Eterno Retorno

Tuesday, April 28, 2020

La cuarentena ha sido tierra fértil para dar rienda suelta a desordenadas relecturas. Luego de volver a adentrarme en esa gran obra que es Tiempo de Ballenas de Jorge Ruiz Dueñas, mi paso lógico fue reabrir Moby Dick y ahora el cachalote me ha atrapado entre sus fauces y me ha hecho redescubrir interesantes detalles. El primero, es la fuerte carga homoerótica que impregna la relación entre Ismael y Queequeg. El joven marinero estadounidense blanco y el rudo caníbal maorí totalmente tatuado se vuelven íntimos amigos desde que, forzados por la falta de espacio en la posada de Nantucket, deben compartir la cama. Al principio Ismael está aterrado, pero después duerme deliciosamente junto a su nuevo compinche. Al despertar de esa primera noche, Queequeg ha colocado su brazo sobre el pecho de Ismael “como si fuera su mujer”. Tomando en cuenta que la novela fue escrita en 1851, inmersa en una cultura puritana y racista hasta la médula, una relación casi explícitamente homosexual e interracial podría haber dado de qué hablar. En todo caso, las descripciones de Melville van más allá de una simple amistad: “Tendidos en la cama, libres y cómodos como estábamos, charlando y dormitando a breves intervalos y Queequeg echando afectuosamente sus oscuras y tatuadas piernas sobre las mías”… “No hay sitio como una cama para las comunicaciones confidenciales entre amigos. Marido y mujer se abren allí mutuamente el fondo de las almas, y algunos matrimonios viejos muchas veces se tienden a charlar sobre los tiempos viejos hasta que casi amanece. Así, pues, en nuestra luna de miel de corazones, yacíamos yo y Queequeg —pareja a gusto y cariñosa”. A estas alturas me extraña que la historia de la ballena blanca no sea un símbolo o un ícono de la cultura gay. También que la odiosa sociedad de la época no la estigmatizara. Moby Dick fue incomprendida e ignorada pero nunca sufrió censura. Entiendo que la intención era mostrar el rompimiento de barreras raciales y culturales con una amistad de fierro entre un norteamericano y un salvaje que se mantienen unidos hasta que la muerte los separa al final de la odisea, pero la repetida alusión a Queequeg e Ismael “como marido y mujer” encarna otro sentimiento. Tampoco pierdo de vista que hoy quien impondría censura sobre la novela sería la inquisición ambientalista por la apología de la caza de ballenas y la descripción de los balleneros como héroes. Lo cierto es que Moby Dick es una novela sui generis. Lo ensayístico le gana terreno a la trama ficcional y la esencia teológica, los crescendos poéticos y las frases shakespereanas alternan con el academicismo de un tratado de oceanografía y biología marina (con los parámetros y límites de la época). Pobre Melville. Él (a diferencia de Kafka) no quiso quemar sus manuscritos y Moby Dick no fue su novela póstuma. Él sabía que había escrito una obra maestra, pero tuvo que vivir todavía cuatro décadas después de su publicación viéndola naufragar como el Pequod.