Eterno Retorno

Friday, May 10, 2019

Acaso lo terrible es que uno pueda hablar de 20 años como si tal cosa, así como cualquier rafaguita de viento. Sí, es un canijo soplo la vida. El 10 de mayo de 1999 fue mi primer día como reportero en Tijuana. Después de dos años picando piedra en El Norte de Monterrey, me sedujo la idea de empezar desde sus cimientos un nuevo periódico y firmar notas desde el primer ejemplar. Demasiadas decisiones trascendentes en esa gran ceremonia de cambios de rumbo. Todo era nuevo, fascinante y desafiante en aquellas postrimerías del Siglo XX. Fue el carnaval de las primeras veces. Carolina y yo teníamos apenas tres meses de vivir juntos y después de emprender nuestra primera fuga al otro lado del Atlántico en abril, retornamos a América el 8 de mayo para estrenar un mini depita en Playas y 48 horas después me presenté a mi primer día de trabajo en un diario que todavía no tenía nombre ni sede. Éramos simplemente el nuevo periódico que va a salir, aunque entonces fungíamos como una suerte de corresponsalía de La Crónica mexicalense en Tijuana, amontonados todos en una liliputense oficina en la calle Diego Rivera. El edificio que nos albergaría en Vía Rápida estaba todavía en obra negra. Mi primera fuente asignada fue migración. En mi primer día de trabajo en Tijuana hablé con Lorena Blanco, vocera del Consulado de Estados Unidos en Tijuana, con el delegado del INM, y mi primera entrevista con grabadora encendida fue con Raúl Ramírez Bahena, coordinador del Centro del Apoyo al Migrante. Mi primera portada bajacaliforniana (todavía para La Crónica) fue la formal prisión a un ex director de transporte de apellido Vidrio, la primera de más de 500 portadas que firmaría en la siguiente década. Una mañana, en los días finales de mayo, José Santiago Healy develó una gran cartulina en donde estaba escrito el nombre del nuevo periódico: Frontera. Poco antes de sacar el primer ejemplar de las prensas, tuve mi primera cobertura foránea cuando 17 jornaleros mixtecos se mataron en un trágico accidente en San Quintín a donde me fui ese mismo día con mi colega Tizoc Santibáñez. Dos años después llegarían Washington, las Torres Gemelas, la epopeya apocalíptica. El primer ejemplar de Frontera brotó el día de Santiago de Compostela en el 99 y fuimos recibidos a punta de chingazos por los voceadores de la línea. Así empezó mi maestría y mi doctorado en el arte de contar historias. Ninguna escuela de letras y ningún Fonca me pudieron dar lo que me dio ser reportero en Tijuana. Mucho puño cerrado, mucha rabia, mucha calle pateada y mucho colega muy jarcor. Todo se transforma y todo sigue igual. En el periodismo no cambiaron las reglas; cambió el juego completito, pero en política Baja California se sigue ahogando en pozos de mierda cada vez más pestilentes. En cualquier caso, le debo todo a esa callejera universidad. Cada libro es hijo de la jarcorera reporteada y hoy tengo la sospecha de que valió la pena vivir esa vida.