Luz de una estrella muerta columna semanal InfoBaja
Desde un tiempo para acá tengo la certidumbre de ser alumbrado por el destello de una estrella muerta. No es ninguna novedad, pero en los últimos días he recibido suficientes señales que me han hecho recordar mi pertenencia a una raza en extinción. La palabra escrita es mi pasión existencial y mi modus vivendi, pero cada vez me queda más claro que su final va más allá del réquiem por Gutenberg. He querido creer que todo se reduce a una cuestión del empaque de letras, una simple metamorfosis en la superficie. La letra se muda del papel a la fibra óptica sin alterar la calidad de los textos, sostuve alguna vez, pero a estas alturas empiezo a creer que más allá de la inminencia del funeral de las imprentas, la que parece estar herida de muerte es la escritura. No significa por supuesto que vayamos a sepultar los alfabetos o vayamos a dejar de escribir, pero me queda claro que la letra irá perdiendo terreno hasta quedar como simple punto de apoyo elemental. El que la mala ortografía se vuelva políticamente correcta y el mensaje escrito se reduzca a los parámetros y la mínima expresión del Whatsapp es indicador de una tendencia imparable. No creo que en diez o veinte años haya una generación de jóvenes con una mejor ortografía y redacción. Al contrario, más bien creo que en muy poco tiempo los defensores de la gramática seremos seres atípicos y extravagantes, tan raros como un monotrema en el reino animal, personajes chiflados, reliquias de otra época. Cada vez será más rara la apuesta por textos de largo aliento y más extraños aún los lectores capaces de soportarlos. En este mundo nuestro lo que mide más de 140 caracteres ya huele a Ulises de Joyce. La brevedad a ultranza y la tiranía de la imagen imponen su ley. Defensor como he sido de la teoría del Homo Videns de Sartori, he querido creer en la supremacía y acaso en la eternidad de la palabra escrita como la gran herramienta de la comunicación humana, pero la vida cotidiana me demuestra lo contrario. El espíritu de la época está en otra parte. La locomotora que jala el tren del presente nada tiene que ver con el periodismo y la literatura. Quienes aún navegamos en barcos de papel y tinta somos herencia del Siglo XIX, encarnación de una época en donde escribir diez mil palabras tenía algún sentido. En las últimas semanas me he topado con al menos tres artículos de intelectuales serios que entronizan a las nuevas series de televisión como el nuevo arte narrativo. Breaking Bad y House of Cards ocupan el lugar que hace dos siglos ocupaban Dickens y Balzac. Escribir novela en el Siglo XXI, sostiene más de un graduado en literatura, es el non plus ultra de lo obsoleto y leerla es una extravagancia. Aunque haya mil un campañas de promoción de la lectura, aunque se promuevan ferias librescas y premios literarios, los lectores puros seremos cada vez más extraños y sectarios, búfalos blancos perdidos en una pradera desolada.