Las noticias me hieren cada vez más
Estoy perdiendo mi capacidad de indiferencia y mi desparpajo nihilista. Debe ser la proximidad del Conejito. Cuando uno se transforma en padre de familia todo adquiere una nueva dimensión. Lo que no importaba, ahora importa y por lo tanto, preocupa. Las cosas cobran sentido y sobre todo, trascienden, lo que significa que ahora el futuro ha empezado a quitarme el sueño. Será por eso que hoy en día me duelen tanto las malas noticias. Llevo demasiados años de mi vida dedicado al periodismo, lo que significa que he sido testigo permanente y privilegiado de un banquete de miasmas. He visto de cerca la pudrición del mundo y he sido espectador de mil y un historias de mierdez humana e injusticia sin que hasta ahora me haya sentido afectado. La cuestión es que hoy en día las noticias me hieren como dardos envenenados, me lastiman, me hacen sentir rabia e impotencia de saber que traeré un hijo a habitar un país canceroso e infecto que desciende por un abismo sin fondo. Un país donde un tango de Discepolo sonaría alegre y optimista.
Quizá por cierto instinto animal de supervivencia hago esfuerzos por mantener una actitud positiva y trato de sonreír aunque los pronósticos del planeta marquen todo en contra. Después de todo, frente a viento y marea, voy flotando sobre un océano en tempestad y sí, lo acepto, soy feliz. Toco el vientre de Carolina, siento a las patadas del siempre inquieto Iker y pienso que sólo por eso la vida ha valido la pena ser vivida. Un nuevo ser, un milagro, un misterio infinito, un oasis de amor que aguarda su momento desde su perfecto estado de uterina paz. Y tal vez por ello es que ahora el entorno me duele tanto, pues es el mundo en donde lo dejaré lo que se está pudriendo sin remedio. Sí, sonrío, estoy lleno de energía y esperanza, pero no puedo fingirme ciego y dejar de ver que a mi alrededor está lloviendo mierda.
Pocas veces la vida se explica a sí misma con tan odiosa claridad. Hoy la decadencia y la injusticia se exhiben con sonriente desparpajo.
El recetario de la revolución
Hoy más que nunca me parece estar viviendo dentro de un libro de historia, experimentando en carne propia el capítulo de antecedentes de un cataclismo revolucionario. Abre un libro al azar, sobre la Revolución Francesa, la Rusa o la Mexicana. Lee el capítulo inicial. Todo historiador suele comenzar con antecedentes y causas. Léelo y dime qué diferencias encuentras con nuestra época actual. Sí quieres que te sea honesto, yo no encuentro muchas. El caldo de cultivo es de recetario. Vaya, parece un escenario dibujado para un manual de historiografía revolucionaria. Es tan prototípicamente prerrevolucionario, que me parece estar leyendo a un médico que describe la sintomatología inicial de una enfermedad. Dolor de cabeza, escalofríos, mocos y dolor de garganta: gripa segura. Desigualdad creciente, clase media en franco descenso, gobierno sin legitimidad, creación de nuevos impuestos, políticas fiscales persecutorias, sordera institucional, despotismo total, lujo exhibido con desparpajo, violencia como pan de cada día: ¿Cuál es el resultado de esta ecuación Felipito? ¿En qué enfermedad desencadenan estos síntomas? ¿Será Revolución? Todos los elementos están ahí, menos el coraje, la furia y la capacidad de indignación, que también nos ha sido secuestrada a los mexicanos, tan dóciles y conformistas como siempre.
Lástima que la palabra Revolución sea tan anacrónica, tan pasada de moda, tan prostituta y manoseada. Vaya, no dejo de sentirme ridículo y caduco al hablar de revolución y sin embargo los síntomas están ahí y la bacteria no ha podido ser asesinada por los antibióticos del fin de la historia. Por lo demás, esto se parece mucho a la Francia de 1789 o a la Rusia del 17.
Estoy perdiendo mi capacidad de indiferencia y mi desparpajo nihilista. Debe ser la proximidad del Conejito. Cuando uno se transforma en padre de familia todo adquiere una nueva dimensión. Lo que no importaba, ahora importa y por lo tanto, preocupa. Las cosas cobran sentido y sobre todo, trascienden, lo que significa que ahora el futuro ha empezado a quitarme el sueño. Será por eso que hoy en día me duelen tanto las malas noticias. Llevo demasiados años de mi vida dedicado al periodismo, lo que significa que he sido testigo permanente y privilegiado de un banquete de miasmas. He visto de cerca la pudrición del mundo y he sido espectador de mil y un historias de mierdez humana e injusticia sin que hasta ahora me haya sentido afectado. La cuestión es que hoy en día las noticias me hieren como dardos envenenados, me lastiman, me hacen sentir rabia e impotencia de saber que traeré un hijo a habitar un país canceroso e infecto que desciende por un abismo sin fondo. Un país donde un tango de Discepolo sonaría alegre y optimista.
Quizá por cierto instinto animal de supervivencia hago esfuerzos por mantener una actitud positiva y trato de sonreír aunque los pronósticos del planeta marquen todo en contra. Después de todo, frente a viento y marea, voy flotando sobre un océano en tempestad y sí, lo acepto, soy feliz. Toco el vientre de Carolina, siento a las patadas del siempre inquieto Iker y pienso que sólo por eso la vida ha valido la pena ser vivida. Un nuevo ser, un milagro, un misterio infinito, un oasis de amor que aguarda su momento desde su perfecto estado de uterina paz. Y tal vez por ello es que ahora el entorno me duele tanto, pues es el mundo en donde lo dejaré lo que se está pudriendo sin remedio. Sí, sonrío, estoy lleno de energía y esperanza, pero no puedo fingirme ciego y dejar de ver que a mi alrededor está lloviendo mierda.
Pocas veces la vida se explica a sí misma con tan odiosa claridad. Hoy la decadencia y la injusticia se exhiben con sonriente desparpajo.
El recetario de la revolución
Hoy más que nunca me parece estar viviendo dentro de un libro de historia, experimentando en carne propia el capítulo de antecedentes de un cataclismo revolucionario. Abre un libro al azar, sobre la Revolución Francesa, la Rusa o la Mexicana. Lee el capítulo inicial. Todo historiador suele comenzar con antecedentes y causas. Léelo y dime qué diferencias encuentras con nuestra época actual. Sí quieres que te sea honesto, yo no encuentro muchas. El caldo de cultivo es de recetario. Vaya, parece un escenario dibujado para un manual de historiografía revolucionaria. Es tan prototípicamente prerrevolucionario, que me parece estar leyendo a un médico que describe la sintomatología inicial de una enfermedad. Dolor de cabeza, escalofríos, mocos y dolor de garganta: gripa segura. Desigualdad creciente, clase media en franco descenso, gobierno sin legitimidad, creación de nuevos impuestos, políticas fiscales persecutorias, sordera institucional, despotismo total, lujo exhibido con desparpajo, violencia como pan de cada día: ¿Cuál es el resultado de esta ecuación Felipito? ¿En qué enfermedad desencadenan estos síntomas? ¿Será Revolución? Todos los elementos están ahí, menos el coraje, la furia y la capacidad de indignación, que también nos ha sido secuestrada a los mexicanos, tan dóciles y conformistas como siempre.
Lástima que la palabra Revolución sea tan anacrónica, tan pasada de moda, tan prostituta y manoseada. Vaya, no dejo de sentirme ridículo y caduco al hablar de revolución y sin embargo los síntomas están ahí y la bacteria no ha podido ser asesinada por los antibióticos del fin de la historia. Por lo demás, esto se parece mucho a la Francia de 1789 o a la Rusia del 17.