Su nombre es Aureliano Blanquet y ha quedado inmortalizado en el cuadro de honor de la hijoeputez nacional. Vaya, no se puede decir que sobren los hijos de la chingada en cuyo currículum presuman haber mandado al otro mundo a un emperador y a un presidente en dos épocas distintas de la historia mexicana con casi medio siglo de distancia entre uno y otro. El nombre de don Aureliano Blanquet va hermanado al de Victoriano Huerta y la Decena Trágica. Nacido en Morelia en 1849, Blanquet era un veterano generalón de 64 años cuando el 19 de febrero de 1913 se encargó de materializar la traición del borracho Huerta. Con sus propias manos, en el sentido más literal de la expresión, Blanquet fue el encargado de aprehender a Francisco I. Madero en las escaleras de Palacio Nacional. Con sus brazos se encargó de sujetar al chaparrito presidente quien todavía alcanzó a asestar tremendo cachetadón al general a quien espetó en la cara: “es usted un traidor”. Blanquet encerró a Madero en un cuartucho de intendencia (donde compartió catre con el vicepresidente Pino Suárez y el artillero diplomado Felipe Ángeles) de donde saldría tres días después para morir asesinado. La noche del 22 de febrero de 1913, mientras Huerta y el embajador gabacho Henry Lane Wilson festejaban en la Embajada el aniversario el natalicio de George Washington, Blanquet sacó a Madero y a Pino Suárez del cuartucho y ordenó al mayor de rurales Francisco Cárdenas que los llevara a la penitenciaría de Lecumberri. Aunque en múltiples sesiones espiritistas Madero había sido advertido por la ouija sobre su muerte cruel y prematura, no se sabe si el chaparrón de Parras haya tenido tiempo de pedir una última voluntad. En cualquier caso, es poco probable que haya podido hacerlo minutos antes de su muerte, pues el mayor Cárdenas lo bajó del carro en los llanos de San Lázaro y le dio un par de tiros en la nuca cuando estaba de espaldas. Blanquet fue nombrado por Huerta ministro de Guerra y Marina.
No se si Blanquet haya sido tan alcohólico como Huerta, pero lo cierto es que le hacía compañía en sus borracheras. Entre vasitos de coñac, Aureliano divertía a su jefe con anécdotas de la Guerra de Intervención, o más concretamente de la muerte del Emperador Maximiliano. 46 años antes de mandar a Madero a la muerte, en junio de 1867, Blanquet era un joven sargento de 19 años militante del Ejército Republicano que capturó a Maximiliano en Querétaro. Faltaban todavía seis años para que naciera Madero y Blanquet ya hacía de las suyas. El joven sargento fue comisionado para vigilar al emperador prisionero y lo más probable es que haya escuchado y acaso recibido sus últimas voluntades.
Maximiliano tuvo antepenúltimas, penúltimas y últimas voluntades. Quería ante todo asegurarse que su cuerpo llegaría a Viena inmaculado, para ser recibido por su madre, la Emperatriz Sofía y su hermano el emperador Francisco José. Por ello pidió de la manera más atenta que por favor no fueran a dispararle a la cabeza. Al amanecer del 19 de junio de 1867 se formó el pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Maximiliano iba al centro, pero como un reconocimiento a la gallardía del Campeón de Dios, cedió el sitio de honor a Miguel Miramón. El austriaco se colocó a la derecha y a la izquierda quedó Tomás Mejía. En su calidad de sargento, Aureliano Blanquet comandaba el pelotón. La última voluntad de Maximiliano fue cumplida a medias. Cierto, los soldados no le tiraron a la cara, pero algunos dispararon un poco más abajo del corazón, directo a los mismísimos tanates imperiales. El pelotón estaba muy cerca de los ajusticiados. Los tres cuerpos cayeron sobre la tierra queretana, pero aún no habían muerto. Dicen que la descarga había sido tan cercana, que sus uniformes militares ardían en llamas. Llegó entonces el momento de los tiros de gracia. El emperador Maximiliano se retorcía en el suelo y emitía algún quejido incomprensible, cuando el joven sargento Aureliano Blanquet, el mismo hombre que 46 años después mandaría a la muerte a Madero y a Pino Suárez, se acercó fusil en mano a rematar al desgraciado vienés. Aureliano sí respetó la última voluntad de Maximiliano. Apuntó su fusil al corazón del moribundo y descargó un único y certero tiro que acabó de una vez por todas con su vida.
El viejo Aureliano fue testigo y actor de más de medio siglo de historia patria, pero la fortuna no le sonrió demasiado. Su ministerio de Guerra y Marina duró apenas un año, antes de que el gobierno de Huerta fuera derrocado. Se fue exiliado a La Habana, pero regresó al país en 1918, acompañado de Félix Díaz, el sobrino de Porfirio, para acaudillar una rebelión contra Carranza. No se sabe si Aureliano pidió una última voluntad. La verdad parece ser que no tuvo tiempo. El hombre que remató a Maximiliano y que mandó a la muerte a Madero, no tuvo un final glorioso. El 15 de abril de 1919, se cayó con su caballo en una profunda barranca veracruzana. A diferencia de Maximiliano, no pidió consideraciones especiales para su cadáver y los carrancistas se dieron gusto cercenando su cabeza y exhibiéndola como trofeo en el Puerto de Veracruz.
No se si Blanquet haya sido tan alcohólico como Huerta, pero lo cierto es que le hacía compañía en sus borracheras. Entre vasitos de coñac, Aureliano divertía a su jefe con anécdotas de la Guerra de Intervención, o más concretamente de la muerte del Emperador Maximiliano. 46 años antes de mandar a Madero a la muerte, en junio de 1867, Blanquet era un joven sargento de 19 años militante del Ejército Republicano que capturó a Maximiliano en Querétaro. Faltaban todavía seis años para que naciera Madero y Blanquet ya hacía de las suyas. El joven sargento fue comisionado para vigilar al emperador prisionero y lo más probable es que haya escuchado y acaso recibido sus últimas voluntades.
Maximiliano tuvo antepenúltimas, penúltimas y últimas voluntades. Quería ante todo asegurarse que su cuerpo llegaría a Viena inmaculado, para ser recibido por su madre, la Emperatriz Sofía y su hermano el emperador Francisco José. Por ello pidió de la manera más atenta que por favor no fueran a dispararle a la cabeza. Al amanecer del 19 de junio de 1867 se formó el pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Maximiliano iba al centro, pero como un reconocimiento a la gallardía del Campeón de Dios, cedió el sitio de honor a Miguel Miramón. El austriaco se colocó a la derecha y a la izquierda quedó Tomás Mejía. En su calidad de sargento, Aureliano Blanquet comandaba el pelotón. La última voluntad de Maximiliano fue cumplida a medias. Cierto, los soldados no le tiraron a la cara, pero algunos dispararon un poco más abajo del corazón, directo a los mismísimos tanates imperiales. El pelotón estaba muy cerca de los ajusticiados. Los tres cuerpos cayeron sobre la tierra queretana, pero aún no habían muerto. Dicen que la descarga había sido tan cercana, que sus uniformes militares ardían en llamas. Llegó entonces el momento de los tiros de gracia. El emperador Maximiliano se retorcía en el suelo y emitía algún quejido incomprensible, cuando el joven sargento Aureliano Blanquet, el mismo hombre que 46 años después mandaría a la muerte a Madero y a Pino Suárez, se acercó fusil en mano a rematar al desgraciado vienés. Aureliano sí respetó la última voluntad de Maximiliano. Apuntó su fusil al corazón del moribundo y descargó un único y certero tiro que acabó de una vez por todas con su vida.
El viejo Aureliano fue testigo y actor de más de medio siglo de historia patria, pero la fortuna no le sonrió demasiado. Su ministerio de Guerra y Marina duró apenas un año, antes de que el gobierno de Huerta fuera derrocado. Se fue exiliado a La Habana, pero regresó al país en 1918, acompañado de Félix Díaz, el sobrino de Porfirio, para acaudillar una rebelión contra Carranza. No se sabe si Aureliano pidió una última voluntad. La verdad parece ser que no tuvo tiempo. El hombre que remató a Maximiliano y que mandó a la muerte a Madero, no tuvo un final glorioso. El 15 de abril de 1919, se cayó con su caballo en una profunda barranca veracruzana. A diferencia de Maximiliano, no pidió consideraciones especiales para su cadáver y los carrancistas se dieron gusto cercenando su cabeza y exhibiéndola como trofeo en el Puerto de Veracruz.