En torno a la ceguera del Abuelo no tengo certeza alguna, aunque todavía puedo sentir su brazo en mi hombro y su paso vacilante al descender por la esclarea asesina. En cualquier caso todo ello es olvidable. No así el tecleo intermitente de la Remington negra (¿o era acaso una Olivetti gris?) Un tecleo espectral y necesariamente siniestro. Las teclas aporreadas por la eternidad en la libresca covacha donde fui concebido entre papeles con hedor a mil y una humedades, lomos vejestorios de Austral y Espasa Calpe, prófugos quijotes y olvidadas filosofías. Irrumpe la máquina y de madrugada comienza la danza de los demonios, las familiares risotadas del yo monstruo, mi ordinaria licantropía, mi aullarle al infierno en plan ritual de lo habitual. El abuelo sigue escribiendo la historia en donde yo soy el nagual de tu abominable duermevela.
Monday, November 14, 2016
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