El Oasis Resort y el atuendo de abrigo de mink y shorts inmortalizado por Ramón Arellano fue el clímax kitch de una época donde sobraban camisas de seda, cadenas de oro y cargamentos contados en toneladas. Aquellos tipos no debieron preocuparse nunca por poquiterías y narcomenudencias. Nada de secuestros, extorsiones y cobro de piso. Bastaba una tonelada de caspa del diablo colocada en suelo californiano para que los dólares brotaran en cascada, como una eyaculación interminable, heiser de abundancia suficiente para untar delegados de PGR, ministerios públicos federales y comandantillos corrientes de patrullajes municipales. Julio César Chávez ganaba por nocaut todas sus peleas, los judiciales los escoltaban a los antros y Tijuana era una fiesta donde los amaneceres irrumpían entre botellas de champaña y líneas rechonchas. La vida fue bella hasta el puto medio día de mayo en que mataron al cardenal y todo se fue al carajo.
Del cuerpo agujerado de Posadas brotó la inmisericorde cacería, el hostigamiento de mil y un sabuesos, los carteles de la DEA con las caras de los hermanos adornando la garita de San Ysidro. Los reyes del antro debieron refundirse en covachas, dormir en una casa diferente cada noche, desconfiar de sus sombras. Empezaron los ajustes y las matazones; los cargamentos decomisados y las noches insomnes; las sospechas y las traiciones. A Labra lo encañonaron en medio de una cancha preparatoriana y al Mayel lo sorprendieron amanecido entre dos colombianas desnudas
Tuesday, December 23, 2014
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