Eterno Retorno

Wednesday, November 20, 2019

La verdad es que el 20 de noviembre no pasó nada, o al menos nada relativo a democracia, justicia social, reparto agrario y de más ensoñaciones y mantras de nuestra patriotera mitología. El 20 de noviembre fue la fecha marcada en el Plan de San Luis (tan potosino que se firmó en San Antonio, Texas) en la que según Madero (o los espíritus que lo iluminaban a través de la Ouija) el pueblo se levantaría en armas contra la dictadura. Ese día el chaparrito cruzó la frontera por Ciudad Porfirio Díaz (actual Piedras Negras) pero no encontró multitudes alzadas con rifle y cananas, sino cuatro pobres diablos que fue lo reclutado por su tío Catarino Benavides. Hubo alguna escaramuza en San Andrés, Chihuahua, en donde participó la tropa encabezada por Pascual Orozco y Villa, pero no mucho más. Don Porfi durmió tranquilo esa noche. Pero da la casualidad que ese mismito día, mientras Madero regresaba decepcionado a EU, sucedió algo mucho más trascendente en la estación ferroviaria de Astápovo, en las cercanías de Yásnaia Poliana. El viejo León Tolstói, de 82 años, quien iniciaba un peregrinaje aferrado a huir de su linaje aristocrático para poder morir como un humilde mujik, cayó fulminado por una neumonía. Hay quien dice que murió en la casita del guardagujas, pero otras versiones aseguran que expiró sobre una banca del andén. Hay una falsa leyenda en la cual se afirma que los hermanos Lumiere filmaron por accidente su muerte. Cubierto por un burdo chaquetón de cosaco y con la barba enmarañada, la gente creyó que se trataba de un pordiosero sin techo, hasta que su viuda, Sofía, acudió a reconocer el cuerpo. Al final de sus días, Tolstói vio en la literatura una maldición y la convirtió en el más obsesivo objeto de su odio. Y entonces renunció a escribir, porque dijo que la escritura era la máxima responsable de su derrota moral. “Había renunciado para siempre a la escritura y, con el extraño gesto de su huida, anunciaba la conciencia moderna de que toda literatura es la negación de sí misma”, escribe Enrique Vila-Matas. Ya que hablamos del 20 de noviembre, es pertinente recordar que ese mismo día, pero en 1914, vino al mundo en Durango el más radical y extremo cuentista que ha parido este país. Cuando alguien es capaz de crear frases como “La población estaba cerrada con odio y con piedras” o “La muerte estaba ahí, blanca en la silla, con su rostro” yo no puedo menos que tomar un caballito de mezcal a su salud. Tras leer a Revueltas, mis insomnes obsesiones adoptaron la imagen de una parca poseyendo lentamente el cuerpecito de una niña que arde en fiebre dentro de un jacal a punto de inundarse. En su obra el hombre es brizna de polvo, vela en la tormenta del caos universal. ¿Viva la Revolución? Ni madres. ¡Vivan Tolstói y Revueltas! Si quieren que sea brutalmente honesto, tengo mucho más que agradecerle a ese glorioso par de barbones.