En mi buró hay siempre un libro de Borges. El Aleph y Ficciones suelen ser omnipresentes como el vaso de agua. Si me transformo en Funes el Memorioso y la duermevela me toma rehén, hay altas probabilidades de que conjure la madrugada con un relato del buen Georgie, aunque aquí hay una pequeña diferencia de criterios: Borges detesta el futbol y yo soy un futbolero incurable. ¿Significa eso que voy a dejar de leer a Borges o voy a alucinar un poco menos con sus laberintos y eternos retornos? Y mira que Georgie hacía lo posible por caer mal. El día en que la selección de Argentina inauguraba el Mundial 78, él decidió dictar una conferencia sobre Swedenborg celebrada a la misma hora del partido. “El futbol es popular porque la estupidez es popular” dijo el autor de la Biblioteca de Babel, que consideraba a este deporte como una pasión de monos descerebrados. Borges podría ser nombrado santo patrono de los intelectuales antifutboleros. Antes de Fontanarrosa, Soriano, Villoro, Galeano y Caparrós, un escritor aficionado al futbol era un ave rara. Que Albert Camus haya sido arquero en el Racing de Argel y Benedetti haya escrito uno que otro cuento sobre futbolistas, no era suficiente para que el futbol fuera tomado en serio en mesas redondas de intelectuales. El que Borges haya sido antifutbolero me tiene sin cuidado (como poco me importa que le llamen aristócrata, conservador, frígido bla, bla, bla). Borges es un genio y mi vida no hubiera sido la misma sin sus libros. Así de sencillo. Pero mucho ojo mis amigos: Borges es al único a quien le tolero esta clase de comentarios. Si quieren que sea brutalmente honesto, la figura del intelectual antifutbolero me resulta detestable. ¿El futbol está peleado con la inteligencia? ¿Un hombre culto no puede emocionarse como chamaco por un gol? Les pongo un ejemplo: hubiera sido fácil creer que mi abuelo pertenecía al club de Borges. Un doctor en filosofía con una obra de más de 30 libros cuyos cuestionamientos bucean profundo en dramas ontológicos, no es el prototípico personaje que puede emocionarse con un gol de su equipo. Y sin embargo, el autor de Metafísica de la muerte y La cosmovisión de Franz Kafka fue un aficionado al futbol. Tal vez no era un recalcitrante fanático de cara pintada, pero me consta que podía emocionarse con los partidos de Tigres. Si no estaba de viaje, el ritual de un sábado en la tarde en la vida de mi abuelo era acudir al Estadio Universitario, luciendo su chamarra con la enorme U amarilla de la Universidad de Nuevo León, su alma máter, de cuya Facultad de Filosofía y Letras fue fundador. Sucede que entre otras muchas cosas, la vida ha sido disfrutable por ceremonias tan bobas como ésta, aunque Borges considere el non plus ultra la simiesca ignorancia el emocionarse por unos desconocidos que corretean una pelota, como es posible emocionarse con una imagen poética o una arquitectura prosística matadora, aunque las palabras también sean construcciones alegóricas cuyo significado y trascendencia inventamos nosotros y al final de cuentas la literatura sea tan absurda como el futbol.
Monday, June 16, 2014
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