En el mundo actual solo se mata en nombre de algo superior y divino. Los combatientes de Estado Islámico decapitan infieles frente a las cámaras y desbarrancan homosexuales en nombre de la supremacía de Alá y su profeta. En los campus universitarios de Estados Unidos surge cada cierto tiempo un acomplejado que toma una ametralladora y asesina a sus compañeros o un veterano de guerra con la cabeza atiborrada de traumas y demonios que un día cualquiera reparte una tormenta de plomo en un restaurante. En México los sicarios del narco matan por jornales apenas superiores a las rayas de hambre de la maquila o matan con la esperanza de ser inmortalizados como plebes bien pesados en un narcocorrido alterado. En la galería actual de la muerte solo se mata por temor a un dios, por dinero o por complejos. No hay ya quien mate por puro y simple rechazo al poder como un ente corruptor.
Si en el espejo de alguna clase de conspirador o terrorista he de mirarme, elijo el de los anarquistas rusos de finales del Siglo XIX y principios del XX. Los endemoniados dostoievskianos, aquellos que lograron impactar sus bombas caseras en el cuerpo del Zar Alejandro II o del Gran Duque Sergio Romanov. Un Piotor Verjovenski que sude y sangre nihilsmo puro. En un entorno infestado de guerrilleros de Twitter y Facebook que hacen la revolución con un hashtag entre la cascada de peroratas e imbecilidades que conforman ese circo al que llamamos nuestra libertad de expresión, no habrá nada tan limpio y transparente como un balazo anarquista. (fragmento Racimo de H)
Friday, February 06, 2015
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