El periodismo es un oficio de paracaidistas, un destino accidental e involuntario en donde suelen caer los errabundos, los timoratos y los desubicados que no tienen una idea muy clara sobre lo que quieren o deben hacer con sus vidas. Puedes preguntarle a los nombres altisonantes, o a los mil y un derrotados que arroja el oficio, si en su niñez, adolescencia y aun en su primera juventud les pasó por la cabeza desperdiciar su existencia en este mal pagado arado de mares. Los niños quieren ser policías, bomberos, astronautas, pilotos, marineros, narcotraficantes, cantantes del narcocorridos, domadores de leones, payasitos de la tele. Quieren ser muchísimas cosas, pero ni por la cabeza les pasa plantearse el periodismo como una forma de vida. Cierto, de medio siglo para acá existen las escuelas de comunicación en donde suelen ir las chicas más guapas que sueñan con ser conductoras faranduleras en un programa de tele y los tipos que ambicionan cubrir un superbowl, un mundial de futbol o una pelea de campeonato en Las Vegas, pero aun no conoces al primer adolescente que se diga ilusionado ante la posibilidad de poder pasarse la madrugada cubriendo una sesión del Congreso local o una estéril discusión en Cabildo sobre el aumento del predial. Los medios de comunicación, sobre todo los grandes monstruos audiovisuales pueden ser una tentación para los jóvenes. En cambio la prensa escrita casi nunca lo es. Los jóvenes van a pedir trabajo a periódicos de los que nunca fueron lectores. La primera vez que lo leyeron es cuando empezaron a trabajar ahí. Lo peor es que tiempo después, cuando ya son flamantes reporteros, tampoco lo leen, aunque pasen 16 horas al día metidos ahí. Los primeros apáticos e indiferentes a la lectura de un periódico son sus propios trabajadores.
Wednesday, January 15, 2014
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