Hablemos ahora de licores
1- Más de una vez he pepenado un libro solo por su portada, aún sin saber nada de su autor. Pues bien, ahora he hecho lo mismo con un vino (un tinto californiano bastante regularcito). Era como si el dibujo me estuviera contando una historia. Acaso esa ciudad en llamas era una metáfora premonitoria de lo que le ocurriría a mis entrañas si lo bebía.
2- Mi hermano Adrián dice que la expresión “I liked it before it was cool” es tan ordinaria que se ha convertido en una frase hecha. Yo puedo aplicarla a no pocas cosas de la vida, pero en especial al mezcal. Descubrí al licor del gusano en el verano de 1991 durante una escapada mochilera a Puerto Escondido, mucho antes de que los hípsters llegaran a joderlo todo. Creo recordar que por 6 mil viejos pesos, una doña nos llenaba un recipiente con un cucharón. Puro mezcal rudo de garrafa, suficientemente potente para crear un monstruo. Me aficioné al licor del gusano y me convertí en un Malcolm Lowry regio. En mis tempranos veintes el mezcal fue mi bebida de cabecera. Eran los tiempos en que un Gusano Rojo te costaba unos 90 pesos en el supermercado (tres veces menos que un tequila Herradura). La gente me miraba como un teporocho miserable por beber eso. Hoy la botella de Gusano Rojo cuesta más cara que la de Herradura u Hornitos. Ni hablar de los mezcales artesanales hípsters, que andan arriba de los mil pesos. El mezcal fue para mí como un furtivo romance de juventud, pero con quien contraje matrimonio fue con el whisky (y aquí parece que aplica el “hasta que la muerte nos separe”). Hace poco, por pura vil nostalgia, pepené un mezcal hípster llamado 400 Conejos. Me supo suavecito y terso, casi casi tan maricón como una piña colada.
3- Nunca vi Game of Thrones. Me parece que esa serie no tiene nada que hacer frente a un portento como Vikingos. De cualquier manera, ello no me impidió comprar la edición especial de White Label del Juanito Caminante dedicada a los tronos. I Drink and I know thinks.
4- Mi suegro Pancho Cabello ha tenido el gran detalle de regalarme una botella de Rey de Reinas. Lo extraño es que la caja del whiskocho trae el escudo de los Xolos. Los Hank y sus perritos calvos ya se colaron hasta el elíxir de las tierras altas escocesas. Por un momento pensé que acaso el whisky podría llevar testículos de tigre y pedazos de serpiente para honrar la tradición hankista. En cualquier caso me sabe delicioso. Aunque mi religión es Tigre, Xolos siempre será un buen equipo adoptivo.
5- He visto en el súper un whisky español y recordé la anécdota de cuando a Heidegger le preguntaron si conocía a Ortega y Gasset. Martín se quedó boquiabierto: ¿un filósofo español? Es tan extraño como un torero alemán. Pues así las cosas con el whiskocho ibérico.