LA MUJER DE SOMBRA Luisgé Martín. Anagrama. Por Daniel Salinas Basave
En esto del vicio literario la intuición cuenta y mucho. A menudo cedo a la tentación de adquirir libros y sumergirme en su lectura por pura y vil corazonada, apelando a una suerte de sexto sentido bibliófilo que las más de las veces se traduce en agradables sorpresas. No son pocos los autores a los que he llegado atraído solamente por una portada creativa, por un título sugerente o por ese raro clic instantáneo entre el libro y el furtivo cazador que suelo ser. A veces esto se parece al arte del ligue y se rige por leyes de atracción incomprensibles. ¿Por qué elegir un libro entre miles cuando no se tienen mayores referencias del autor? A veces es bueno dejar que la aleatoriedad le ponga su dosis de salsita a esta adicción de Alonso Quijano. Si bien mi carta de navegación a la hora de adquirir libros son ciertos autores y editoriales que casi nunca me fallan, la única forma de dar con nuevos hallazgos y llevarse sorpresas es arriesgando. Uno de esos riesgos fue el que asumí con Luisgé Martín, un autor madrileño del que nada absolutamente había oído mencionar. Llegué a él sin referencia alguna y al menos de este lado del Atlántico todavía no conozco otros lectores suyos. De entrada la composición del nombre resulta extraña, pues aunque se llama Luis García Martín, la manera que tiene de evadir su primer apellido no es con un típico Luis G. Martín, sino con un sui generis Luisgé. Ahora vamos de una vez por todas al grano, que es el libro, La mujer de sombra. Las leyes de atracción bibliófila me hicieron oler un libro inquietante, una especie de raro placer. Claro, la portada cuenta y creo que el color negro de la ceja y el ojo de esa mujer que nos mira enigmática tras un hilo de humo tienen gran parte de la culpa. Cierto, tal vez no sea lo más ortodoxo en una reseña literaria dedicar tanto tiempo a hablar de la portada, pero el arte de la lectura se basa ante todo en emociones y el ritual comienza desde el momento de la cacería en la librería. Imaginé un placer raro y no me equivoqué. Hipnotismo de un flagelo, dulce tan dulce, dice Canción Animal y creo que ese tema de Soda Stéreo bien podría ser soundtrack de esta novela, aunque pensándolo bien Closer de Nine Inch Nails o hasta un Bondage Goat Zombie de Belphegor, para los momentos más extremos, no vendrían nada mal. También hay extraños rituales de atracción literaria, juegos de seducción entre narrador y lector. La mujer de sombra es, ante todo, la historia de una dualidad obsesiva, el otro yo demoniaco que nos habita pero que a menudo sólo se intuye en destellos. Dualidades que se van construyendo desde los nombres de los personajes. Los personajes de La mujer de sombra tienen dos nombres que de una u otra forma se traducen en dos vidas; el Jekyll y Hyde que habita en cada espíritu humano. Segismundo, que se transforma en Guillermo, está casado con Nicole, que es rebautizada como Olivia. Su matrimonio de aguas calmas no es ensombrecido por la mórbida relación de Guillermo con Marcia, nombre de una dominatrix que en realidad se llama Julia y a la que se somete sumiso para ser víctima de rituales de humillante flagelación. Sólo una persona conoce su secreto, su íntimo amigo Eusebio, que se convertirá en el heredero de Marcia cuando Guillermo muera en un accidente. Pero la mujer con la que se queda Eusebio no es la sádica dominatrix llamada Marcia, sino una linda noviecita llamada Julia, toda ternura y arrumacos. La mujer de sombra es la historia de la obsesión de Eusebio. Como los personajes de Conrad en El corazón de las tinieblas o La línea de sombra, Eusebio intuye una oscuridad siempre al acecho, pero que no acaba de manifestarse. Desde los primeros párrafos descubrimos un autor no muy afecto a los juegos metafóricos. Frases cortas, sobredosis de puntos y seguido, descripciones secas, desnudas, carnales en extremo. ¿Debemos poner a La mujer de sombra en el catálogo de la literatura erótica? Podríamos sin duda, pero créame que la novela va más allá. Por abordar el tema de las relaciones sadomasoquistas podríamos ubicar a Luisgé como discípulo del divino Marqués de Sade, pero el madrileño trasciende la descripción fetichista del sexo violento. Encontramos, sí, algunos párrafos explícitos, pero la fuerza radica en la intuición de los cuartos oscuros, de los infiernos individuales. La mujer de sombra es la historia de los deseos ocultos, de las dobles vidas, de los esqueletos en el closet que de una u otra forma yacen hasta en la más sencilla de las vidas humanas. No hay existencias simples ni unidireccionales, parece ser el mensaje de una novela cuya trama, hay que decirlo, naufraga. Lo rescatable es la atmósfera oscura, la sombra eterna que nunca se disipa, la omnipresencia del deseo culpable.