El largo verano del 14
No sé si sea esta obsesión por la historia comparada y la manía de buscar espejos en el centenario de la Gran Guerra, pero creo que este verano está resultando tan largo y convulso como el de 1914. Nuestros dispositivos móviles escupen imágenes siniestras de niños palestinos mutilados y de un avión comercial hecho pedazos por un misil disparado desde territorio ucraniano. Siria e Irak se desangran en guerras civiles donde el yihadismo musulmán parece ganar la partida mientras Japón modifica su constitución para fortalecer a su ejército y China enseña su músculo ensanchando su mar territorial. Alemania se corona campeona del Mundial 2014 mientras en la tribuna del Maracaná, Vladimir Putin y Dilma Rouseff pactan la creación de una trinchera alternativa para hacer frente al FMI. Los jerarcas de Rusia y China buscan aliados y contrapesos en América Latina mientras Obama se muestra pusilánime e impotente frente a la avalancha de niños y adolescentes centroamericanos que cruzan la frontera estadounidense. El mundo es un cuerpo vivo y el termómetro en su axila arroja una fiebre a la alza. Algunos de los conflictos se arrastran desde hace años, pero en este verano prevalece la sensación de que algo se ha movido en el reloj del planeta. El orden mundial no parece ser el mismo que hace una década. Hay patrones y estructuras que dan la impresión de estarse moviendo desde los cimientos, pero mientras esto sucede, debemos intentar no sucumbir a la inercia del nuevo desorden mundial. Lo peor es que las alas radicales y los fundamentalismos mojigatos parecen estarle ganando terreno a los demócratas y liberales. El caso de Ucrania es algo más que un foco rojo. Si es verdad que la responsabilidad del atentado se le puede atribuir a esos mafiosos herederos de la KGB que operan en Donetsk y Crimea con la complacencia del Kremlin, entonces podemos decir que hemos cruzado un peligroso umbral que nos pone al borde del abismo. No me gusta nada lo que está pasando.