Se llama Alanah, así, con h al final, o al menos así consta en su pasaporte y en su número de seguridad social. Con el tiempo ha acabado por acostumbrarse, aunque en un principio lo haya asumido como un mal agüero, como si una maldición o un castigo divino cayera sobre su cuerpo por usurpar el nombre de una muerta que se despidió del mundo con una mariposa negra sombreándole la cara. Alanah. En los primeros días sintió que el fraude se reflejaría en su mirada como una marca más obvia e indignante que la mancha mortuoria de su hermana, pero cuando el migra filipino le dio el pase sin siquiera buscarle la mirada para detectar algún contraste fenotípico, se dio cuenta que Alanah sería el nombre de su vida en dólar. La h final le confiere un aura de sofisticación y extranjería, una invitación a que le pregunten si no es de aquí, aunque su acento tijuanita acabe por delatarla.
Juliana es el nombre de lo magro, al que responde o respondía la cajera de supermercado de delantal azul que ganaba un salario en pesos apenas por encima del mínimo. Juliana fue el nombre de la hermana no afortunada, la que el destino arrojó del lado equivocado en donde el hambre le pide a la necesidad.
Monday, February 02, 2015
<< Home