EL ASEDIO
Arturo Pérez Reverte
Por Daniel Salinas Basave
A Pérez Reverte le hierve la tinta en las venas. Este narrador desparrama garra narrativa en cada párrafo. Con sangre reporteril reflejada en ese espíritu de eterno curioso, el colega de Cartagena es un tipo al que le sobra pasión. En él no hay frialdades estilísticas, medias tintas o prudentes distancias. El corresponsal de guerra se involucra a fondo con el entorno y sus personajes. Sí, él es un tipo que se tira a matar cuando de agarrar la pluma de trata. Cierto, no todas sus novelas llegan buen puerto, pero los seres humanos que las habitan suelen tener altas dosis de corazón. En este mismo espacio hablamos hace poco de la compilación de textos periodísticos titulada “Cuando éramos honrados mercenarios”, segundo volumen tras ese pedazo de irreverencia narrativa llamado tan acertadamente “Con ánimo de ofender”. Alguna vez he dicho que prefiero al Pérez Reverte periodista que al narrador de ficciones. Cierto, su pluma reportera jamás tiene desperdicio, mientras que su imaginación de novelista a veces cae en barroquismos rimbombantes como fue el caso de la malograda Reina del Sur, pero justo es reconocer que este corresponsal ha sabido crear personajes-tatuaje, de esos que no se borran fácilmente de los recuerdos o si no ahí está el Capitán Alatriste o su pintor de batallas para decir presente y no dejarme mentir. “El Asedio”, su última novela, confirma a Pérez Reverte como un gran buceador en el drenaje profundo de la historia de España. Tal vez los historiógrafos colegiados peguen el grito en el cielo, pero la pluma reporteril suele ser a menudo la mejor cuando de narrar el pasado se trata. Después de todo, un buen reportero debe ser un buen investigador, pero, sobre todo, un excepcional contador de historias. Ya lo demostró en “Cabo Trafalgar”, minuciosa recreación de la batalla naval que consumó la gloria y el martirio del almirante Nelson o su “Día de cólera”, esa crónica maestra que disecciona cada minuto del sangriento 2 de mayo de 1808 en Madrid, infausto día inmortalizado en la obra de Goya. Siguiendo con esa tradición de narrar la España del Siglo XIX, Pérez Reverte se traslada ahora al puerto de Cádiz en 1811, último foco de resistencia española frente a la invasión napoleónica. Vaya, esta historia bien podría comenzar como un número de Asterix: “Toda España está dominada por los franceses. ¿Toda? No. Un puerto poblado por irreductibles liberales constitucionalistas, resiste ahora y siempre al invasor”. En efecto, el Cádiz de 1811 pasará a la historia por ser el único foco de resistencia insurgente frente a las tropas del Gran Corso, pero también por ser la placenta en donde incubó el embrión de la España moderna y liberal que pudo ser y no fue. El 19 de marzo de 1812, día de San José fue promulgada la Constitución de Cádiz, bautizada como “La Pepa” en honor al santoral. De no haber sido desconocida y abolida por ese timorato absolutista llamado Fernando VII, esta constitución liberal hubiera transformado a España en una monarquía constitucional moderna y le hubiera evitado un siglo de atraso y decadencia. Ahora que más de uno nos hemos dado a la tarea de revisar la historia de la Independencia de México, reparamos en lo mucho que la Constitución de Cádiz influyó en los procesos insurgentes hispanoamericanos. Ese Cádiz sitiado por los franceses y habitado por utópicos constitucionalistas es el escenario en donde transcurre la novela de Pérez Reverte. Como buen reportero que es, Arturo no cubre; descubre. El Asedio nos revela la Cádiz de 1811, que según el narrador no es muy diferente a la actual. En ese puerto andaluz asediado por los soldados napoleónicos las ideas fluyen en punto de ebullición mientras un asesino serial se da a la tarea de asesinar jóvenes mujeres y un artillero francés, Simón Desfosseux, harto de malgastar pólvora, busca la fórmula matemática que le permita dar con el explosivo perfecto. Un marinero transformado en corsario llamado Pepe Lobo hace de las suyas en un mediterráneo atiborrado de naves inglesas que juran apoyar a España contra ese enemigo común llamado Napoleón, mientras un policía políticamente incorrecto y bastante corrupto (¿no es acaso un pleonasmo?) busca al asesino serial por las calles del puerto. Por supuesto, hay también una historia de amor protagonizada por la fantástica gaditana Lolita Palma, una atípica mujer en la España decimonónica que sin duda será capaz de seducir a más de un lector ¿La Teresa Mendoza de Andalucía? Tal vez la comparación no sea tan desafortunada. A El Asedio le han llamado novela histórica, pero no estoy tan seguro de que se le pueda encasillar en semejante clasificación. Cierto, hay un marco geopolítico y cronológico muy específico, pero dentro del Cádiz de los constitucionalistas se desarrollan tres o cuatro historias de pura ficción pérezrevertiana. Un libro gordo que se lee a paso veloz, un paseo por la España de la historia de lo que pudo haber sido. Incorrecto por vocación, Pérez Reverte no duda en señalar que a ese país le hizo falta una guillotina en la Plaza Puerta del Sol en donde fueran a donar sus sangre unos cuantos aristócratas y obispos españoles, que al final de cuentas se salieron con la suya y mantuvieron un absurdo y anacrónico absolutismo que sometió al país en una suerte de prehistoria política dentro de una Europa de monarquías constitucionales. Enigma policial, historia de amor, carnaval de utopías y deseos inmolados en el altar del país que no pudo ser.