Atardecer en Sea Port Village
Mi trabajo me ha permitido tener una butaca privilegiada para contemplar el absurdo teatro de nuestra vida actual. En cuestión de horas puedes ver a los actores de esta tragicomedia representando su paródico papel en escenarios ridículamente contrastantes. Una noche estás en una gala en el Marriot de Sea Port Village con el jet set sandieguino y a la mañana siguiente estás bajo el inclemente Sol del Pípila colocando piso de cemento en míseros tejabanes.
Todo en California es light. Las sonrisas, los saludos, las conversaciones, el vino, los canapés y la cena siempre tempranera. Un ambigú frente al embarcadero donde descansan aburridos los yates bajo un Sol que se desparrama como betún sobre las calmas aguas. Ambigú con vino californiano, suavecito y anoréxico, sin sangre ni pasión. Empresarios sandieguinos, políticos bajacalifornianos, sonrisitas distantes, bonitos deseos de hermandad binacional, jurándonos que ese abismo cicatriz que nos separa no es infranqueable. Después llega el momento de la cena: Mixed California Greens, with Sliced Bartlett (¿Manuel?) Pears. Grilled Salmon Beurre Blanc Sauce. Fresh Berry Basket. Vino igualmente suavecito. Orador estrella de la noche: Mister secretario de Gobernación, Fernando Gómez-Mont, hablando en inglés de un país que se mantiene digno, orgulloso y de píe frente a la crisis y el crimen organizado. Sigo quebrándome la cabeza, pues en honor a la verdad no se exactamente a cuál país se refiere. Digo, a mí me gustaría que mi hijo pudiera nacer en un país así.
Qué lindas son las celebraciones binacionales. Tijuana y San Diego siempre unidos, volverán las épocas de gloria y bonanza, la línea y el Siave nos la pelan, la crisis es psicológica, San Diego y Tijuana se quieren y no son novios, volverá el turismo, la frontera es ficticia, el muro no existe, no hay abusos de la Border contra los migrantes y la policía tijuano-rosaritense ya no muerde gringos en la carretera. Habrá tercera, cuarta y quinta garita, abriremos el Chaparral y cruzar la frontera será algo tan placentero como rasurarse con rastrillo nuevo y los trailers cruzarán Otay a la velocidad de la luz, dejarán de entrar armas y drogas y habrá edecanes sirviéndote martinis y champaña de cortesía mientras aguardas tu turno en la línea y el migra, que es un modelo de educación, te dará los buenos días con una sonrisa y te deseará lo mejor en tu visita a su hermoso país. Como verán, todo es perfecto en esas reuniones binacionales de gala. Lástima que el vino sea tan suavecito.
Amanecer en el Pípila
En el lejano y salvaje Este siempre hace más calor. No es una idea, es una realidad palpable en el termómetro. Tijuana es una ciudad de microclimas y al acercarte a las faldas del Cerro Colorado estás penetrando en otra dimensión, no solo social y cultural, sino climática. En Playas sueles amanecer con algo de frío aún en verano y a las 7:00 de la mañana la brisa lo empapa todo. Al cruzar el Cañón del Matadero e iniciar el descenso hacia el Centro has cruzado un umbral. Las nubes han desaparecido y el solecito empieza a calar, pero en Zona Río es aún tolerable. Conforme avanzas hacia el Este la temperatura va subiendo radicalmente. Una vez que estás en la ruta Mariano Matamoros o en el Florido enésima sección, te das cuenta que has ingresado al mismísimo Infierno y Satanás no ha salido a darte la bienvenida, porque lo han asaltado mientras iba en camino. El sudor en tu cara relata que el viento ha dejado se soplar y el picor en tu nariz te recuerda las toneladas de polvo en al aire. La zona Este es color café infernal. Es color cerro seco y toda ella es un terrón que se desgaja. Cerros y laderas cercenadas a machetazos, polvo omnipresente, y casitas, muchas microcasitas extendiéndose entre los cerros como una infección cutánea avanzando sobre un cuerpo yaciente. 9:00 de la mañana. Arranque del programa Piso Firme en el Pípila. Los actos políticos en colonias populares son idénticos. No importa en qué rincón del Tercer Mundo lo celebren. La universalidad de la pobreza todo lo viste con el mismo uniforme. La cara de la miseria, el lenguaje de la miseria, la actitud de la miseria y el político siempre benefactor, mesiánico, dador y repartidor de migajas, sabedor que el voto del pobre vale lo mismo que el voto del rico.
Domingo de excursión en Ikea
Hacer línea es el más tijuanense de los rituales. Si hubiese una iglesia de la tijuanería, la línea sería su santísimo sacramento. Esperar y contemplar cómo la fila de a lado corre siempre más rápido. Esperar y sentir un incómodo hormigueo al intuir que tu carro ya está caliente y al que va delante de ti lo han pasado a segunda revisión, porque te formaste justo frente a la caseta de un migra filipino bien mierda. ¿A dónde va? Debería responder que no lo se exactamente y que de lo único que estoy seguro es de que voy a gastar más dinero del que tengo, pero por algún extraño ritual siempre respondo que voy a Chula Vista. Pasado el trago amargo, sólo queda la inmensidad del 805. Desde ahí contemplas el Qualcomm y los suecos colores tigrescos amarillo-azul del Ikea. Lo contemplas, pero no hay a tu alrededor la mágica salida que te lleve hasta allá. Olvidamos que antes fue preciso tomar el 15 en Beaches. Cuando entras a un amasijo de freeways telarañosos desearías ir arrojando migajitas de pan como Hansel y Gretel. Finalmente siempre hay un ángel o demonio te guía por el camino correcto y henos ahí, en la puerta de Ikea minutos antes de las 10:00 de la mañana. Bienvenidos al paraíso escandinavo del hogar moderno. Madera y metal, atmósfera zen de vikingo confort minimal. La excursión se prolonga por horas y Carolina cae en estado de hipnosis. Nuestra casa debe ser reformada, pues pronto llegará a ella un nuevo habitante llamado Iker Santiago que tendrá una cuna rodeada de libros. Al final, compramos un atajo de fierros, cuerdas, telas y de más parafernalia que sustituirán las desempleadas puertas de nuestro segundo closet. También compramos una silla de escritorio que hasta yo pude armar, lo cual es mucho decir, pues sin duda un niño de tres años tiene más habilidad que yo para ensamblar sillas de Ikea. La silla no se ha hecho pedazos ni he caído de nalgas al suelo, lo cual significa que como ensamblador sólo moriría un poquito de hambre.
Mi trabajo me ha permitido tener una butaca privilegiada para contemplar el absurdo teatro de nuestra vida actual. En cuestión de horas puedes ver a los actores de esta tragicomedia representando su paródico papel en escenarios ridículamente contrastantes. Una noche estás en una gala en el Marriot de Sea Port Village con el jet set sandieguino y a la mañana siguiente estás bajo el inclemente Sol del Pípila colocando piso de cemento en míseros tejabanes.
Todo en California es light. Las sonrisas, los saludos, las conversaciones, el vino, los canapés y la cena siempre tempranera. Un ambigú frente al embarcadero donde descansan aburridos los yates bajo un Sol que se desparrama como betún sobre las calmas aguas. Ambigú con vino californiano, suavecito y anoréxico, sin sangre ni pasión. Empresarios sandieguinos, políticos bajacalifornianos, sonrisitas distantes, bonitos deseos de hermandad binacional, jurándonos que ese abismo cicatriz que nos separa no es infranqueable. Después llega el momento de la cena: Mixed California Greens, with Sliced Bartlett (¿Manuel?) Pears. Grilled Salmon Beurre Blanc Sauce. Fresh Berry Basket. Vino igualmente suavecito. Orador estrella de la noche: Mister secretario de Gobernación, Fernando Gómez-Mont, hablando en inglés de un país que se mantiene digno, orgulloso y de píe frente a la crisis y el crimen organizado. Sigo quebrándome la cabeza, pues en honor a la verdad no se exactamente a cuál país se refiere. Digo, a mí me gustaría que mi hijo pudiera nacer en un país así.
Qué lindas son las celebraciones binacionales. Tijuana y San Diego siempre unidos, volverán las épocas de gloria y bonanza, la línea y el Siave nos la pelan, la crisis es psicológica, San Diego y Tijuana se quieren y no son novios, volverá el turismo, la frontera es ficticia, el muro no existe, no hay abusos de la Border contra los migrantes y la policía tijuano-rosaritense ya no muerde gringos en la carretera. Habrá tercera, cuarta y quinta garita, abriremos el Chaparral y cruzar la frontera será algo tan placentero como rasurarse con rastrillo nuevo y los trailers cruzarán Otay a la velocidad de la luz, dejarán de entrar armas y drogas y habrá edecanes sirviéndote martinis y champaña de cortesía mientras aguardas tu turno en la línea y el migra, que es un modelo de educación, te dará los buenos días con una sonrisa y te deseará lo mejor en tu visita a su hermoso país. Como verán, todo es perfecto en esas reuniones binacionales de gala. Lástima que el vino sea tan suavecito.
Amanecer en el Pípila
En el lejano y salvaje Este siempre hace más calor. No es una idea, es una realidad palpable en el termómetro. Tijuana es una ciudad de microclimas y al acercarte a las faldas del Cerro Colorado estás penetrando en otra dimensión, no solo social y cultural, sino climática. En Playas sueles amanecer con algo de frío aún en verano y a las 7:00 de la mañana la brisa lo empapa todo. Al cruzar el Cañón del Matadero e iniciar el descenso hacia el Centro has cruzado un umbral. Las nubes han desaparecido y el solecito empieza a calar, pero en Zona Río es aún tolerable. Conforme avanzas hacia el Este la temperatura va subiendo radicalmente. Una vez que estás en la ruta Mariano Matamoros o en el Florido enésima sección, te das cuenta que has ingresado al mismísimo Infierno y Satanás no ha salido a darte la bienvenida, porque lo han asaltado mientras iba en camino. El sudor en tu cara relata que el viento ha dejado se soplar y el picor en tu nariz te recuerda las toneladas de polvo en al aire. La zona Este es color café infernal. Es color cerro seco y toda ella es un terrón que se desgaja. Cerros y laderas cercenadas a machetazos, polvo omnipresente, y casitas, muchas microcasitas extendiéndose entre los cerros como una infección cutánea avanzando sobre un cuerpo yaciente. 9:00 de la mañana. Arranque del programa Piso Firme en el Pípila. Los actos políticos en colonias populares son idénticos. No importa en qué rincón del Tercer Mundo lo celebren. La universalidad de la pobreza todo lo viste con el mismo uniforme. La cara de la miseria, el lenguaje de la miseria, la actitud de la miseria y el político siempre benefactor, mesiánico, dador y repartidor de migajas, sabedor que el voto del pobre vale lo mismo que el voto del rico.
Domingo de excursión en Ikea
Hacer línea es el más tijuanense de los rituales. Si hubiese una iglesia de la tijuanería, la línea sería su santísimo sacramento. Esperar y contemplar cómo la fila de a lado corre siempre más rápido. Esperar y sentir un incómodo hormigueo al intuir que tu carro ya está caliente y al que va delante de ti lo han pasado a segunda revisión, porque te formaste justo frente a la caseta de un migra filipino bien mierda. ¿A dónde va? Debería responder que no lo se exactamente y que de lo único que estoy seguro es de que voy a gastar más dinero del que tengo, pero por algún extraño ritual siempre respondo que voy a Chula Vista. Pasado el trago amargo, sólo queda la inmensidad del 805. Desde ahí contemplas el Qualcomm y los suecos colores tigrescos amarillo-azul del Ikea. Lo contemplas, pero no hay a tu alrededor la mágica salida que te lleve hasta allá. Olvidamos que antes fue preciso tomar el 15 en Beaches. Cuando entras a un amasijo de freeways telarañosos desearías ir arrojando migajitas de pan como Hansel y Gretel. Finalmente siempre hay un ángel o demonio te guía por el camino correcto y henos ahí, en la puerta de Ikea minutos antes de las 10:00 de la mañana. Bienvenidos al paraíso escandinavo del hogar moderno. Madera y metal, atmósfera zen de vikingo confort minimal. La excursión se prolonga por horas y Carolina cae en estado de hipnosis. Nuestra casa debe ser reformada, pues pronto llegará a ella un nuevo habitante llamado Iker Santiago que tendrá una cuna rodeada de libros. Al final, compramos un atajo de fierros, cuerdas, telas y de más parafernalia que sustituirán las desempleadas puertas de nuestro segundo closet. También compramos una silla de escritorio que hasta yo pude armar, lo cual es mucho decir, pues sin duda un niño de tres años tiene más habilidad que yo para ensamblar sillas de Ikea. La silla no se ha hecho pedazos ni he caído de nalgas al suelo, lo cual significa que como ensamblador sólo moriría un poquito de hambre.