Cuando el mensajero es el culpable
“Tenemos a la prensa…” El presidente de México se sumerge en una de sus
patéticas pausas, un largo y tenso silencio. “Tenemos a la prensa…ehhh”. El primer mandatario busca un adjetivo para
denostar a esos periodistas que osan poner
en tela de juicio la “infinita bondad” de su gobierno. Busca el término ideal para espetarles, pero
las palabras, como tantísimas veces le ocurre, no acuden a él. Finalmente,
parece dar con las expresiones buscadas. “Tenemos a la prensa…más
lamentable…más injusta…la más distante… la más lejana al pueblo”.
“Lamento… que los medios de comunicación en el país estén tan...obcecados en atacar al gobierno que represento. Desde
tiempos del presidente Madero no se veía esta prensa tan tendenciosa, tan golpeadora, defensora de grupos corruptos…una
prensa que se dedica a mentir”.
Los ataques a los periodistas son parte esencial de la agenda diaria del presidente y tristemente ya no sorprenden. Son ritual de lo habitual, moneda corriente
en sus conferencias mañaneras. Lo que resulta el colmo de lo patético, es que estas palabras
sean pronunciadas horas después de que 24 mexicanos perdieran la vida en una
catástrofe histórica que es resultado de la pura y vil negligencia, de la corrupción
sin límites, de la burda indiferencia. Nunca en la historia del metro de la
Ciudad de México se había vivido una tragedia como la acaecida la noche del 3
de mayo. De repente, las vías se desmoronaron y los vagones cayeron al vacío
con cientos de pasajeros adentro. No fue por desgracia una tragedia
impredecible o que tome por sorpresa a los mexicanos. Sobraban advertencias
como para sospechar que la línea 12 del metro yacía sobre estructuras
severamente dañadas. México está en shock, mandatarios de otros países mandan
condolencias oficiales y al tabasqueño no se le ocurre nada mejor que atacar a los
periodistas y culparlos, una vez más, de todos los males. Habla de la prensa
más distante y lejana al pueblo, pero él es incapaz de tener un acto de
cercanía o compasión con las víctimas. No acude al lugar del siniestro ni
visita a los casi cien heridos que yacen en hospitales. Después, en el colmo de
la abyección y la vileza o en algo ya
rayano en la enfermedad mental, la horda de paleros del presidente se da a la
tarea de elucubrar la teoría sobre el atentado. Como desde hace 24 años los
gobiernos de la Ciudad de México no son ya encuadrables dentro de la “mafia
neoliberal” a la que el presidente considera culpable de todas las desgracias de
México, entonces sus adoradores trataron de sembrar la teoría de un atentado perpetrado
por la derecha para dañar a los gobiernos morenistas y perjudicar a sus
candidatos en las elecciones. Esto ya cae en lo patológico y refleja el grado
de paranoia e irracionalidad con que se maneja la facción más fanática y
recalcitrante de los defensores de la “cuarta”. Cierto, también es sumamente
cuestionable que candidatos del PAN y de otros partidos de oposición lucren tan
burdamente con la tragedia y acudan a posar junto a los escombros en afán de
conseguir reflectores y votos, pero más allá de la guerra electoral, del primer
mandatario esperaría algo más que la enésima rabieta contra los periodistas. Quiero
creer que algún día, espero no tan
lejano, se recordará este momento como una infamia, una muestra del nivel tan
bajo y enfermizo al que ha llegado la polarización política que desde hace un
tiempo nos carcome.