El tatuaje en Monterey
La palabra “tesis” entró en mi vida cuando yo tenía seis años de edad, en el lejano 1980. Por aquel entonces mi madre estaba por graduarse en licenciada en Ciencias de la Comunicación y un deber monumental llamado tesis se apoderó de su tiempo. Desde mi perspectiva, la tesis aparecía como la tarea más monumental que te podían encargar en el colegio. La recuerdo trabajando en el comedor de la casa de Río San Juan tundiendo incansable las teclas de una máquina de escribir color gris. Aún faltaban algunos años para que la computadora entrara a nuestras vidas. Recuerdo haberme sorprendido al saber lo complicado que resultaba borrar un error en la máquina y la velocidad con la que trabajaba mi madre. La tesis en cuestión se tituló “El texto publicitario en el periódico”. Recuerdo muy bien una tarde en que acompañé a mi madre a recorrer todas las redacciones de los periódicos de Monterrey. Se trataba de una investigación de campo o algo así. Por supuesto visitamos la redacción de El Norte en la calle Washington en donde mi madre trabajaba por aquel entonces y en donde yo trabajaría 17 años después. También fuimos al Diario de Monterrey, al Porvenir, al Tribuna, aunque omitimos el célebre Alacrán. Desde entonces me quedó claro que hacer una tesis requería tiempo y dedicación extrema.
29 años después, mi madre pone punto final a una nueva tesis, mucho más interesante que la primera. El 29, por cierto, es un número cabalístico y en extremo significativo en su vida. Esta segunda tesis no trata sobre textos publicitarios en los periódicos, sino sobre tintas brillando en pieles humanas. Esta tesis va a convertirse en un clásico. Sobre el tatuaje hay revistas y exposiciones, pero nadie en México se había dado a la tarea de escribir un libro que explore la dimensión estética, espiritual, artística, cultural y contracultural de esta práctica. Su historia, su evolución, la mutación de su significado social y su desarrollo.
“El Tatuaje en Monterrey, Aproximación a su Difusión y Promoción Estética, por Ana María Basave Benítez. Universidad Autónoma de Nuevo León, Facultad de Artes Visuales, División de Estudios de Posgrado”. Más que una obra académica, este libro me parece un ritual de iniciación, todo un proceso en el que el autor se involucró hasta la comunión con el tema del ensayo. Vaya, mi madre no tomó la fría, académica y cómoda distancia del ensayista que diserta contemplando al mundo desde su palco. Sí, ella abordó el tema desde un punto de vista artístico, antropológico y filosófico, pero también decidió involucrarse como practicante de la materia de su tesis. Vaya, lo que está impreso en el papel es sólo una parte de esta obra iniciática. El resto está en la piel. Mi madre estudió, investigó, disertó y planteó sus propias hipótesis y conclusiones. Pero también aprendió y practicó. Tatuó y se tatuó. El pensamiento se materializa; la obra se vive, ahora sí, en carne propia.
Como en todo gran texto filosófico, mi madre emprende el camino planteando algunas preguntas: ¿Por qué se tatúa un ser humano? ¿Desde cuándo y por qué existe el tatuaje? ¿Es el tatuaje una experiencia mística, espiritual o es solamente una moda? ¿Puede el tatuaje ser considerado arte?
Ötzi, un hombre del neolítico europeo cuyos restos aparecieron en un glaciar alpino, es el ente tatuado más antiguo del que se tiene noticia, nos cuenta mi madre. Ötzi, más antiguo aún que las momias de las ancestrales dinastías reales egipcias, tenía cruces y líneas grabadas en su piel con polvo de carbón. ¿Alguien duda de la eternidad del tatuaje?
Impresionante reflexión sobre la dualidad del tatuaje, como la única obra artística en la que el lienzo sobre el que el artista dibuja, está vivo, siente y sugiere. Una comunión total entre pintor y superficie. Vaya, por perfecta o monumental que sea una obra, la superficie suele estar muerta. Los muros sobre los que dibujaron Siqueiros u Orozco eran piedra, un pedazo mineral sin vida que les sirvió únicamente para desparramar pintura. Al lienzo sobre el que dibujó Da Vinci jamás se le ocurrió siquiera sugerir modificaciones a la sonrisa de la Monalisa. En cambio, la relación entre tatuador y tatuado es una relación viva. Pero en vez de explicarlo yo, prefiero parafrasearlo.
“El tatuaje se realiza en un lienzo vivo. Es una obra hecha entre dos: la mano que tatúa y la persona cuya piel recibe la tinta. Esto lo hizo aún más atractivo para mí. El tatuaje es el resultado de dos mentes. Es una obra en la que la materia habla, opina, siente, decide y un artista que trabaja, sugiere, trabaja y también decide”.
Recibí este libro el miércoles pasado y la verdad es que me he emocionado. Me emociona lo que significa esta obra, lo que ha representado el poder consumarla. Me emociona saber que si bien es una obra concluida, es también el principio de algo y me siento demasiado orgulloso de haber formado parte de ella. En mi biblioteca hay ciertos libros con los que tengo una relación casi espiritual, pero este sí que es punto y aparte. Este libro, al igual que el lienzo del tatuador, está vivo y leerlo me hace vivir.
La palabra “tesis” entró en mi vida cuando yo tenía seis años de edad, en el lejano 1980. Por aquel entonces mi madre estaba por graduarse en licenciada en Ciencias de la Comunicación y un deber monumental llamado tesis se apoderó de su tiempo. Desde mi perspectiva, la tesis aparecía como la tarea más monumental que te podían encargar en el colegio. La recuerdo trabajando en el comedor de la casa de Río San Juan tundiendo incansable las teclas de una máquina de escribir color gris. Aún faltaban algunos años para que la computadora entrara a nuestras vidas. Recuerdo haberme sorprendido al saber lo complicado que resultaba borrar un error en la máquina y la velocidad con la que trabajaba mi madre. La tesis en cuestión se tituló “El texto publicitario en el periódico”. Recuerdo muy bien una tarde en que acompañé a mi madre a recorrer todas las redacciones de los periódicos de Monterrey. Se trataba de una investigación de campo o algo así. Por supuesto visitamos la redacción de El Norte en la calle Washington en donde mi madre trabajaba por aquel entonces y en donde yo trabajaría 17 años después. También fuimos al Diario de Monterrey, al Porvenir, al Tribuna, aunque omitimos el célebre Alacrán. Desde entonces me quedó claro que hacer una tesis requería tiempo y dedicación extrema.
29 años después, mi madre pone punto final a una nueva tesis, mucho más interesante que la primera. El 29, por cierto, es un número cabalístico y en extremo significativo en su vida. Esta segunda tesis no trata sobre textos publicitarios en los periódicos, sino sobre tintas brillando en pieles humanas. Esta tesis va a convertirse en un clásico. Sobre el tatuaje hay revistas y exposiciones, pero nadie en México se había dado a la tarea de escribir un libro que explore la dimensión estética, espiritual, artística, cultural y contracultural de esta práctica. Su historia, su evolución, la mutación de su significado social y su desarrollo.
“El Tatuaje en Monterrey, Aproximación a su Difusión y Promoción Estética, por Ana María Basave Benítez. Universidad Autónoma de Nuevo León, Facultad de Artes Visuales, División de Estudios de Posgrado”. Más que una obra académica, este libro me parece un ritual de iniciación, todo un proceso en el que el autor se involucró hasta la comunión con el tema del ensayo. Vaya, mi madre no tomó la fría, académica y cómoda distancia del ensayista que diserta contemplando al mundo desde su palco. Sí, ella abordó el tema desde un punto de vista artístico, antropológico y filosófico, pero también decidió involucrarse como practicante de la materia de su tesis. Vaya, lo que está impreso en el papel es sólo una parte de esta obra iniciática. El resto está en la piel. Mi madre estudió, investigó, disertó y planteó sus propias hipótesis y conclusiones. Pero también aprendió y practicó. Tatuó y se tatuó. El pensamiento se materializa; la obra se vive, ahora sí, en carne propia.
Como en todo gran texto filosófico, mi madre emprende el camino planteando algunas preguntas: ¿Por qué se tatúa un ser humano? ¿Desde cuándo y por qué existe el tatuaje? ¿Es el tatuaje una experiencia mística, espiritual o es solamente una moda? ¿Puede el tatuaje ser considerado arte?
Ötzi, un hombre del neolítico europeo cuyos restos aparecieron en un glaciar alpino, es el ente tatuado más antiguo del que se tiene noticia, nos cuenta mi madre. Ötzi, más antiguo aún que las momias de las ancestrales dinastías reales egipcias, tenía cruces y líneas grabadas en su piel con polvo de carbón. ¿Alguien duda de la eternidad del tatuaje?
Impresionante reflexión sobre la dualidad del tatuaje, como la única obra artística en la que el lienzo sobre el que el artista dibuja, está vivo, siente y sugiere. Una comunión total entre pintor y superficie. Vaya, por perfecta o monumental que sea una obra, la superficie suele estar muerta. Los muros sobre los que dibujaron Siqueiros u Orozco eran piedra, un pedazo mineral sin vida que les sirvió únicamente para desparramar pintura. Al lienzo sobre el que dibujó Da Vinci jamás se le ocurrió siquiera sugerir modificaciones a la sonrisa de la Monalisa. En cambio, la relación entre tatuador y tatuado es una relación viva. Pero en vez de explicarlo yo, prefiero parafrasearlo.
“El tatuaje se realiza en un lienzo vivo. Es una obra hecha entre dos: la mano que tatúa y la persona cuya piel recibe la tinta. Esto lo hizo aún más atractivo para mí. El tatuaje es el resultado de dos mentes. Es una obra en la que la materia habla, opina, siente, decide y un artista que trabaja, sugiere, trabaja y también decide”.
Recibí este libro el miércoles pasado y la verdad es que me he emocionado. Me emociona lo que significa esta obra, lo que ha representado el poder consumarla. Me emociona saber que si bien es una obra concluida, es también el principio de algo y me siento demasiado orgulloso de haber formado parte de ella. En mi biblioteca hay ciertos libros con los que tengo una relación casi espiritual, pero este sí que es punto y aparte. Este libro, al igual que el lienzo del tatuador, está vivo y leerlo me hace vivir.