Zorba y Castillo
Los dos primeros empleos formales de mi vida
(antes de dedicarme de lleno a los medios impresos) fueron en una tienda discos y en una librería.
En ambos casos se trataba de cadenas que hace tres décadas eran exitosas marcando la pauta en sus respectivos mercados
y que sin embargo acabaron por extinguirse más temprano que tarde. En los años
ochenta, Discos Zorba llegó a ser un
punto de referencia en la Ciudad de México por ser la cadena especializada en
vinilos importados que difícilmente podían encontrarse en tiendas comunes. La
sucursal de la Zona Rosa llegó a ser un santuario para miles de melómanos que
ahorraban dinero para irse a comprar sus nada baratos discos. A mí me tocó
partir plaza en la sucursal Interlomas cuando dicho centro comercial se
inauguró en 1991 y la tienda solía estar a reventar, sobre todo los fines de
semana. Recuerdo las caras de emoción de la gente cuando encontraban el disco
deseado e iban a la caja a pagarlo. Eran
los tiempos en que el costo de un disco compacto de importación equivalía a mi sueldo de una semana. También la Librería
Castillo llegó a ser la más grande y
exitosa de Monterrey. En su momento tuvo seis sucursales e incluso llegó a
manejar una casa editorial, Ediciones Castillo, que publicó a los mejores
escritores regios de principios de los años
90, además de comprar los derechos de traducción de algunos
best sellers internacionales. Hoy, tanto
Discos Zorba como Librería Castillo son
solo un buen recuerdo, pero en este caso no solo hablamos de dos compañías que
perecieron sino de dos modelos de negocio que hoy están en peligro de
extinción. Tanto la tienda de discos como la librería están amenazadas de
muerte. En Estados Unidos, las todopoderosas
Tower Records o la Sam Goody pasaron a mejor vida. En México sobrevive MixUp,
pero ya no se dedica exclusivamente a la venta de música. Paradójicamente,
el presente (y acaso el futuro) de la
venta de discos, se enfoca ahora a lo artesanal, a tiendas de culto como la
Ciruela Eléctrica en Tijuana que venden vinilos de colección. Ya no se trata de
comprar sonido sino objetos de culto. Cualquier canción puedes escucharla
gratis en internet, pero para muchos melómanos hay un placer indescriptible en
poseer un objeto con valor artesanal. Con las librerías ocurre algo similar. La
célebre Borders cayó en bancarrota y la
Barnes and Noble parece sangrar de una herida que no cicatriza. En México, Gandhi mantiene en alto la bandera mientras El
Péndulo parece mostrar la ruta que debe
tomar el negocio, pero decenas o cientos de pequeñas librerías han acabado por
perecer en 2020. Después de mi experiencia en Zorba y Librería Castillo, empecé a trabajar como reportero en medios
impresos y dos décadas y media después
sigo en estrecha relación con ellos. Al igual que con los libros y con
los discos, las reglas del juego cambiaron radicalmente para periódicos y
revistas. Nuestro universo dio un vuelco de 180 grados. Mucho he escrito ya
sobre las turbulencias que enfrenta la letra impresa. La forma en que yo
trabajaba en 1997 no tiene nada que ver con la forma en que se trabaja hoy en
día, pero algo me hace sospechar que la metamorfosis apenas comienza y que
dentro de 20 años muchos de las
costumbres que hoy forman parte de nuestra vida cotidiana serán solo un buen
recuerdo. La época actual es un tren bala sin frenos.