Paul o el infortunio de no morir a tiempo
¿Cuál
es la fórmula para acomodar más de 130 kilos de humanidad en un asiento tamaño
ratonera? ¿Cómo carajos apretujar una mole de carne blanca en la estrechez de un camión guajolotero? Aquello parece un
problema razonado, de esos que jamás pudiste resolver en la escuela primaria.
Tú
no lo sabes y el chofer tampoco, pero
esa mirada a medio camino entre la incredulidad y el desprecio con que te
recibe a la entrada del autobús no augura nada bueno.
El
chofer toma tu boleto y se queda esperando algo más. Si no pagaste dos asientos
vas a pasarlo mal y peor la va pasar
quien se siente junto ti, te dice su lenguaje no verbal mientras alza los
brazos como quien se resigna a una catástrofe. Lo que faltaba: un gringote
gordo y loco a bordo de su camión, pensará. Un gringote pelón, cabeza y cuello
tatuados, con la mirada vidriosa y desquiciada de quien anda cruzado con mil
madres. Un marranote rengo, sudado y enrojecido a quien se le va el alma en
cada respiro mientras hace esfuerzos por caminar cojeando de una pierna.
Por
supuesto a ti no te corresponde aclarar que eres británico y no gringo y que
pese al kilometraje de cobija arrastrada acumulado en las últimas tres décadas
de tu vida, tu nombre ya quedó tatuado en el cuerpo de la historia del rock. Un
tatuaje pequeñito, cierto, pero tatuaje al fin. No te toca a ti informarle al
chofer o a los pasajeros o a quien carajos quisiera escucharte que aunque les
cueste creerlo, eres o fuiste eso que llaman una estrella del rock, si es que eso tiene alguna mínima
importancia a bordo de este autobús de la compañía Norte de Sonora que llevará
tu descomunal humanidad a través del desierto, desde Mexicali hasta Hermosillo.
Te esperan 695 kilómetros y aproximadamente diez horas de viaje. De tripas
corazón hay que hacer.
Esto
es punk rock, piensas apelando a la dosis de rudo romanticismo con que intentas
conjurar las malquerencias e hijoeputeces de esta vida tuya. El rock es eso:
carretera, aventura, incomodidad.
“Solo 16,
sin dinero, sin suerte”, has cantado mil y un veces alrededor el mundo. Lo
cantaste hace unas horas en Mexicali y lo volverás a cantar en Hermosillo, si
es que este autobús no vuelca en el desierto y si no eres acribillado por los
sicarios del cártel que, según te han dicho, tienen retenes en la
carretera.
“Corriendo salvajemente, corriendo libre, una
cárcel en Los Ángeles, whisky y putas”,
dice tu canción. ¿No es ese el himno de
tu vida? Correr libre a los cincuenta y
tantos años, sin dinero, obvia decir que sin suerte, con asma, una pierna rota y una gordura de
hipopótamo. El rock es para tipos rudos,
has espetado una y otra vez, pero lo que te espera raya en la tortura. La
ecuación matemática sigue sin resolverse. ¿Cómo carajos vas a meter tus 130
kilos en ese espacio? Y no solo es meter los 130 kilos, suponiendo que lo
logres, sino aguantar las diez horas ahí, ensardinado con tu pierna jodida que
no acaba de recuperarse y antes de la mitad del viaje estará entumida y
gangrenada. Sentarte es un vía crucis y levantarte será aún peor, pero intuyes
que la meadera no va a perdonarte. ¿Cuántas veces tendrás que ir al baño en las siguientes diez horas? Sí, a veces sería bueno tener un pañal
extra grande, un pañalote como carpa de circo capaz de absorber toda la mierda
mientras tú duermes como hace años no has dormido. Lo deseable hubiera sido
poder tomar algo fuerte para jetear o por lo menos traer contigo un gallito de
mota para conjurar el vía crucis, pero los músicos mexicanos te han advertido
del peligro. Tendrás que pasar una aduana al entrar al estado de Sonora y la
carretera está atiborrada de retenes militares donde los soldados suben en plan
de sabueso a los camiones. El narco
infesta estos rumbos y lo mejor es viajar limpio, te dicen, pero nadie te ha
revelado el secreto para soportar diez horas aquí metido en asquerosa
sobriedad.
La
tocada en Mexicali resultó tan mierdosa como ha resultado casi todo en esta
gira. Sonido jodido y garachero, el asma traidora que llega puntual antes de la
mitad del show y tu poder de convocatoria reducido a las ya clásicas 70
personas que promedian tus giras. Pasar de 100 ya te sabe multitud y a estas
alturas te conformas con no arrastrar tu panza y tu pierna lesionada frente a 20 pobres cazadores de nostalgias
como tantas veces te ha sucedido. Tú insistes adecuar tus miserias al mito
punketo que has intentado construirte. Esto es la esencia del rock, carajo:
cantinas malamuerteras, audiencias rudas, contacto directo. Las bandas que
tocan en estadios son productos artificiales,
maquinitas plásticas de hacer
dinero. Tú representas la raíz de lo auténtico y lo crudo o al menos esa es la idea que quieres vender
aunque nadie te la compre. ¿Qué autenticidad puede haber en pasarte 30 años
cantando las pinches mismas canciones de siempre sin variación alguna? Tres
décadas sin haber podido componer una sola rolita que la gente te pida e
identifique como tu himno. Años y años recorriendo hoyos cada vez más
miserables a lo largo del mundo para cantar las canciones de solo dos discos
grabados por una banda en 1980 y 1981.
Una banda que hace muchísimos años no viaja en un camión como éste, pues para
eso tiene su propio avión. Una banda cuyas audiencias son siempre conformadas
por decenas de miles de fanáticos. Una banda que es leyenda viviente, piedra
angular, antes y después, con sus 100 millones de discos vendidos. Una banda
que con todo y sus altibajos, jamás ha
pasado penurias recorriendo el desierto para ir a tocar frente 70 personas. Una
banda de la que tú fuiste cantante, en la cada vez más lejana primavera de tu
vida y de cuyas migajas sigues y seguirás viviendo.
La
banda que te regaló tus dos añitos de incipiente gloria, los mejores de toda
tu malograda vida. Los años que intentas
revivir cada triste noche de tu existencia, deseando que los calendarios y los
relojes se detengan para siempre en el 80 y el 81. El 81 fue tu cumbre y tu
caída. Ese año empezó el resto de tu vida y desde entonces todo ha sido puro y
vil camino de bajada, acumulando kilos, achaques y fracasos. Un camino de
bajada que acaso esta noche llegue a su fondo
en medio del calor insoportable. Acabas de tocar en pleno verano en uno
de los lugares más calientes de la Tierra, una infernal cazuela ubicada varios
metros bajo el nivel del mar en donde
sudaste como regadera y quedaste sin aire. La mala noticia es que el lugar a
donde estás viajando no es mucho mejor. La vida es una hija de puta, Paul. A
los tipos como tú les viene maravilla una muerte temprana, pero llevas más de
tres décadas de tiempo extra y ni siquiera habría leyenda ni glamour alguno si
por casualidad te mueres en este camión.
Lo
peor de las diez horas que te aguardan no serán las piernas entumidas ni las
compulsivas ganas de mear, sino los pensamientos. Un tiempo desierto sin droga
ni trago es tierra fértil para los recuerdos más tercos y los obsesivos
rencores tan aferrados a brotar a la superficie en momentos como éste en que tu
miseria se hace patente. No es el dolor
de tu hueso sin soldar, sino lo machacón de las preguntas que sueles hacerte
cuando la sobriedad te asalta e intuyes que acaso la vida pudo haber tomado
otro rumbo.
En
cualquier caso la vida parecía correr con demasiada prisa cuando cumpliste 20
años y todo fluía libre y naturalito: la cerveza, el esperma, las emociones.
Podías beber y beber sin que la resaca migrañosa te derrumbara al día siguiente
y tu pito podía endurecer varias veces cada noche. Habías cumplido 20 años y
llevabas exactamente la forma de vida soñada por cualquier cockney del este de
Londres. Desde el nacimiento estabas condenado a ser carne de clase obrera como
tu padre, pero en 1978 empezabas a vivir algo muy semejante a una gran vida. No
te sobraba el dinero, pero sí la cerveza, las putuelas y las rayas de speed.
Sobraban también las peleas, las aventuras con la policía y las emociones
fuertes. Solo quien haya sido joven en las calles de la City a finales de los 70 puede entenderlo. Aquello era el auténtico Londres ardiendo, como cantaba The
Clash. En tu microcosmos barrial eras ya
un cantante conocido, pero ni en tu sueño más salvaje intuías lo que llegaría
para ti después de recibir la llamada de Steve.
Por
supuesto que habías escuchado a la Doncella de Hierro. ¿Quién carajos no
conocía a esa banda en el este de Londres? Cierto, no congregaban multitudes ni
catástrofes como los Pistols ni habían alcanzado el estatus de leyenda del que
ya gozaban Rotten y compañía, pero llenaban cada club en donde se presentaban,
pese a que la Inglaterra del 78 las greñas largas apestaban a anacrónica
reliquia.
Era
un tipo extraño aquel Steve. Nacido como tú en la clase obrera del este de Londres, era a sus 22 años un bajista
conocido. Un músico que se tomaba en serio su trabajo, tal vez demasiado. Nada
que ver con un Sid Vicious que nunca en su vida aprendió a tocar el bajo y nada
que ver con el desenfreno que exigía el espíritu de la época. Steve era un
generalito, un pequeño empresario, un tipo disciplinado y estricto que quitaba
y ponía músicos en su banda cuando algo no le parecía. Como hijos del este de
Londres tú y Steve tenían un culto común que los unía: el West Ham United. El
detalle es que la manera de vivir y practicar esa religión cokney era harto
distinta. Mientras tú estabas borracho en el lado salvaje de la tribuna
montando peleas en nombre de los “Hammers”, Steve entrenaba con las fuerzas
inferiores del club. Aquel bajista era un buen jugador de futbol, un medio
ofensivo talentoso que pudo haber debutado en el primer equipo del West Ham si
se lo hubiera propuesto. Steve se tomaba el futbol tan en serio como su banda,
tanto, que en algún momento debió elegir entre los dos caminos y algo le hizo
creer que su carrera de bajista ofrecía un horizonte más amplio.
Eligió
el bajo sobre la pelota, aunque no dejó nunca de ser un futbolista amateur.
Como bajista empezó a picar piedras desde los 16 años, y antes de cumplir los 20, un día de
1975, decidió bautizar a su banda con el nombre de un instrumento de
tortura medieval. Maniático del orden y del buen sonido, Steve se tardó
demasiado en conseguir una alineación más o menos estable para su banda. Ningún
músico lo dejaba contento y cualquier insubordinación e indisciplina era
castigada con el despido. Cuando Steve te buscó para ofrecerte el micrófono, un
par de cantantes habían pasado ya por el grupo sin que ninguno llenara sus
expectativas. Tú le gustaste desde la primera audición. No hubo demasiadas
dudas ni titubeos. Contigo la propuesta iba en serio. La banda aún no tenía un
disco grabado, para ya tenía un nombre en las calles de Londres. Aquello olía a
espuma en ascenso.
Aunque
tu voz y tu estilo gustaron desde un principio, la realidad es que Steve y tú
nunca coincidieron en conceptos y gustos musicales. A él lo prendía Jethro Tull
y UFO y a ti aquello te parecía ridículo y pasado de moda. Él se aferraba a los
pelos largos y al perfeccionismo musical y tú en cambio estabas fascinado con
la fiebre punketa que se multiplicaba como epidemia por los suburbios de
Londres. Cierto, no eras un punk con cresta de colores y seguros oxidados
agujerando tu nariz, pero tampoco tenías
esa pinta de hippie trasnochado. Vaya, eras el único miembro del grupo cuyo
pelo no era largo y tu facha, con esa chamarra de cuero que no te quitabas ni
para dormir, era la de un motociclista sin Harley.
Desde
un principio te quedó claro que para Steve el rock era virtuosismo, creatividad
compositiva, complejidad, trabajo duro y disciplina, mientras para ti el rock
es actitud, desmadre, peleas y putas. Más de una vez le sugeriste a Steve que
se cortara el pelo y se subiera al tren de los Pistols, pero él se aferró a su
pelambre y a su afán de complejidad. El cabrón soñaba con tener tres
guitarristas en el grupo y en algún momento llegó a probarlos.
Lo
cierto es que tu presencia puso sangre caliente en las venas de la Doncella.
Sangre caliente, puños cerrados y huevos. Dijera lo que dijera ese dictadorcito
de Steve, contigo en el micrófono la Doncella empezó a derrochar potencia.
Claro
que tu nuevo jefe casi te despide la noche aquella en que el productor Ron
Smallwood fue a verlos al Windsor Castle y tú faltaste a la cita, pues la
policía te había arrestado la noche anterior después de una pelea. Steve tuvo
que joderse e improvisar como cantante lo cual
nunca fue su fuerte. Que se jodiera el amargado.
Al
final tus ligues acababan por ayudar a todo el grupo, pues de no haber sido por
la enfermerita aquella que te estabas cogiendo, nadie les hubiera dado posada
en Cambridge cuando se encerraron a grabar su demo. Una noche intentaron dormir
en su camión al que llamaban la Diosa Verde, un autobús casi tan jodido como
este armatoste mexicano en el que vas viajando. Obviamente se cagaron de frío y
no pudieron pegar el ojo. La enfermerita les dio quebrada en su casa y entonces
pudieron grabar The Soundhouse Tapes. Lo mejor de aquel disco fue la portada.
Por única vez en la historia un disco de la Doncella no apareció con el
monigote ese que los acompañaría por los siguientes 30 años en sus tapas, sino
con una imagen de desenfreno punketo. ¿Y quién aparecía en aquella portada
mítica de 1979? Tú y nada más tú. El único de los músicos de la Doncella que se
ha inmortalizado en la cara de un disco. Era una fotografía en donde apareces
de espaldas, sin camisa, micrófono en la mano derecha, puño izquierdo arengando
a la multitud. Cierto, en un segundo y muy reducido plano se alcanza a ver
Steve con su bajo, pero ni siquiera se distingue su cara. Tú eres el centro de
la imagen. Tú y el público que alza los brazos junto contigo. Cuando miras tu
panza desparramada sobre el asiento del camión y tu fofa piel de 130 kilos
parece que hubieran transcurrido dos vidas desde aquella foto. Nunca fuiste
esbelto, pero tu torso desnudo y sudado derrochaba energía mientras tu pantalón
de cuero y el cinto con puntas metálicas proyectaban rudeza. Sí, una
sensualidad ruda a lo Iggy Pop. The Soundhouse Tapes es una portada punketa,
con sudor y endorfinas, no una imagen de cómic. Un demo de cuatro rolitas que
en menos de una semana vendió 5 mil copias.
Aquello empezaba a apestar a grandeza
A
finales de 1979 se encerraron a grabar el primer disco y no fue precisamente en
una cochera. EMI fue el sello Aquello
iba en serio, absolutamente en serio. De las nueve canciones que aparecen en el
disco en tres aparece tu nombre como compositor. Running Free, cuya letra tú
compusiste, fue el primer sencillo y debutó en el puesto número 34 en el Reino
Unido. Su primera gira con el disco en la calle incluyó 51 fechas por toda la
isla de abril a julio del 80 incluidos cuatro conciertos en el Marquee. Aquello
era solo el comienzo. En agosto ya estaban tocando con los mismísimos UFO en el
festival de Reading y para el otoño fueron invitados por Kiss para abrir su
gira europea. Fueron 24 conciertos en Italia, Alemania, Holanda, Bélgica,
Suecia, Dinamarca y Noruega. Más de 350 mil personas los vieron. ¿Lo puedes creer? Acababas de
cumplir 22 años de edad y no hacía mucho tocabas en barecitos pordioseros.
Aquel año transcurría muy de prisa. Tú, que apenas habías salido de Londres,
ahora habías recorrido toda Europa en un mes. Por supuesto sobraban emociones y
hembras, pero faltaba tiempo. Y ahí estabas ante suecas y danesas buenísimas
que mataban por un autógrafo tuyo, pero ahí estaba también el cabrón de Steve,
el aguafiestas de Steve en su papel de puto capataz que tanto le gustaba,
asegurándose que nadie se pusiera demasiado loco. Viviste rápido aquella
primera gira y ni siquiera pudiste vivirla como a ti te gusta, aunque de la
forma que sea te las arreglabas para escaparte por las noches y conseguir algo
que meter por la nariz.
Con
el final de la gira no llegó el descanso, sino otro paseo por el Reino Unido
para presumir al nuevo guitarrista y después a encerrarse a piedra y lodo en el
estudio para grabar el segundo disco. ¿Y sabes quién los esperaba en el
estudio? El mismísimo Martin Birch, el productor de Deep Purple, de Rainbow, de
Fleetwood Mac. Todo diciembre estuvieron encerrados y en enero el disco estaba
ya en la calle con un tour de 24 fechas por todo el Reino Unido. De las once
canciones contenidas en el disco solo en una aparece tu nombre como compositor
a lado de Steve, pero eso sí, es la mejor canción el disco, la que le da nombre
y la que sería tu himno: Killers.
No
hubo tiempo para celebrar como hubieras querido. Antes de la primavera de 1981
ya estaban embarcados en un tour europeo de 40 fechas como cabezas de cartel.
Nunca, ni en tu peor pesadilla habías imaginado que el rock pudiera ser tan
agotador. Antes, en tu etapa de cantante
de cantina, podías emborracharte a gusto y cogerte a una tipa después de la
tocada, pero ahora apenas acababa el concierto cuando ya había que largarse al
hotel para madrugar al día siguiente a tomar el vuelo hacia la próxima ciudad. En
cualquier caso la fama te estaba sentando de maravilla. Aunque el líder de la
banda era Steve, tú eras el que aparecías
siempre en el centro de las fotografías, el rudo, el guapo, el
carismático, el que era capaz de poner loca a la gente.
El
81 fue el año. El más intenso, el más extremo y desenfrenado. En el 81 fuiste
un tren bala corriendo sin límite de
velocidad por la autopista del gran
mundo. En mayo estabas ya en el otro lado del planeta, en la tierra donde nace
el Sol. Después de triunfar en Europa tu banda estaba tocando en Japón.
¿Podrías creerlo? ¡En Japón! En el lugar donde Deep Purple grabó su mítico
concierto. ¿Lo podrían creer tus padres? ¿Lo podrían haber imaginado algún día
tus colegas de barrio con los que te emborrachabas en la tribuna del West Ham?
Cuándo iba a imaginar tu padre o tus tíos, desde sus vidas de obreros pobres,
que el borracho irresponsable de Paul iba a estar tocando en Tokio. No cualquier imbécil es invitado a
tocar del otro lado del mundo. Fueron cinco conciertos en Japón con boletaje
agotado por completo y tan emocionados estaban con la banda por aquellos
rumbos, que presionaron a la compañía para grabar un disco en vivo. Saludos Deep Purple ¿No que ustedes eran los
únicos?
Claro,
al arrogante de Steve no le gustó nada el disco e incluso se opuso a que
saliera a la venta, pero los ejecutivos de la disquera impusieron su voluntad.
De acuerdo con el generalito de tu jefe el sonido era deficiente, pero lo peor,
según el hijo de puta, era tu voz. ¡Tu voz! El muy cabrón empezó a echarte en
cara que te emborrachabas y desvelabas todos los días y que tu voz estaba
cansada y bofa como la de un ebrio. Aquellos conciertos de Japón habían sido un
pedazo de mierda, te espetaba el bastardo en tu cara mientras tú cumplías con
mandarlo al carajo. Japón fue el principio del fin. Ahora que lo miras en
retrospectiva fue en Tokio donde Steve tomó la decisión de mandarte a la
chingada, aunque no había tiempo para parar. A la gira japonesa siguió su
primer viaje a Estados Unidos. Empezaron como los grandes, en Las Vegas. Fueron
40 conciertos americanos con Judas Priest y tres más con UFO incluidas tres
noches seguidas en Long Beach Arena con boletos agotados. Peinaron los Estados
Unidos de California a Nueva York, pero para entonces ya todo estaba jodido.
Steve y tú apenas se hablaban y sin duda el jefe ya tenía sus planes. Aunque tú
siguieras siendo el frontman de la banda para él eras ya el ex vocalista. En
los planes del bajista líder no estaba parar. La consigna era regresar a
Inglaterra y encerrarse a grabar su nuevo disco, pero él había decidido que ese
álbum no lo grabarías tú, sino el nuevo cantante.
Apenas
tocaron tierra en Inglaterra el hijo de puta te despidió como si tal cosa, con
la misma frialdad e indiferencia de un jefe de fábrica que despide a un
trabajador borracho. Ni rastro de sentimentalismo y de la cacareada hermandad
de las bandas de rock. El bastardo simplemente te largó y tú, digno y soberbio,
en plan de divo, sabiendo que tú ponías la sangre y el carisma en la banda.
¿Con
que despedido? Muy bien, vamos a ver quién gana y quién pierde.
En
ese momento te sentías seguro y dueño de la situación. Tu rostro y tu voz eran
conocidos por decenas de miles de personas en todo el mundo. Las hordas de
seguidores de la Doncella te conocían e identificaban a ti, no al greñudito
mamón de Steve y su bajo. Que lo intentaran, a ver si con otro cantante podían
convocar las mismas multitudes. ¿Querían seguir sin ti? Pues muy bien, veremos
quién llega más lejos.
El
verano de 1981 estaba llegando a su fin y comenzaba, a tus 23 años de edad, el
otoño de tu vida.
Ese
otoño hace tiempo se ha transformado en
invierno, aunque nunca acabe de congelar del todo. Tu vida es un largo
purgatorio pero ni siquiera alcanza la categoría de infierno. Los infiernos son
extremos e intensos, mientras tu purgatorio es largo, denso y sin variaciones
como esta interminable carretera mexicana por donde hoy transitas a bordo de
este pestilente camión. Han llegado a la puta aduana de un pueblo en medio de
la arena que colinda con Arizona. Sonoyta se llama este arrabal en donde hay un
puerto fronterizo donde los hacen bajar. Levantarte del asiento es un suplico,
pero los oficiales están husmeando como perros arriba del camión. Para ti solo
hay miradas de sospecha y desconfianza, aunque cara de narco no tienes. Ante ellos eres un gringo loco que ha venido
a México a buscar mota barata.
Vuelves
a subir al camión y acomodarte en tu ratonera te cuesta aún más trabajo. Restan
todavía unas ocho horas de camino a través del desierto. Lo más pestilente de
momentos como éste, es que aunque finjas indiferencia no puedes dejar de pensar
en ellos. Tú estás en medio del desierto mexicano subiendo a un camión pueblero
conducido por un chofer con mala cara, mientras ellos van volando en su avión
privado. Tú te diriges a tocar a un tecurucho donde con trabajo lograrás reunir
50 o 70 personas mientras ellos van a tocar en un estadio o una arena donde los
30 mil o 50 mil boletos están vendidos desde hace meses.
Desde
el momento en que saliste de la banda te prometiste a ti mismo no volver a
pensar en ellos ni prestarles la mayor atención. Ellos serían los que tendrían
que pensar en ti, ellos serían quienes verían tu carrera encumbrarse. Ahí
estaba el caso de Ozzy Osbourne, más demente y borracho que tú, echado a
patadas de Black Sabbath y ahora triunfando con un disco solista. A tus 23 años
con un prestigio muy bien ganado como cantante de una banda que se hizo famosa
gracias a ti estabas listo para comerte el mundo como líder de tu propio grupo.
Ahora no tendrías que estar soportando a un bajista dictadorzuelo tronándote de
los dedos. Harías un grupo de rock de verdad, donde habría espacio para
divertirse en grande y gozar la vida sin preocuparse por virtuosismos o asuntos
de ingenierías sónicas.
Dijiste
que no pondrías la menor atención en la banda que te despidió, pero hubiera
sido imposible para cualquiera forzar la indiferencia. De pronto tu ex banda
empezó a estar en todas partes. Simplemente no descansaron un solo minuto. En
1982 tenían su nuevo disco con una portada “satánica” que causó polémica y
abarrotó estadios. La Doncella se empezó a tragar el mundo. Del 82 al 84
grabaron tres discos exitosísimos y le dieron varias vueltas al planeta, mientras tú no acababas de arrancar tu nuevo
proyecto.
De
reojo los mirabas fingiendo que no te importaba lo que con ellos sucediera,
pero te dolía en el alma verlos llenando estadios y vendiendo millones de
discos. Y aunque te humillara en lo más profundo admitirlo, lo más aborrecible
de todo era pensar en él, en tu sustituto, el nuevo cantante que parecía ser tu
antítesis por cada costado de su ser. ¿Cómo carajos pudo Steve dejarse seducir
por un cantante tan ridículo y pretencioso? Cuando lo escuchaste por vez
primera quisiste vomitar. Aquel idiota tenía complejo de cantante de opereta.
¿Qué se creía el tipejo? ¿Una puta sirena? Esto es rock mi amigo, se requiere
rudeza y no tu voz de “Fígaro, Fígaro, Fígaro”. Parecía demasiado complacido en
ser gritón y en demostrarle al mundo que podía sostener sus vocalizaciones :
¡ruuuuun tooooo the hiiiiiiills!
Además
teatral y payaso. Mira que eso de vestirse como soldado antiguo de la Reina y
salir agitando una Union Jack. Después
te enteraste que el cabrón ha simpatizado siempre con el Partido Conservador y
proviene de un entorno pequeño-burgués. Para eso te gustaba el grupito de rock.
Elegir un cantante de colegio
aristócrata. Mientras tú estabas bebiendo y buscando bronca en una esquina,
aquel niño bien estaba estudiando historia y entrenando esgrima.
Los
años fueron pasando y pronto te quedó claro que él representaba todo aquello
que tú jamás serías. Lo más evidente pasa por el físico. Mientras tú ibas
irremediablemente engordando y te resignabas a tu calvicie, él se complacía en
dar saltos por el escenario mostrando su condición física de atleta olímpico.
El hijo de puta estaba en el equipo nacional de esgrima y pudo haber ido a las
Olimpiadas de Barcelona a representar al Reino Unido con su espada y si no fue,
se debe a que le dio prioridad a las giras de la banda que para entonces
llevaba ya nueve discos de estudio.
Pero
el cabrón no se conformaba con eso. Su pedantería y sus ambiciones nunca han
tenido límites. Ser cantante de la banda de heavy metal más famosa del mundo
podría ser para cualquiera un trabajo de tiempo completo, pero él no se daba
abasto. Era cantante, pero además destacaba como esgrimista, maestro de
Historia, escritor (publicó un par de novelas el hijo de puta) cineasta
(escribió el guión de una película sobre Aleister Crowley que codirigió)
empresario cervecero (empezó a hacer una cerveza carísima con el logo de la
banda) y por si fuera poco ¡piloto aviador! Carajo ¿No es el colmo? ¿No es eso
lo más anti rocker del mundo? Un trajecito blanco con tu corbata y tus
estrellas de chofer de aviones. Y lo más
falso de todo es que ahora el canijo presume de pilotear el avión de la gira.
Por supuesto es una estrategia mediática, algo para parecer cool y
extraordinario y pasar a la historia como el único grupo de rock que viaja en
un avión piloteado por su cantante. Claro, en el documental es muy bonito salir
con el traje de piloto, pero lo obvio es que cuando la cámara no está encendida
el tipo se tira a dormir como todos. Ya bastante agotador es cantar más de dos
horas todas las noches para además soportar el desgaste de miles de millas de
vuelo controlando una aeronave. Pura y vil faramalla mediática la de tu
sustituto, aunque no dejas de sentir sal en una herida abierta cada que
imaginas la cantidad de dinero en que se pudre el cabroncito. Él podría dejar de cantar en este
momento y dedicarse a gastar el dinero ahorrado sabiendo que no se le acabaría
nunca, pues además es accionista en una empresa de aviación y tiene demasiadas
habilidades como para pensar que algún día pudiera quedar en el desempleo. ¿Y
tú Paul? ¿Qué carajos has hecho? ¿Qué dice el espejo cuando te miras en él? Lo
único que sabes hacer es cantar canciones de dos tristes discos que constituyen
y han constituido todo tu repertorio a lo largo de tres décadas.
Cierto,
por intentos no paraste. Intentaste formar bandas, desarrollar proyectos con
nombre y concepto propio, con sus propias composiciones y su estilo, aunque al
final, fueras a donde fueras, el cartel te presentaba como el ex cantante, pues
el nombre de tu nueva banda de ocasión, fuera cual fuera, no decía nada.
Nombres
te sobraron: Zona de Batalla, Lobo Solitario, Asesinos. Daba exactamente lo
mismo. Compusieras lo que compusieras la poca gente que los iba a ver pedía
siempre las mismas canciones de tu ex banda. Nunca en tres décadas lograste
crear una sola rolita que la gente pudiera identificar como tuya.
Ser
el jefe tampoco fue ningún alivio. Lo peor de todo ha sido lidiar con músicos y
administrar la miseria, pedirles que se mordieran un huevo y aguantaran las
vacas flacas, pues los proyectos no dejaban dinero. Al final de las giras el
saldo era siempre magro, los números rojos aparecían puntuales e inclementes y
claro, los músicos se sublevaban, exigían o simplemente se largaban cuando les
quedaba claro que ahí no habría nunca cifras de tres ceros.
¿Cuántos
músicos pasaron por tus proyectos? ¿Con cuánta gente tuviste que lidiar y
pelearte a lo largo de todos estos años? ¿Recuerdas todos los que te encararon
y amenazaron con reventar tu rechoncha cara si no les pagabas? ¿Cuántos te
acusaron de tramposo y ladrón? Y tú
nunca fuiste un dictador arrogante como Steve. Eras tolerante y buena onda, te
emborrachabas con ellos, promovías que fueran a cazar putuelas, pero aquellos
mierdecillas interesados tarde o temprano empezaban a exigir dinero y la
camaradería del rock and roll se iba al carajo.
Tus
proyectos naufragaban, tú te entregabas a largas sesiones de droga y alcohol
con lo poco que habías reunido y al final, cuando ya no te quedaba un centavo
partido por la mitad, volvías a intentar algo. Convencer un mánager, buscar una
disquera de medio pelo, tratar de localizar músicos desempleados que se
conformaran con migajas y a empezar de nuevo, aunque no hubiera novedad alguna,
pues lo único que hacías y haces a la fecha es cantar las mismas putas
canciones de siempre con músicos diferentes.
Eso
sí, en tu calidad de gitano le has dado varias vueltas al mundo yendo a las
ciudades y pueblos a los que nadie va nunca, a los andurriales de países
latinoamericanos o asiáticos donde jamás se ha parado una banda de rock.
Pronto
te diste cuenta que en lugar de tratar de mantener una formación estable, lo
mejor era “rentar” músicos locales en cada país que visitabas. Te
ahorrabas no pocos dolores de cabeza. Lo
mejor era apostar por jovencitos que tuvieran grupos amateurs que apenas
comenzaban y para quienes curricularmente representara un enorme prestigio
poder tocar a tu lado aunque apenas ganaran algo de dinero por hacerlo. Su
única tarea era aprenderse las canciones de los dos primeros discos de la banda
y asunto arreglado. El repertorio jamás ha variado ni ha abierto espacio a la
improvisación. Les pagas en efectivo y a destajo, dependiendo del boletaje
vendido cada noche y ellos casi nunca se quejan. Así es más sencillo. Vas a
México y pagas unos mexicanos o vas a Brasil y pagas unos brasileños que te
acompañen en tu larguísima gira que casi incluye rancherías y villorrios.
Al
final tú mismo acabaste estableciéndote en los países donde más girabas, Brasil
se convirtió en tu segundo hogar, pues el gobierno del Reino Unido se
dedicó a castigarte. Eres un súbdito
británico, pero esos codiciosos hijos de puta te encarcelaron por fraude. Un
día se te hizo muy sencillo pedir una compensación por una lesión en tu
espalda, argumentando que dicha dolencia te impedía poder realizar la actividad
que te ha dado siempre de comer. Recibiste apoyo como lisiado, pero no tuviste
inconveniente en seguir girando por países lejanos. ¿Pensaste que no se darían
cuenta? ¿Imaginaste que tu actividad artística es de tan bajo perfil que nunca
nadie notaría que trabajas pese a reportarte incapacitado por un traumatismo en
la columna? El gobierno se dio cuenta del engaño y te refundió en la cárcel por
casi un año. A estas alturas cuesta trabajo saber si te encarcelaron por mentiroso y corrupto o de plano por
pendejo e inocentote, por creer que ellos nunca repararían en que te dedicabas
a recorrer el mundo cantando tus canciones mientras el gobierno te pagaba
puntualmente tu dinerito. Cuando abandonaste la prisión te largaste a vivir a
Brasil. Te proclamaste aficionado del Corinthians y de los Ratos de Porao.
A la fecha en el lugar donde menos sueles
tocar es Inglaterra. Hace años que no tocas ahí. Estados Unidos tampoco es de
tus favoritos. Demasiados impuestos y controles, una sobreoferta de
espectáculos y la plena seguridad de que nadie irá a verte. Tu especialidad es
Latinoamérica, el este europeo, Asia.
Hace
poco en una cantina malamuertera de Ucrania un borracho empezó a picarte la
cresta gritando el nombre del piloto aviador. Desde el escenario lo retaste a
unos putazos. No había más de 30 personas en esa miserable tocada y el resto de
la velada te la pasaste peleando con el pobre diablo. A lo largo de los años
has tratado de mantener una flemática indiferencia pública ante tu sustituto.
Cuando en las entrevistas te preguntan tu opinión sobre él, te limitas a decir
que es un cantante regular, al que le das un siete de calificación y acto
seguido cambias de tema intentando aparentar que estás concentrado en lo tuyo.
Sin embargo aquella noche ucraniana un vil borracho hizo brotar la brutal
honestidad de tu ronco pecho con solo mentar el nombre de tu némesis. El ebrio
se había callado ya el hocico, pero tú no habías hecho más que comenzar.
Empezaste a decir que lo tuyo es punk rock, no ópera y acto seguido imitaste
con voz aflautada el ruuunnnn toooo theee hiiiills. Aquella banda se había
prostituido al convertirse en una máquina de hacer dinero, mientras tú has
seguido levantando la bandera del auténtico rock. Al borracho le dedicaste
Runing free, perorando que en esa canción está el verdadero espíritu de la
banda a la que tú hiciste grande. No la cantaste, la gritaste sin dejar de
mirar y retar al borracho con ademanes. El espectáculo completo, grabado por
una cámara de aficionado, está en Youtube y es el non plus ultra de lo
patético. Un gordo sudoroso que berrea frente a un micrófono ante 30 personas
dedica su tristísimo espectáculo a pelear con un imbécil que no para de reír.
Cuando
eres confrontado o comparado con tu antigua banda tu salida favorita es decir
que tú eres punk, lo cual es poco creíble tomando en cuenta que las canciones
que tocas son el new wave of british heavy metal que se tocaba en 1981. En
cuanto micrófono te prestan sueles perorar que la banda más grande de todos los
tiempos es Ramones y que Joey Ramone fue el mejor cantante del mundo. Para
intentar dar credibilidad a tu perorata, te dio por cerrar tus espectáculos al
son del hey ho, lets go de Blizkrieg Bop el himno de Ramones. Con esa rolita
cerraste en Tijuana y Mexicali y con ella cerrarás en Hermosillo. Fuera de eso,
el resto de tus canciones son las de tu ex grupo. Vaya conflicto de identidad
Paul.
De
cualquier manera ¿qué carajos puedes ofrecer a estas alturas? ¿Te has dado
cuenta de quién es tu espectador promedio? Es un tipo que lleva puesta una
camiseta de la Doncella con la portada de algún disco en el que no participaste
y que acuden a verte porque en sus pueblos no hay demasiada oferta de rock en
vivo y en realidad de casi nada. Ni
siquiera se puede afirmar que tengas una sólida y fiel base de seguidores.
Quienes acuden a verte lo hacen porque no tienen nada mejor que hacer o por el
simple morbo de ver tu decadencia. Los más jóvenes apenas se enteran que hace
mucho tiempo, en una era casi jurásica a principios de los 80, la Doncella tuvo
otro cantante y si acaso conocen una o dos canciones de esa época. Claro, siempre hay por ahí uno que otro viejo necio y
recalcitrante dispuesto a afirmar que la mejor etapa de la Doncella, la más
ruda y auténtica fue contigo en el micrófono. Después la autenticidad se
perdió. Esos raros especímenes, extraños y atípicos cual monotremas, te
encantan, pero son cada vez más improbables, crepusculares e irremediablemente
perdedores…como tú.
Vas
cabeceando sobre tu asiento-ratonera, inmerso en la densidad de la modorra que
antecede el amanecer. El alba ya se intuye en el desierto y las sombras de los
saguaros ya empiezan a dibujarse en la carretera. Hermosillo está cerca. El
reto será bajar del camión con tus gordas piernas anestesiadas tras diez horas
en condición de sardina. Un día más va cayendo de golpe sobre el resto de tu
vida y tu camino sigue, sofocante, sin
variaciones e interminable como esta puta carretera. Demasiados años, demasiados
kilómetros y solo unas cuantas nostalgias mentirosas por cosecha. La vida es
densa, plana y monótona como el horizonte de arena y nopales que se asoma por
la ventana delantera del camión.
En
alguna de tantas borracheras alguien te habló
del supremo arte de morir a tiempo. Piensas en los que dijeron adiós
cuando tú eras espuma en ascenso o estabas sentado en tu pasajera nube de
gloria. En el 79 murió Sid Vicious, el malogrado junkie que nunca aprendió a
tocar el bajo y a quien su nariz reventada en el escenario le alcanzó para ser
el icono del punk. En el 80 murió John Bonham y su lugar en la batería de Led
Zeppelin jamás fue ocupado. La historia
de la banda acabó con su muerte y empezó la leyenda. En el 80 se colgó el
atarantado de Ian Curtis, con 23 años de vida y una efímera carrera al frente
de Joy Division. A la fecha es ídolo de millones de aspirantes a poeta de vena
rebanada. En el 80 también se murió Bon Scott, quien era tan borracho,
pendenciero y mujeriego como tú. Tomó la verdadera autopista al infierno cuando
se ahogó en sus vómitos y se transformó en mito. En señal de luto, AC/DC le
dedicó la portada negra de uno de los mejores discos de rock de todos los
tiempos. Más de tres décadas han transcurrido desde su muerte y a la fecha se
le recuerda como el abanderado de la época más ruda y desenfrenada del grupo.
Piénsalo Paul, todos ellos murieron
cuando tú te estabas subiendo a los cuernos de la luna. Los viste morir desde
tu pedestal de incipiente gloria. ¿Te
los imaginas ahora, 30 años después? ¿Qué clase de ruina sería un Bon Scott de
sesenta y tantos? ¿Cómo se verían Sid Vicious y Ian Curtis gordos y
cincuentones? ¿De qué carajos se perdió el rock por su muerte prematura? De nada.
Ganaron más con su muerte que con su vida. Lo más fascinante fue lo efímero y
orgásmico de sus carreras y su mejor anécdota es la historia de lo que pudo
haber sido. Son leyendas porque fueron
artistas en el arte de morir a tiempo. ¿Y tú Paul? ¿Qué carajos pasó contigo?
¿Cuál es el instante sublime digno de inmortalizarse en estos 30 años de tiempo
extra? Tu vida ocurrió hace mucho tiempo y acabó en el otoño de 1981. Lo demás
es tiempo suplementario, sobrante, tirado a la basura. Ellos están muertos y son
leyenda; tú estás vivo y eres ruina,
óxido, patetismo puro. Es mejor consumirse que dormir oxidado cantó Neil Young.
Tú duermes oxidado, asmático, hipertenso, rengo y gordo. ¿Estar vivo es el
triunfo y estar muerto es la derrota? Ellos no vieron este amanecer en el Siglo
XXI pero el mundo no los vio podridos. Tu fecha de caducidad ocurrió hace mucho
tiempo, Paul. ¿De verdad consideras una
bendición haber sobrevivido a tus excesos?
Imagina
por un momento esta escena: En mayo de 1981, después de cinco conciertos en
Japón con boletaje agotado, tu cuerpo es encontrado en la tina de baño de tu
lujoso hotel en Tokio con una jeringa enterrada en el brazo. La última noche de
tu vida fue de opio y geishas. Una velada a la medida del prematuro paraíso de
una estrella del rock de 23 años de edad consumida en el fuego de su gloria
hedonista. Imagínalo: tu torso aún delgado como aparece en la portada de
Soundhouse Tapes, tu pálido rostro veinteañero, el opiáceo horadando tus venas,
tu nombre transformado en deidad. Aunque para entonces Steve ya pensara en
echarte a patadas, tu muerte traería nueva rentabilidad a la banda y tus compañeros se referirían a ti con
respeto y nostalgia, pues los muertos se tornan inmaculados. El siguiente
disco, ya con el nuevo cantante, sería dedicado a tu memoria y tu legado y las
canciones de tu época serían cantadas con nostalgia. Habría camisetas negras
con tu cara: Paul 1958-1981. Forever Running Free. ¿Te imaginas? ¿No sería
hermoso? Dime la verdad: si frente a ti estuviera el genio de la lámpara ¿no le
pedirías ese gran final en la cumbre? Tu cielo se llamó Japón 1981 ¿Por qué no
morir justamente ahí y en ese momento?
Mírate
Paul, aquí y ahora, amaneciendo en el desierto con tus 130 kilos de peso y el
cansancio eterno de una vida náufraga.
Piensa solo en el día que te espera, en los años que aún te quedan ¿La
vida te oculta todavía alguna sorpresa? ¿Hay alguna razón para seguir cantando
una noche más las mismas canciones?
Vendedor
de la nostalgia más barata, la nostalgia por aquello que jamás a sucedió. Venga
Paul, saca fuerzas de tu cuerpo entumido, levántate, suda grita tus canciones hasta que el asma te
derrumbe.
Vamos
Paul. El arte de morir a tiempo es asunto de dioses, pero tú, como los jodidos
mortales, estás condenado a vivir.
DSB 2 de marzo de 2015, 14:06 hrs.
(entre lluvias bliezkrieg y cielos de azul mentiroso)
PD- Paul Di Anno finalmente murió- “Vamos Paul. El arte de morir a tiempo es asunto de dioses, pero tú, como los jodidos mortales, estás condenado a vivir”. Lo anterior, es el último párrafo de un cuento que jamás publiqué: Paul, o el infortunio de no morir a tiempo. Hoy, después de 43 años de prescindible tiempo extra, Paul Di Anno finalmente murió. Su historia me parece una de las más tristes que ha dado el rock. Si Paul Di Anno hubiera muerto en Tokio en 1981 después de los célebres conciertos del Maiden in Japan, hoy estaría en el Pandemonio del rock codeándose con Bon Scott, alimentando la idílica leyenda de lo que pudo ser. Paul debió morir hace 43 años y hoy sería un ser mitológico, pero le tocó arrastrar la cobija por cuatro décadas y media y apagarse de la peor manera posible. Cuatro décadas y media dando tumbos en hoyos cada vez más miserables, en tocadas de bajísimo presupuesto, interpretando siempre las mismas canciones de los dos mismos discos, con equipos rentados, viajando en autobuses de central camionera mientras la banda de la que eras cantante le da la vuelta al planeta en su jet privado. Cuatro décadas y media evocando el momento en que estuviste casi en la cima del mundo para luego quedar en la calle. A diferencia de Ozzy, de Dio, de King Diamond, Paul jamás pudo crear una sola rola memorable más allá de Iron Maiden. La historia es particularmente triste sobre todo si tomamos en cuenta la biografía paralela de su némesis, Bruce Dickinson, su opuesto absoluto. Paul el borracho, jodido y lisiado y Bruce el súper esgrimista olímpico, piloto aviador, empresario exitoso, cantante sublime con una condición física de veinteañero. Y sin embargo a su triste manera Paul nunca perdió la energía. No sé si es porque de verdad debía corretear la chuleta cada noche o simplemente no se resignaba a bajarse de los escenarios, pero era hasta tierno verlo salir a cantar en silla ruedas, todo gordo, lisiado, alcohólico, pobre, sudoroso, muriendo de asma, pero cantando con pasión Running free, Wrathchild y Killers. Y sí, los dos primeros discos de Maiden son buenísimos, chingones e irrepetibles. Tienen otro tipo de energía. Es un Maiden más barrial, más callejero, más rudo, más speedmetalero. No hay semana de mi vida que no escuche el Killers. Siempre lo traigo conmigo en el carro y anoche en el parque estaba escuchando Phantom of the Opera y hace una semana Ikercho me preguntó si había una rola que Maiden hubiera tocado siempre en cada concierto y le dije sí, la homónima, Iron Maiden, la elegida para la irrupción de Eddie, una reliquia de la era Paul Di Anno, que este día de otoño ha muerto. No sé si algún día publique mi cuento, pero sí sé que hoy toca gritar KILLERS Behind you!!!