Improbabilidades librescas de la Riviera
1- La mayor extravagancia de la fuga a la Riviera Maya no fue encontrar alguna deidad apocalíptica en las profundidades de un cenote o hablar por la noche con un Alux, sino visitar la biblioteca pública de Playa del Carmen, misma que ni por casualidad aparecerá nunca en guía turística alguna. Al igual que todas las bibliotecas municipales de México, la Leona Vicario es un yacimiento de olvido y desolación en donde hace muchísimos años no entra un libro nuevo. Como a todos los recintos librescos administrados por el gobierno, la salva la colección “Sepan Cuántos…” de Porrúa, la Lecturas Mexicanas del Fondo de Cultura y algunos mostrencos ejemplares de México a través de los siglos. Aunque Icamole y Playa tienen poco que ver, por un momento recordé la historia de El último lector de mi paisano David Toscana, y aunque son agujas en pajares, seguro estoy que hay lectores quintanarroenses abrevando letras de ese pozo que - pese a las apariencias- no está seco.
2- Náufrago entre libros de texto y un manual de mecánica encontré en la biblioteca de Playa un ejemplar del México mestizo de Agustín Basave Benítez. El libro ha tenido lector o por lo menos dibujante, pues entre sus páginas encontré un papel calca con una reproducción en lápiz de la portada: la imagen de Gonzalo Guerrero y su familia maya. Más allá de la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez, acaso el improbable dibujante no olvide que fue en esas tierras peninsulares donde nacieron los primeros mestizos mexicanos.
3- Formados sobre la banqueta en la Quinta Avenida de Playa del Carmen encontré unos 30 libros en trueque, todos en inglés. “Take 1 Leave 2” se leía en un letrero rayado con plumón. Mucho best seller chatarresco, algún ejemplar de Ellroy y otro de Jo Nesbø que casi me tienta a desprenderme de una pieza de mi arsenal.
4- En el desayunador de nuestro hotel yace una pequeña biblioteca en donde la inmensa mayoría de los libros están escritos en sueco. Hay unos cuantos en inglés y ni uno solo en español. Traducciones de Umberto Eco, Joyce Carol Oates, el Gone Girl de Gillian Flynn y algunos autores nórdicos (extrañamente ninguno policiaco). ¿Donación u olvido de algún turista de Suecia? Las iguanas que deambulan por el jardín parecen ser sus más fieles lectoras.
5- Y por si alguien tiene curiosidad, mis compañeros de viaje fueron: Tirana memoria de Horacio Castellanos Moya (lo acabé en el vuelo de ida y reconfirmé mi adicción por el salvadoreño de quien he leído una decena de libros sin ser nunca defraudado); Cánones subversivos de Gonzalo Celorio (breve conjunto de ensayos sobre letras latinoamericanas que me chuté en un ida y vuelta de Playa a Tulum); Extraños en un tren de Patricia Highsmith (mega-clásico negro del que apenas he leído cinco páginas) y el compañero estrella, Limónov de Emmanuel Carrére (puto librazo, el acompañante ideal de mil y un aviones, lo mejor que he leído en lo que va de 2015. Sospecho que muchos años después –si aún estoy vivo-encontraré arena y olor a mar entre sus páginas).
Sunday, April 26, 2015
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