber quedado partidos en decenas de republiquitas al estilo Centroamérica. Con frecuencia olvidamos nuestra condición de hoja al viento en esa catarsis del caos que fue nuestro Siglo XIX y la larga y confusa historia de las no pocas intentonas secesionistas. Siendo brutalmente honestos, la actual conformación territorial del estado mexicano tiene mucho de accidental. Por ejemplo, hizo falta muy poco para que Yucatán, Campeche y Quintana Roo no fueran hoy parte de México. De hecho por casi una década fueron una república. Chiapas pertenecía a Guatemala, pero se separó y se incorporó como estado mexicano. En contraparte, en 1822 incluso Costa Rica y Nicaragua formaban parte del Imperio Mexicano. En 1840, Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas formaron la República del Río Grande cuya capital estuvo en Laredo. Las tres entidades se rebelaron contra la constitución centralista de las Siete Leyes que de golpe y porrazo anuló la República Federal y concentró todo el poder en la Ciudad de México. Aunque esta rebelión encabezada por el general Antonio Canales Rosillo fue efímera, el ánimo secesionista se mantuvo. Por el momento en que se dio, era muy probable que la República del Río Grande hubiera sido abducida y chupada por Estados Unidos, como le ocurrió a la República de Texas, pero esa es otra historia. Claro, podríamos hablar también de la controversial rebelión filibustero-magonista de 1911 en Baja California, o de la conjura de Chipinque en 1973, cuando el Grupo Monterrey le declaró la guerra a Echeverría. Podríamos seguirle con ejemplos y aquí nos amanecemos. En cualquier caso, la lección de doña Historia es muy simple: cuando en un estado nacional federado hay regiones que no se sienten compensadas o representadas por el poder central, surge el natural y comprensible impulso de pintar una raya y separarse. Lógica elemental, causa y efecto. ¿Qué mantiene vigente a un pacto federal sino la mutua conveniencia? ¿Estás seguro que el mapa de México se va a mantener inalterado por los próximos cien años? Yo no metería las manos al fuego. La geopolítica nada sabe de eternidad a la hora de cartografiar. No lo echen a saco roto.
Monday, April 27, 2020
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