El centro neurálgico del relato yace en la casona quemada y en el dolo inocultable del incendiario. En torno al iniciador del fuego sobrevive algún vestigio que remite a una camisa de cuadros leñadores, pelo largo y rala barba. La otra certidumbre es la de un lago frío y descomunal. Una circular cartografía acuática bordeada por una carretera. El pirómano (y acaso lo más honesto sea ceder a la confesional primera persona) lleva la delantera en su fuga (¿huye en moto y lo persigue una camioneta? ¿O acaso el motociclista es el perseguidor?). Otro improbable jirón de duermevela habla de 150 kilómetros recorridos en frenética persecución y la apoteótica escena final es la imagen de la mansión en llamas contemplada (por mí o por el incendiario, qué más da) desde un escondite entre los árboles en la otra orilla del lago. Las lenguas de fuego destellan en las aguas. Aún es noche cerradísima en aquel villorrio de taiga.
Saturday, November 19, 2016
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