Eterno Retorno

Sunday, April 01, 2012







Mi Patria es una Biblioteca: 1)- Tal vez el autor que con más pasión he leído en lo que va del Siglo XXI. Desde que comencé con El País de las Últimas Cosas en 2002, hasta Diario de Invierno que concluí hace un par de días, Paul Auster se ha vuelto mi compañero inseparable. A estas alturas, ya puedo afirmar que el de Brooklyn es uno de los narradores-tatuaje en mi vida. Si un día me encuentras por la calle, hay altas probabilidades de encontrarme con un libro de Auster en la mano.

Has concluido Diario de Invierno. Al igual que Auster piensas que caminar es lo más alucinante y que sólo caminando brotan las ideas. Al igual que Auster, te preguntas de dónde vienes, quién eres, qué amasijo de migrantes improbabilidades representas. Hace poco platicabas con tu madre sobre los misterios de sus antepasados de los que en verdad nada sabes. No sabes absolutamente nada de la aleatoriedad genética que desafiando a las leyes del azar desembocó en este ser tan raro que eres. En fin tiempo de chutarse esta reseña que has escrito para InfoBaja, por cierto la primera en segunda persona que has escrito tu vida.

Paul Auster
Diario de Invierno
Paul Auster
Anagrama
Daniel Salinas Basave
Hay quienes afirman (y no vas tú a contradecirlos) que toda narrativa de ficción es necesariamente autobiográfica. No hay escritor que pueda evitar contarte sus andanzas. Aunque los personajes puedan parecer lejanos, alucinados, sin conexión aparente con la vida real del narrador, la verdad es que quien cede al vicio de transformar en palabra escrita sus obsesiones está destapando la tapa del subconsciente y de una u otra forma te está contando su vida. Y aunque a menudo las vidas de los novelistas no suelen ser maratones de acción y aventuras, quien tiene la habilidad para contar una historia puede hacer alucinante la más aburrida de las existencias. Hay más de un narrador que ha hecho de su vida su obra maestra. Coetzee lo hizo en Verano, donde pidió prestada la voz de sus antiguas amantes y amores platónicos para contarte la historia de su juventud en Ciudad del Cabo. Gabriel García Márquez fue capaz de regalarte alguna sorpresa en Vivir Para Contarla, aunque siendo brutalmente honesto te ha quedado a deber, cosa que no sucedió con Vargas Llosa y su Pez en el Agua. Carlos Fuentes te narra su aventura donjuanesca en Diana o la Cazadora Solitaria mientras que el húngaro Sandor Marai hace lo propio en ¡Tierra, Tierra! Estos son sólo ejemplos que te vienen a la mente de primera intención. Lo fascinante irrumpe cuando a un autor en cuya obra te has sumergido a profundidad y cuyas claves cartográficas más o menos entiendes, se le ocurre contarte su vida en segunda persona. Aquí se conjugan dos factores explosivos: padeces una debilidad confesa por Paul Auster y experimentas una total fascinación ante la narrativa en segunda persona. Siempre te ha parecido una voz contundente y penetrante, una voz capaz de desnudar, como si el narrador fuera una suerte de dualidad interior. Paul Auster narrándose a sí mismo en segunda persona no puede dejarte indiferente, así que apenas hace su arribo a Tijuana Diario de Invierno, cuando ya lo has tomado en tus manos y comenzado a leer. Lo concluyes en unos cuantos días y como una suerte de tributo a esta atípica narrativa, decides experimentar con la primera reseña de tu vida en segunda persona. A lo largo de trece años has escrito sobre más de un centenar de libros, pero nunca lo has hecho hablándote de tú. ¿Se vale? Nada pierdes con experimentar. Lo que has leído no es por cierto el primer delirio autobiográfico de Auster. Ya te ha dado probadas con La Invención de la Soledad, donde narra la muerte de su padre o en A Salto de Mata, donde da cuenta de sus penurias económicas de escritor principiante. Cediendo al vicio de la odiosa comparación, puedes decir que frente a estos experimentos previos, Diario de Invierno luce como un trabajo más redondo. Más que una narración lineal, es un ensayo reflexivo sobre la propia vida y cualquier historia de vida humana puede volverse emocionante si escarbas en ella a profundidad y tocas sus grandes dilemas. Lo dices porque acabas de concluir la escritura de la biografía de un siniestro y surrealista personaje que en nada se parece a Auster, pero que te hizo reflexionar en torno a lo inagotable que resulta una historia de vida si te sumerges en ella. Por cierto, la primera vez que entrevistaste a ese personaje en tu vida, hace ya casi diez años, hiciste antesala en el estacionamiento del Hipódromo y nunca olvidarás que estabas leyendo El País de las Últimas Cosas, el primer libro de Auster que leíste en tu vida, pero esos detalles no le interesan al hipotético y cada vez más improbable lector de esta reseña, así que al grano. Estabas hablando de Diario de Invierno y en efecto, es un librazo. De entrada carga consigo un buen racimo de anécdotas que nada tienen que ver con premios literarios y géneros narrativos. Auster no habla del Premio Príncipe de Asturias, pero sí de barros y espinillas, masturbaciones, la primera experiencia sexual con una prostituta, gonorrea, ladillas, el dilema de aprender a ir al baño en la temprana infancia y un buen rosario accidentes infantiles. Aclaras esto para dar una idea del nivel de desnudez de las confesiones. No es la autobiografía intelectual de una de las plumas norteamericanas más célebres de la literatura contemporánea, sino los dilemas existenciales de un tipo de la clase media neoyorkina descendiente de mil y un combinaciones migratorias que adora el beisbol y las caminatas por Brooklyn. El más europeo de loa escritores estadounidenses no explica las fuentes de inspiración de sus obras, pero sí disecciona sus contradictorios sentimientos el día que murió su madre y hace una reflexión detallada sobre lo que significó cada una de las múltiples viviendas donde ha habitado en sus 65 años de vida. Hay también aisladas reflexiones sobre política y sociedad y alguna dosis de nostalgia por los tiempos que se han ido para siempre. La infaltable aleatoriedad austeriana dice presente y claro, el humanísimo e inevitable dilema del paso del tiempo y la entrada a la madurez. Auster va entrando en el Invierno de su vida y desde su invernal edad reflexiona sobre aquello que cree haber vivido. Sí, en toda novela hay una dosis autobiográfica, pero en toda autobiografía, por honesta que sea, hay una dosis de ficción, porque la vida nunca ha sido exactamente lo que crees recordar, sino la novela que has hecho de ella.