Irrumpe en un destello el hombre araña y se roba al pequeño a la vuelta de una esquina. Es el final –predecible y no por ello menos aterrador- de un episodio en una teleserie. Sabíamos que el niño sería robado, pero ignorábamos cómo ocurriría. Tras su máscara el hombre araña tiene el rostro del embajador-diablejo, pero basta mirarlo a los ojos para descubrir a una mujer, híbrida, hermafrodita, toda ella crueldad. Spiderman es rápido como el latigazo venenoso de una serpiente. La madera carcomida está a punto de romperse y yo duermo en la Riviera como duermen los troncos milenarios en la noche de los tiempos.
Un día después, Alanah, Juliana y Betina viajaban a bordo de un camión con destino al Valle de San Quintín sin tener una idea ni siquiera aproximada sobre dónde debían dirigirse. El camino de seis horas fue un vía crucis para Alanah. La fiebre no cedía. Tampoco la sensación casi permanente de desvanecimiento. Su destino no se parecía en absoluto a lo que esperaban, aunque en realidad ninguna de las dos sabía exactamente que esperar. En cualquier caso aquello no era un típico pueblecito mexicano de árboles frondosos, iglesia barroca y mujeres indígenas elaborando artesanía en la plaza como hubiera deseado Alanah. Solo planicies, campos de cultivo y descomunales galerones donde habitaban cientos de jornaleros mixtecos. Nadie en el pueblo sabía de la existencia de brujas o curanderas, pero un promotor de desarrollo social urgió a Alanah a ir al centro de salud.
Tuesday, April 28, 2015
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