Eterno Retorno

Thursday, October 07, 2010



Vargas Llosa

Dentro de los irracionales territorios de mi afición futbolística, tengo muy presentes las copas que han ganado mis equipos. Si bien el palmarés no determina mis amores (soy adicto a un conjunto que hace casi tres décadas no gana una liga) estoy de acuerdo en que las coronas ganadas son un parámetro determinante para definir la grandeza de un equipo de futbol. Pero dentro de los aún más irracionales territorios de mi adicción literaria (más demencial que la futbolística) los premios y títulos son un asunto que las más de las veces me sale sobrando y no influye para nada en mis gustos. Vaya, te puedo recitar de memoria, con todo y marcadores, los últimos 30 campeones de Europa, pero no estoy seguro que te pueda enumerar los últimos diez Premios Nobel de Literatura. Los premios que los escritores ganen son asunto que me tiene sin cuidado. Borgeano como soy, te puedo platicar lo que significa para mí El Aleph, Ficciones u Otras inquisiciones, pero me costaría mucho trabajo enumerar los premios y reconocimientos que ganó Borges en vida. No lo tengo presente ni me interesa gran cosa. Borges jamás ganó el Nobel y eso no le resta un ápice de estatura literaria. Borges podría no haber ganado ni el premio municipal del Barrio de Palermo y sería siempre un gigante inmortal. Sin embargo, esta mañana estoy muy contento de ver a Mario Vargas Llosa como Premio Nobel de Literatura. Antes de las 6:00 a.m. encendí mi computadora y zas, que me recibe la gran noticia, que honestamente me alegró el día. No creo que este premio haga más grande a Vargas Llosa como narrador, pues ya lo es, pero sí me parece un reconocimiento justo, merecido, pues es ante todo un reconocimiento al arte de la Novela, así, con mayúsculas. La Novela como un género mayor. Las más de las veces, llegaba octubre y me quedaba con un tibio “sin embargo” cuando me enteraba del nombre del ganador del Premio Nobel. Casi siempre el Nobel lo gana gente que he escuchado de nombre, de los que a veces he leído algo y otras tantas ni siquiera los había odio mentar. Vaya, sería yo un consumado hipócrita si dijera que siempre fui un lector de Le Clezio, un tipo a quien considero terriblemente aburrido o si ahora dijera que la prosa poética de Herta Muller cambió para siempre mi visión de la literatura. Con o sin Nobel, soy y he sido siempre lector de Saramago y me ha gustado bastante leer a Orhan Pamuk o a John Maxwell Coetzee, pero confieso que jamás he leído a Imre Kertesz o Doris Lessing, mientras que Elfriede Jelinek me aburrió horriblemente. Vaya, ni uno solo de los últimos diez Nobel está en mi altar literario. Vargas Llosa en cambio sí lo está. Con o sin premio, soy y he sido lector del peruano. De hecho, en 2009 me afectó una suerte de renacimiento de la fiebre vargasllosiana y a las reseñas de mi blog me remito. Empecé en mi adolescencia leyendo Los Cachorros (y recuerdo a la perfección el ardiente verano regio en que leí esa breve historia) y en las últimas dos décadas siempre ha habido un libro del de Arequipa cerca de mí. Sí, a mi me gusta Vargas Llosa y no voy a salir a decir, como tantos terorréicos izquierdosos, que después de Conversación en la Catedral no ha hecho nada bueno. Nada. Con perdón de El otoño del patriarca y Yo el supremo, La Fiesta del Chivo me parece la más fascinante novela del dictador latinoamericano e incluso la muy rosa Travesuras de la niña mala me divirtió en demasía y a todo mundo que se la he recomendado, mujeres principalmente, les ha gustado mucho. Ni hablar de la Tía Julia y el escribidor, que es un librazo fuera de serie. Limitándonos a lo estrictamente narrativo, Vargas Llosa es de los mejores novelistas que parió el Siglo XX. Sí, que a veces se pasa de tecnócrata y globalifílico, es cierto, pero al menos es un tipo coherente y políticamente comprometido, aunque el compromiso político sea tan mal visto por los puristas del arte. Un gran defensor de la libertad individual, que a tanta gente pro cubana parece molestar. Pero antes que al activista comprometido contra los totalitarismos, rescato al amante de la Gran Novela. Mientras un coro de modernos teorréicos postnarrativos se deleitan hablando sobre la muerte de la novela y alaban a Roberto Bolaño como la vaca sagrada de Latinoamérica, Vargas Llosa es un tipo que rescata la gran tradición del Arte Novelístico, alguien que es hijo de Julio Verne y Dumas, de Víctor Hugo, Flaubert y Balzac. Me emociona que mientras los teorréicos abominan de la Novela tradicional y se complacen en decir que como arte es el colmo de lo obsoleto y caduco, Vargas Llosa lo reivindica como algo eterno. Entre ese tipo de seres amantes de Bolaño (lo siento Roberto, pero eres el ícono y la bandera de ese tipo de gente) que consideran a un bodrio solemne como Perros héroes de Mario Bellatin el gran futuro de la novela y que se complacen lanzando dardos envenenados contra Carlos Fuentes, Vargas Llosa tiene el valor de defender el valor de un best seller como es Stieg Larsson y su trilogía Millenium, pecado enorme entre los modernos pro muerte de la novela.
Sí, el Premio Nobel es siempre un pasaporte al aparador del Sanborns. Esta semana surgirán mil y un tipos que se dirán fans de Vargas Llosa y las nuevas ediciones de La casa verde y La Ciudad y los perros sacarán del aparador a los vampiritos de secundaria. Pero bienvenido seas peruano, con o sin premio eres grande y con sin premio te seguiré leyendo y con o sin premio ya espero con ansias El sueño del celta. Eso sí, les confieso que si yo hubiera tenido voto en la Academia Sueca, hubiera votado por mi querido Ernesto Sábato, que a sus casi 100 años de vida bien le hubiera caído de maravilla el premiecito, aunque dudo que hubiera podido ir a Estocolmo a recogerlo.