El limitadísimo inventario de palabras. Las palabras yacientes, como legos mostrencos de una pieza necesariamente incompleta. Hagas lo que hagas no podrás hacer gran cosa. Hasta la más sofisticada arquitectura será siempre limitada. Tu inventario es finito. Frente a ti están sus fronteras y no tienes los huevos ni la creatividad para transgredirlas. Tu cabecita no da para crear un nuevo lenguaje y estás condenado a utilizar parafernalia de segunda y tercera mano; a acomodar las piezas que mil y un imbéciles han acomodado mil y un veces. Las piezas que acomodan ahora mismo; las que irremediablemente seguirán acomodando.
Presagios y cuentas regresivas. Los inocentes pasos fatales rumbo al cadalso. La más ordinaria despedida, la tarde de modorra que antecede al Infierno; la sombra siempre oculta, en omnipresente acecho. Aún en tu cuadro de cariñitos y sonrisas ella está ahí, reloj en mano, con la cuenta regresiva de los minutos, deshojados como una flor moribunda en otoño.
Para ser un detractor del cine hay demasiadas secuencias e imágenes construyendo el relato en cámara rápida de tu vida. Cuarenta años y una memoria prodigio confinados a seis o siete imágenes, estampitas desfilando rumbo al hoyo negro que todo ha de chuparlo. Y la vida tan presurosa, tan mórbida e impúdica la pinche vida, espetando con desparpajo su absurda condición.
Entregarse al abrazo de la Muerte como quien se sumerge en una bañera de agua caliente en medio de la nieve. Hace unas cuantas noches me sumergí en ese baño tibio, pero solo hasta ahora que releo mi cita de Kareinina en Racimo de Horcas reparo en el significado. Retorno a la uterina paz, volver a la condición de semilla.
Friday, December 26, 2014
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