Con algo de retraso he llegado este verano a la narrativa de Juan Pablo Villalobos, uno de los autores mexicanos de los que mejores comentarios he escuchado en los últimos años. Me bastó la luz de agosto de un caluroso atardecer para leer de una sentada su novela debut, Fiesta en la madriguera, y un par de días para dar cuenta de su segunda obra, Si viviéramos en un lugar normal, publicadas ambas por Anagrama. Lo que convierte a este escritor tapatío en una de las apuestas más sui generis de la actualidad literaria, es su capacidad de encontrar un tono propio que impregna toda su prosa. Más allá de un estilo o un ritmo, Villalobos traza de inmediato las reglas de su propio juego y nos sumerge en él. Lo suyo es un particular sentido del humor, una forma no muy convencional de contarnos una historia chistosa y a la vez terrible. Desde los primeros párrafos sabemos que estamos entrando a los territorios de una caricatura, una gran parodia de la condición humana. Los mejores chistes suelen ser los que se cuentan con una mayor seriedad y las historias más extremas son las que dejan de lado el dramatismo y apuestan por la levedad. Me parece que Villalobos ha encontrado el tono ideal para narrar al México actual. Más allá del morbo, el drama y el desgarramiento de vestiduras, nos queda la risa. La brevísima Fiesta en la madriguera es quizá la primera novela narco-naif de México. Su narrador es un niño, Tochtli, el hijo único de un gran capo de la droga que vive encerrado en su palacete y sueña con que su papá le regale como mascota un hipopótamo enano de Liberia. La voz de Tochtli no pretende reproducir fielmente la psicología de un pequeño de su edad. Es, en todo caso, una gran caricatura del pensamiento de un principito del narco, cuyo preceptor es un profesor de izquierda quien representa el risible papel de las ideas y las utopías frente al imperio de la riqueza desmedida y la fuerza bruta. En ese sentido, la trama rocambolesca de los mafiosos mexicanos buscando a un hipopótamo pigmeo en África narrada a través de la mirada del niño, es la parodia de los excesos y extravagancias de los capos y sus familias. Los clichés del narco-poder son llevados a la exageración y la esencia de la novela es la de un chiste cruel, tan cómico y crudo como la vida en este país. Tras el barroquismo narco, el narrador apuesta en su segunda novela por la caricaturización de la familia mexicana. Si Fiesta en la madriguera es el reverso naif de las morbosas portadas que infestan las librerías de aeropuerto, Si viviéramos en un lugar normal podría ser la parodia de los mil y un ensayos sobre la familia mexicana y sus valores. De Samuel Ramos a Octavio Paz pasando por los Hijos de Sánchez, la novela de Villalobos es una suerte de antropología de la pobreza contada como una tragedia griega con guiños a parábolas bíblicas como El Hijo Pródigo o relatos del Antiguo Testamento como Jacob y Esaú. Narrada en primera persona por Orestes, el segundo hijo de la familia, la trama es situada en un lugar y tiempo muy concretos: Lagos de Moreno, Jalisco, en 1987, el momento en que un grupo de sinarquistas militantes del extinto Partido Demócrata Mexicano, toman la presidencia municipal mientras el gobierno priista mañosamente crea una subdivisión municipal. La familia se enfrenta a dramas que van desde el inexplicable extravío de unos gemelitos fenotípicamente contrastantes al despojo del predio familiar a manos de codiciosos empresarios amafiados con políticos. Las guerras fraternas por las quesadillas a la hora de la cena arrancan más de una carcajada, pues son un triste reflejo de la economía mexicana. Desde un repaso a las fantasías de contactos extraterrestres, tan de moda en los años 80, al ascenso de Salinas de Gortari al poder y una docta cátedra sobre inseminación artificial de ganado vacuno, Si viviéramos en un lugar normal puede ser leído como un cruce de caminos entre Juan José Arreola y Jorge Ibargüengoitia, un agudo relato de juglar, una atípica muestra de crudo y elegante humor literario.
Wednesday, August 12, 2015
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