Eterno Retorno

Sunday, February 01, 2015

En el imaginario colectivo, el magnicida es aquel oscuro conspirador que desde las sombras logra burlar a una guardia férrea para dar muerte a un hombre todo poderoso. Hay algo de David contra Goliat en la tarea del magnicida, un aura de proeza o hazaña. Pero incluso entre la galería de regicidas, los hay quienes fueron simples burócratas que se limitaron a cumplir órdenes y cuyo nombre, por tanto, se pierde en la historia. No es un guerrero que desafía a la omnipotencia, sino un empleado intercambiable. Pese a todo, aún en la burocracia puede haber vena artística. Charles Henri Sanson fue el hombre que accionó la guillotina para cortar las cabezas de Luis XVI, Robespierre y Danton por mencionar solo a los más celebres entre los 2 mil 918 cuellos que cortó. Charlie Henri Sanson fue nieto e hijo de verdugos y heredó el oficio a su primogénito. De hecho fue su hijo Henri quien cortó la cabeza de la reina María Antonieta. Se puede decir que la familia tuvo el monopolio de las ejecuciones en Francia, y en tiempos de la Revolución tuvieron trabajo de sobra. Charles Henri Sanson fue un empleado modelo que nunca faltó a su trabajo aunque nadie en la posteridad le llama regicida. Cierto, al momento de su muerte Luis XVI era solamente el ciudadano Luis Capeto, pero pese a todo la cabeza del rey debe haber ocupado un lugar especial entre sus miles de trabajos. Después de todo, el empleo de verdugo que mantuvo a cuatro generaciones lo había obtenido su abuelo por licencia real Otro regicida burócrata fue Yákov Yurovski, el relojero que ejecutó a la familia Romanov en un sótano de Ekaterimburgo en el verano de 1918. A diferencia de Henri Sansón, que tan solo se limitó a dejar caer una cuchilla sobre casi tres mil cuellos, la labor de Yakov Yurovski en la ejecución del depuesto zar y su familia fue mucho más ardua. Después de todo la muerte de los Romanov no fue una ejecución legal y había que cuidar detalles y guardar apariencias. Fue Yurovski el encargado de realizar el primer disparo, que fue a la cabeza de Nicolás Romanov. Él mismo se encargó de disparar sobre tzarevich Alexis y el resto de la tropa completó la faena con una tormenta de plomo que barrió con la zarina, las cuatro princesas, el médico de cabecera y tres ayudantes. Al igual que Luis Capeto, el zar de Rusia era solamente el ciudadano Nicolás Romanov al momento de su muerte. Yurovski mató al último gran monarca absoluto de la historia, al que gobernaba un mayor territorio y sin embargo nadie le llama regicida. Con su meticulosidad y su paciencia de relojero, Yurovski se encargó coordinar el desmembramiento de los cuerpos y su posterior incineración. El arte de Yurovski a la hora de hacer desaparecer cadáveres fue evocado durante las investigaciones para intentar localizar los 43 cadáveres de los normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, en el sangriento México de 2014, donde especialistas austriacos de la Universidad de Innsbruck, que habían colaborado en la identificación de los restos de los Romanov, fueron contratados para identificar los fragmentos carbonizados localizados en el Río Cocula. Fracasaron en el intento.