Nada como la vocación demócrata de la literatura. Ningún arte iguala en justicia su reparto de herramientas. Los insumos están y han estado siempre ahí, a plena de disposición para quien quiera servirse. El inventario de palabras es el mismo para el timorato y para el genio. Nadie va imponerte cargo alguno por el uso de esa expresión capaz de cambiar el sentido de una frase. El lenguaje, por fortuna, sigue siendo comunitario. ¿Quieres romperle la madre al mundo con una novela? Adelante. Cuentas con el mismito arsenal del que se valió García Márquez. Te lo juro, no van a cobrarte un peso por utilizar tal o cual palabra. Son todas tuyas y al final de cuentas, el valor de tu obra será el mismo si lo escribes con pluma en un cuaderno cuadriculado o en una Apple de última generación. Cierto, un pintor genial puede crear con un lápiz y una servilleta una imagen alucinante, pero el resultado final de su obra maestra puede variar muchísimo dependiendo del lienzo y la paleta. Un músico encuentra tonos hasta en el sonido de la lluvia, pero si el virtuoso toca su pieza en un Stradivarius conseguirá un sonido imposible de lograr con un instrumento del montón. Ni hablar de la escultura, la fotografía o la arquitectura, donde la herramienta y la materia prima pueden hacer la radical diferencia. El fotógrafo ninguneado e incomprendido podrá consolarse imaginando los portentos que conseguiría si en sus manos tuviera la impagable cámara y el lente usados por las estrellas de la National Geographic. En cambio, el más jodido y malogrado de los escritores tiene a su entera disposición el mismito inventario de palabras utilizado por Borges o Cortázar.
Saturday, May 02, 2015
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