Sangre de rey
Al contemplar el ridículo circense de la boda real en la Abadía de Westminister, cuesta demasiado poder creer que fueron los ingleses los primeros en atreverse a cortarle la cabeza a un rey. Aunque los revolucionarios franceses y su guillotina se ostentan como los padrinos históricos del regicidio, la verdad es que fueron los puritanos británicos, encabezados por Oliver Cromwell, quienes 140 años antes de la Revolución Francesa, el 30 de enero de 1649, le cortaron la cabeza a su rey Carlos Estuardo. Durante al menos una década, Inglaterra no tuvo un rey, sino un “lord protector” que inflexible y dictatorial predicaba la austeridad extrema. Inglaterra se atrevió a derramar sangre real y a proclamar la igualdad del hombre, pero tres siglos y medio después parecen fascinados con su rimbombante opereta aristocrática. Los padres del sistema parlamentario aún dividen a la humanidad en nobles y plebeyos. La boda de un principito paraliza a la nación y al mundo. Semejante payasada se convierte en el cuento de hadas que explotarán hasta el hartazgo las revistas del corazón. Los republicanos británicos, que son alrededor de doce millones, pugnan, con toda la razón, porque la monarquía sea reemplazada por un jefe de Estado electo y haya una nueva Constitución republicana. "La monarquía es una institución rota que hace ya tiempo abdicó de cualquier responsabilidad en el poder, pero que sigue recibiendo lo que pueda de los contribuyentes", sentencia el grupo Republic. En México por fortuna existe el Artículo 12 Constitucional que impide la existencia de títulos nobiliarios en el País. Vaya, aunque en los hechos somos un país donde hay una aristocracia, al menos ante la ley todos los seres humanos somos iguales. El Artículo 12 Constitucional ha generado grandes traumas entre quienes rigen el país. Siendo la aristocracia mexicana tan pintoresca y rimbombante, no dudo que muchos empresarios, juniors, políticos y especímenes de similar ralea ostentarían orgullosos títulos como El Duque de la Colonia Hipódromo, el Conde de la Chapultepec o el Príncipe de Real del Mar. La aristocracia mexicana necesita sentirse admirada, elevada a categoría divina. Por ello disfrutan tanto saliendo en fotografías.