Cuando esta primavera se transforme en nostalgia. Por Daniel Salinas Basave
Al cielo de la capital le bastan unos minutos para arrancarse su traje azul y ataviarse con su negro vestido de tormenta. Aquí a la lluvia no le gustan los heraldos. Llega sin avisar, sin cortesías ni presentaciones; literalmente sin decir “agua va”. Nunca había extrañado tanto tener conmigo mi cámara para aprehender instantes. Esta primavera tiene un rostro tan suyo y se me está escapando como se me escaparon las calles alfombradas de jacarandas en abril y como se me escapan las tormentas de las cinco de la tarde. Desde una colina del Parque Hundido veo a las nubes ennegrecidas desparramar sus sombras sobre la región más transparente y pienso entonces en la eterna fugacidad del instante, escapando como arena entre nuestros dedos, como polvo en el viento e imagino el día en que sentiremos nostalgia por la primavera del 2012, si es que muchos años después estamos vivos para recordarla. Inmersos en la búsqueda del presente perdido, a menudo nos pasa de largo la dimensión del momento histórico. El presente como un Aleph inabarcable; con sus olores, sus presagios, sus sensaciones y esas dos o tres canciones que no dejan de sonar en la radio entre el bombardeo de spots electorales y fúnebres encuestas. El gran cuadro de la primavera, donde yacen las portadas de los periódicos y revistas en su efímero principado de actualidad, entre vallas y anuncios espectaculares que no volveremos a ver nunca. Hay quien dice que para ser historiador y no cronista hace falta poner varias décadas de por medio entre el instante y nuestra reflexión. Analizar con la cómoda distancia de los años, con la frialdad de quien no está inmerso en el huracán de los acontecimientos. De pronto, me da por imaginar cómo hablarán los historiadores de la primavera 2012, cuando un México embobado, ciego y manipulado marchaba como res al matadero rumbo a un pozo de basura y corrupción. México, afectado por el síndrome de la mujer golpeada que regresa sumisa y enamorada a los brazos de su agresor. Primavera 2012, con su #YoSoy132 como último grito de dignidad en el desierto y las redes sociales desangrándose en su guerra de trincheras cibernéticas. ¿Cuánto tiempo falta para que todo esto se transforme en polvo y difuso recuerdo? Por ahora estamos inmersos en el ciclón, en nuestro papel de marionetas de una historia a la que le gusta jugar bromas pesadas. ¿Está en nuestras manos torcer su rumbo? ¿Podemos desviar el cauce de un río de aguas negras? Con la certeza de la inevitable metamorfosis, sabiendo que atravieso una frontera o un umbral del que no hay regreso, empiezo a sentir nostalgia por esta primavera antes de que concluya. Quizá porque intuyo la proximidad de las tinieblas, la oscuridad del abismo al que vamos a arrojarnos con los ojos vendados. Quizá porque imagino al historiador que medio siglo después diserte sobre las causas de esa absurda ceguera que nos llevó a autoinmolarnos en aquella irrepetible primavera del 2012.