Mica chueca (recuperado del 2009)
Encontrar una voz y una patria narrativa. Vaya hallazgo. Hay narradores que se pasan la vida buscándolas, rodando de acá para allá en desafortunados coqueteos con modas y estilos contrastantes. Pablo Jaime Sáinz, en cambio, parece haber encontrado ambas. Lo suyo, más que un estilo, es una voz y le sale naturalita, tan fluida como brotan las palabras tras la tercera cerveza. Su patria narrativa es un estigma, una cruz de parroquia imposible de negar, un acento tatuado en cada palabra. La patria de Pablo Jaime Sáinz es una dualidad; existe una patria mítica, omnipresente; fantasmal e idealizada. Esa patria se llama Navolato, Polvolato, Lodolato o Navoyork. Pero existe también una patria concreta, gloriosa y odiosamente material; un sueño conquistado que a cada momento le recuerda la sentencia trágica: ten cuidado con lo que deseas. Se llama Huntington Park (entre otras cosas, la tierra de Slayer) Entre dos tierras, dirían los Héroes del Silencio... ¿cuál de las dos es la prometida?
Desde un tiempo para acá se
ha puesto de moda hablar de narcoliteratura. En un país donde la palabra narco
se antepone al más improbable sustantivo, la literatura no tendría por qué
salvarse. Primero fueron los colombianos y Elmer Mendoza; después llegaron los
demás, con mil y un copias de
dudosa calidad y procedencia. Hoy en día, hasta
los escritores chilangos “made in La Condesa” quieren pasar por sinaloenses.
Por fortuna, Pablo Jaime Sáinz no cae en el predecible lugar común del canon
“narcoliterario”. El sentido del humor lo ha salvado del odioso paradigma. Sí,
la narcocultura está ahí, omnipresente en su mítica patria navolatense, como
omnipresentes son las bancas de una plaza, la cantina o la catedral, pero no es
aspiración, karma ni horror. Pablo Jaime no quiere espantar buenas conciencias
ni tampoco darse golpes de pecho. Lo suyo es más bien la narrativa de la
globalización, la voz del migrante. Grandes plumas hay cuya patria es un
exilio. Por ejemplo, no podríamos meter a Salman Rushdie en el chaleco de un
escritor de la India de la misma forma que Hanif Kureishi no es de Pakistán.
Pero ¿podríamos acaso llamarlos narradores británicos? Tampoco. Son la voz
narrativa de la comunidad indo-pakistaní exiliada en Gran Bretaña. “Soy
inglés…bueno, casi”, nos dice Kureishi en la primera frase de “El Buda de los
suburbios”. Es en ese contexto en donde ubico a Pablo Jaime. La perpetua
nostalgia de un culichi exiliado en Los Ángeles. Tras el grato sabor de boca
(sabor a aguachile por cierto) que me dejó “Corrido norteño. Relatos para la plebada”,
cae en mis manos “Mica chueca” un libro que es “happening” puro, néctar de voz
migrante. Las calles de Huntignton Park y Juliana; la
high school y Juliana; las troconas y Juliana; la
eterna caza de una mica, de un social security number y Juliana. La Pacific y
Juliana. Sueño y nostalgia perpetua; aspiración y desarraigo; existencia
migratoria, saudade eterna. Mica chueca son pedazos de vida cotidiana, conversaciones inconexas, pensamientos al
vuelo, estampas en el ir y venir de un autoexiliado cuyo santo grial es una
“green card”. Cuando leí “Corrido norteño” identifiqué a Pablo Jaime como un
discípulo hormonal de Elmer Mendoza. Tras leer Mica chueca encuentro en este
narrador una innegable e inocultable vena Crosthwaite. Toda comparación es odiosa,
dice Cervantes pero esa suerte de
happening-saudade de Pablo Jaime me remite irremediablemente al “Gran
pretender”, sin que ello signifique falta de originalidad. Mica chueca incluye en su segunda parte
algunos de los escritos presentados en “Corrido norteño” como el divertidísimo
“Cómo escribir un narcocorrido” e “Historia completa de la guerra del 92”, éste
último a mi juicio, lo mejor que ha hecho Sáinz. Pablo Jaime se ha hecho muy
pronto de un sello, de una marca registrada. Trazó su camino y lo definió
claramente. Cierto, cuesta demasiado trabajo imaginar a Pablo Jaime fuera de
este contexto, apostando por una novela no hablada en sinaloense y desarrollada
fuera del ambiente chicano. Acaso lo mejor sea mantenerse fiel a su
microcosmos. Si Faulkner pudo encontrar el infinito en Yoknapatawpha, Pablo
Jaime puede seguir girando eternamente en la Pacific de Huntington Park
mientras añora al espectral Navolato. Después de todo, la buena narrativa no
requiere ser cosmopolita ni apostar por un caleidoscopio estilístico para
aspirar a la trascendencia.