¿Los niños han estado siempre ahí? ¿Cómo es que hasta este año he reparado en su presencia?
En estos tiempos veo miles de niños y también mujeres embarazadas. Aparecen en mi camino por todas partes y en los lugares más inesperados. ¿Será que todos nos hemos puesto a hacer la tarea? ¿Se estará renovando la humanidad? ¿O es que yo permanecía ciego ante mi entorno?
Desde que supimos que seremos padres se reveló ante nuestros ojos un universo infantil hasta entonces oculto. Hasta hace muy poco me desesperaban esas parejas cuyo único tema de conversación se reduce a pañales, pediatras y palabras recién aprendidas, pero creo empiezo a tener cierta empatía con ellos. Ahora observo a los niños con ternura y curiosidad y cada día pienso en lo que nos aguarda. Hay tanta emoción y a la vez tanto nervio. Soy bastante grande, diría incluso ya viejo para debutar como padre y sin embargo me siento tan inmaduro en tantos aspectos. Esta odisea no tiene precedente en nuestras vidas. Por primera vez tengo plena conciencia de que nuestra vida dará un giro de 180 grados.
Mi propia visión y concepción de la existencia se ha transformado. Durante años he tomado con bastante tranquilidad la idea de la muerte. Jamás me ha dado miedo la idea de morir repentinamente e incluso puedo afirmar que me aterra mucho más llegar a viejo, pero ahora la historia empieza a cambiar. Hoy siento que mi deber es vivir y estar sano, por lo menos hasta que el Conejito tenga la madurez suficiente como para valerse por sí mismo. Ahora es tiempo de sacar el arsenal de energía. A veces pienso con terror que cuando mi madre tenía mi edad, ella ya tenía un hijo de 17 años, mientras que yo apenas debutaré. En casa ya hay una carreola, un portabebé y un corralito, artefactos tan extraños dentro de un universo tan adulto que poco a poco empiezan a armonizar. Comprobar que el Conejito se chupa el dedo, el verlo descubrirse y sentirse llevando a cabo una primera acción dentro de su cómodo paraíso uterino, es la imagen que requería para darme cuenta que esto no es un sueño.
En estos tiempos veo miles de niños y también mujeres embarazadas. Aparecen en mi camino por todas partes y en los lugares más inesperados. ¿Será que todos nos hemos puesto a hacer la tarea? ¿Se estará renovando la humanidad? ¿O es que yo permanecía ciego ante mi entorno?
Desde que supimos que seremos padres se reveló ante nuestros ojos un universo infantil hasta entonces oculto. Hasta hace muy poco me desesperaban esas parejas cuyo único tema de conversación se reduce a pañales, pediatras y palabras recién aprendidas, pero creo empiezo a tener cierta empatía con ellos. Ahora observo a los niños con ternura y curiosidad y cada día pienso en lo que nos aguarda. Hay tanta emoción y a la vez tanto nervio. Soy bastante grande, diría incluso ya viejo para debutar como padre y sin embargo me siento tan inmaduro en tantos aspectos. Esta odisea no tiene precedente en nuestras vidas. Por primera vez tengo plena conciencia de que nuestra vida dará un giro de 180 grados.
Mi propia visión y concepción de la existencia se ha transformado. Durante años he tomado con bastante tranquilidad la idea de la muerte. Jamás me ha dado miedo la idea de morir repentinamente e incluso puedo afirmar que me aterra mucho más llegar a viejo, pero ahora la historia empieza a cambiar. Hoy siento que mi deber es vivir y estar sano, por lo menos hasta que el Conejito tenga la madurez suficiente como para valerse por sí mismo. Ahora es tiempo de sacar el arsenal de energía. A veces pienso con terror que cuando mi madre tenía mi edad, ella ya tenía un hijo de 17 años, mientras que yo apenas debutaré. En casa ya hay una carreola, un portabebé y un corralito, artefactos tan extraños dentro de un universo tan adulto que poco a poco empiezan a armonizar. Comprobar que el Conejito se chupa el dedo, el verlo descubrirse y sentirse llevando a cabo una primera acción dentro de su cómodo paraíso uterino, es la imagen que requería para darme cuenta que esto no es un sueño.