Eterno Retorno

Tuesday, July 01, 2025

Cuando la lava comenzaba a arder en el interior, cuando el volcán estaba por hacer erupción

 



Escribí esta carta a Gerardo Ortega hace once años y confieso que la había olvidado. La he reencontrado por casualidad buscando otro documento y después de leerla, reparo en que describe a la perfección lo que estaba sucediendo en mi interior en aquel entonces. Algo ardía, algo quería brotar, un huevo de serpiente estaba a punto de romperse. Era inminente pero aún no imaginaba sus alcances ni lo abrupto de su final. Así me sentía al arrancar el 2014. Había un fuego encendido y el alma estaba en ebullición. El pacto demoniaco estaba por firmarse. Daría lo que fuera por volverme a sentir así, pero esos viajes ocurren solo una vez en la vida. Solo me resta sentirme afortunado por haberlo vivido. Hoy sería ideal tener a la literatura como aliada, como tronco flotador y ruta de fuga, pero la muy cabrona me ha dejado plantado. Flor de un día, un lustro de creatividad y después…el limbo, la pastosa, estéril y límbica densidad.


"Es extraño Ortega, pero al tocar la puerta de los cuarenta mi relación con la literatura se vuelve salvaje,  pasional, extrema, casi patológica. A menudo leo testimonios de gente que recuerda con nostalgia el apasionamiento de sus lecturas juveniles, hablando desde una fría y poco emocional edad adulta en donde leen con cierta distancia y sin mucha capacidad de sorpresa.  Yo en cambio soy más voraz. Tarde he comprendido, como una suerte de tardía revelación, que mi vida pudo ser una suerte de sacerdocio literario, que pude entregarme por completo a las letras. Que nací marcado o condenado a esta adicción, aunque tardé mucho tiempo en aceptarla. De una u otra forma los astros han ido conformando una improbable alineación desde que nació Iker, quien trajo una torta de creatividad bajo el brazo y un cambio de visión, aunque no en el rumbo que esperaba.

Cuando la lógica,  mi rumbo de vida y la paternidad  apuntaban a que me volviera un ser un tanto más serio y racional, cuya pasión literaria quedara reducida a una simple afición recreativa, resulta que la ilusa fiebre de chamaco me toma por asalto justo ahora y si me ves, te podrás dar cuenta que estoy mucho más pirado que antes. A los 30 jugaba la parte y hasta aceptaba ponerme una corbata, pero hoy me he entregado a los brazos de mis desvaríos. Bonita cosa para un cuarentón.  Si pudiera pedir un estúpido deseo, sería tener diez o quince años menos. Lo que estoy viviendo ahora debería haberlo vivido a los 25. Llegar, como he llegado ahora, a la conclusión de que no puedo y en realidad no sé hacer otra cosa que escribir,  y cualquier proyecto diferente  que emprenda necesariamente estará condenado al desbarrancadero.

Desde un tiempo para acá tengo la sensación de que la vida ya no quiere esperar, de que el tren corre con prisa hacia el precipicio.



A veces creo que los astros se alienaron de manera improbable. Había balones en el área y simplemente supe rematar a gol. Hacía falta muy poco para que nada de eso sucediera. Vaya, bastaba que hubiéramos ganado la elección de 2010 y posiblemente yo sería ahora un empleado de gobierno con un sueldo decoroso y un proyecto de vida en la administración pública.  Si hubiéramos ganado nunca habría escrito Réquiem por Gutenberg y acaso habría interrumpido la escritura de Mitos del Bicentenario. Si Hank no hubiera sido detenido por el Ejército convirtiéndose en nota internacional, una editorial como Océano  no me hubiera publicado nunca el Tigre Blanco.  Aproveché las oportunidades y conseguí algo que a inicios de 2010 me hubiera parecido fantasioso: publicar cuatro libros en tres años.

A veces da la impresión de que fue sencillo, al menos bastante más de lo que pensaba, pero de pronto me veo en el espejo y caigo en cuenta de que no sé un carajo, de que soy neófito e inexperto como el escuincle que iba al taller de la UR. Que tengo un montón de manuscritos en las manos y no sé qué chingados hacer con ellos.

Todo el 2013 me dediqué a escribir intempestivamente. Desparramé palabras pero sin proyecto. Trato de encontrar la escultura oculta dentro de la piedra bruta. Sigo intuyendo (o queriendo intuir) que aún hay mucho más, que lo hecho hasta ahora es un esbozo, que en las profundidades aguarda algo que aun puede desdoblarse, como las proezas físicas que puedes lograr cuando consigues el ritmo cardiaco adecuado después de mucho entrenar.

Al mismo tiempo, me doy cuenta de mis tremendos límites y mis carencias. Por ejemplo, puedo en minutos escribir mil palabras de una columna periodística o una editorial para la tele bajo presión extrema, con ruido y distractores sin que me afecte. La escritura periodística se me da naturalita, aun la crónica y el ensayo. Pero cuando intento crear una ficción empiezo a sufrir. Me levanto a las cinco de la mañana y en el silencio total del amanecer, con un café bien negro y la concentración a tope, apenas alcanzo a soltar 300 palabras en dos horas, que al final no me convencen y me resultan artificiales, sin sangre en las venas, vacías de alma y credibilidad. No soy capaz de liberar a los personajes y me cuesta horrores poder construir un diálogo. Como creador soy posesivo y controlador. Me gusta hablarles y tal vez por ello me siento tan cómodo en la segunda persona y tan extraño en las charlas entrecomilladas. Sucumbo siempre a la tentación del ensayo sobre la trama y mis personajes se vuelven parcos, artificiales, poco creíbles.

 Después el día comienza y sé que aunque lo intente  no podré volver a escribir ficción hasta el siguiente amanecer. Duermo poco y me levanto con la urgencia de escribir. Incluso sueño historias (dos de ellas ya las he escrito) A veces topo con un muro y caigo en un pantano, pero hay amaneceres en que la liberación se produce y la sensación es similar a la calma postorgásmica.

Durante el día,  sobre todo por la mañana, voy escribiendo mentalmente mientras manejo o camino. Voy construyendo frases o párrafos que después olvido o naufragan en el absurdo al llegar a la pantalla. Mis dos novelas yacen en una arena movediza de donde no logro sacarlas. Entonces me doy a la tarea de liberar letras paralelas, como son mis cuentos de 20 mil palabras de Días de whisky malo y los desvaríos futboleros.

En fin Ortega, te juro que no era mi intención ni mi idea escribirte una carta de  mil palabras en unos cuantos minutos. Simplemente pensaba contestar tu correo, decirte gracias, pero las condenadas palabras se sublevaron. Considéralas palabras prófugas, escapadas del corral, palabras rejegas sobre las que no tengo potestad alguna.

Algo va a pasar carajo. Hay mucha pinche lava ardiendo en el interior.

Un abrazo muy grande. Gracias por estar y existir. Acaso esta carta haya sido una terapia de catarsis. En cualquier caso me siento un poco mejor después de haberla escrito".  DSB

Monday, June 30, 2025

Sí hay tal lugar



 Lo ordinario es que al llegar los últimos días de diciembre todo mundo empieza a subir sus listas con los mejores libros del año. Pues bien, dado que estamos llegando al final de la primera mitad del 2025, yo me permitiré alterar la costumbre y compartir el que considero el mejor libro que leí en estos seis meses: se llama Sí hay tal lugar y lo escribe Federico Guzmán Rubio. Un ajolote narrativo entre crónica viajera y ensayo a lo Montaigne. Federico agarró la mochila y se fue recorrer las ruinas de siete utopías latinoamericanas que trascendieron lo ideológico para intentar llegar a lo geográfico. Nacieron en el escritorio y llegaron (al menos por un corto periodo) al territorio. Por fortuna, Federico no se limitó a investigar y escribir desde una biblioteca de académico y honrando a los grandes cronistas de antaño, narró describiendo aquello que miró pero sobre todo aquello que sintió al recorrer esos sitios. Ahí están estas ruinas que vio (Ibargüengoitia dixit) aunque en algunos casos quedara poquísimo por ver. Las utopías visitadas son Fordlandia y Colonia Cecilia en Brasil (utopías industrial y anarquista); Nueva Germanía en Paraguay (utopía nazi); la Isla Martín García en Argentina (la utopía republicana); Solentiname en Nicaragua (la utopía revolucionaria) y Pátzcuaro y Santa Fe en México (utopías cristiana y neoliberal). Leí la mayor parte de este libro viajando en tren por Japón (una divina y perfecta utopía en sí misma) De hecho ese primer ejemplar se quedó a vivir en tierras niponas, pues se ocultó en un vagón en el tramo entre Hakodate y Kanazawa. De regreso a Tijuana volví a pepenarlo y me permití releerlo (ahora mismo lo releo mientras finjo participar en una asamblea del comité de vecinos de mi fraccionamiento, una descomunal utopía que a gritos y sombrerazos suma 22 años de convivencia frente al Pacífico). Pienso en lo odioso que debe haber sido Henri Ford, en que me da una hueva enorme la puritana ética empresarial protestante y en que todos en algún momento hemos alucinado con la idea de una comuna anarquista, aunque esté a priori condenada al fracaso. También me hizo recordar el peor carro que he tenido en mi vida, una Ford explorer que me hizo gastar miles de pesos en gasolina y mecánicos. Pienso en que las utopías nazis latinoamericanas siempre acaban luciendo ridículas, patéticas e involuntariamente cómicas. Pienso en que sería bueno mandar a Milei a vociferar y gritonear a la Isla Martín García (alguna vez navegamos a su alrededor pero no nos fue dado desembarcar). Pienso que yo también escuché la palabra Solentiname gracias a Mano Negra, que me inspiró el lago de Pátzcuaro y que nunca me he sentido a gusto cuando he ido a Santa Fe. Pienso que Baja California nació como una desquiciada utopía misional jesuita, que en 1911 los magonistas consolidaron por unas cuantas semanas su utópica república anarquista y que en cierta forma vivir aquí sigue siendo un intento por dibujar una realidad aparte, un absurdo paréntesis interzonal, una península que tarde o temprano se separará de continente (en cierta forma ya lo está) Pero pienso, sobre todo, en que independientemente del tema, lo que más aprecio de un libro es su buena prosa y Federico es un prosista simplemente chingón. Me seduce la idea de la prepotencia del amanecer y su alarde de luz anunciando la categórica violencia del mediodía y coincido en que una revolución a menudo es un cuento fantástico de interpretaciones opuestas o una discreta visita al baño para vomitar y después callar. Un derroche de frases e ideas ingeniosas, de ácidas ironías y un diálogo interno que horada en lo profundo y me hace dudar y cuestionarme mi propio rol como terco e incurable utopista zarandeado por la méndiga realidad. Federico viaja para dudar y para divagar que son las mismas razones que me hacen abrir un libro o cargar una mochila. Me gusta leer a Federico, pues he llegado a la conclusión de que entre matar al rey o beberme una cerveza, siempre será preferible la segunda opción.

Wednesday, June 25, 2025

Adiós Don Genaro




“El hombre que está sentado frente a mí en una mesa del Archivo Histórico de Tijuana cumplirá 87 años de edad en primavera pero su voz y su mirada nada tienen que ver con el estereotipo de la senectud. Posee el atípico don de saber contar con claridad una historia y enganchar a su interlocutor. Lleva un saco color beige, bufanda negra y boina gris. El apretón de su mano es firme y el fluir de su relato es tan coherente como armónico. Ni asomo de redundancias o confusiones en la avalancha de anécdotas que me va compartiendo a lo largo de la mañana. Se llama Genaro Nonaka García y aunque su rostro evidencia la estirpe japonesa, él es tan tijuanense como la ensalada César y la Avenida Revolución. Genaro, el hijo menor de Kingo Nonaka, nació en Tijuana el 17 de mayo de 1930 y en esta ciudad ha vivido la mayor parte de su vida.

Conocí a Genaro Nonaka en la agonía del verano de 2010 gracias a Gabriel Rivera, director del Archivo Histórico de Tijuana. Inmersos en los festejos del Bicentenario de la Independencia, Gabriel me comentó que el señor Nonaka, trabajando en equipo con el profesor Fernando Aguilar Robles, había logrado reunir la colección perdida de su padre, una descomunal galería fotográfica en donde se muestra la Tijuana de los años veinte. A grandes rasgos me puso en antecedentes y me habló de Kingo Nonaka, el extraño japonés que fungió como enfermero de Pancho Villa. Lo que casi nadie sabe, me dijo Gabriel, es que ese japonés fue el encargado de rescatar el cuerpo de Rodolfo Fierro de las profundidades de la laguna donde se ahogó. La historia del buzo nipón sacando al más sanguinario pistolero villista del fondo de un pantano fue un imán demasiado fuerte y fue el primer pasaje por el que pregunté a don Genaro cuando Gabriel me lo presentó en aquel septiembre del Bicentenario.

Lo primero que Genaro Nonaka trasmite es esa esencia de antes, contenida acaso en el tenue aroma a agua de colonia que irremediablemente me lleva al recuerdo de mi abuelo. Suele usar boina o sombrero y no recuerdo haberlo visto nunca sin saco. Es un hombre que parece irradiar un porte natural y se conduce con sobria caballerosidad no exenta de un fino sentido del humor. De repente en su charla irrumpe una elegante ironía o un repentino chascarrillo. Me gusta su manera de compartir anécdotas haciéndome preguntas, marcando suspensos o jugando adivinanzas.

Cuando lo conocí me contó que trabajaba en la recuperación y edición de las memorias de su padre, garabateadas a mano en un cuaderno y yacientes en el baúl de los recuerdos familiares”.

Lo anterior es la descripción que hago de don Genaro Nonaka García en mi libro El Samurái de la Graflex. Don Genaro fue un ser absolutamente excepcional con un don natural para narrar. Lo conocí hace 15 años. Me tuvo toda la paciencia y me dio todo el apoyo para que pudiera escribir mi libro y tuve el honor y la fortuna de que me acompañarla a presentarlo en diversos foros. Nunca acabaré de darle las gracias. Hace un mes acudí al festejo de sus 95 años sin saber que sería la última vez que lo vería en mi vida.

Gracias Don Genaro. Usted fue para mí inspiración pura. Nadie me narró nunca historias tan extraordinarias de la forma tan amena como usted lo hizo. Fue emocionante escucharlo cantar y regalarnos tantas sonrisas en su fiesta de cumpleaños. Nunca habríamos imaginado que ese canto era una despedida, su forma tan alegre de decirnos adiós. Fueron 95 años de fortaleza, voluntad, pero sobre todo de amor, mucho amor. El amor con el que custodió y compartió el legado de su padre, el amor que le prodigó a su querida Tijuana y el amor con el que formó una linda familia. Adiós Don Genaro. Yo sé bien que valió la pena una y mil veces vivir la vida que usted vivió

El mural de los guarumos


 

Hoy por la tarde, al bajar por la calle Segunda, Carol y yo descubrimos la existencia de un espantoso grafiti encimado sobre uno de los murales más bonitos de Ariana Escudero. Ese mural en particular siempre nos ha gustado. Ariana captó muy bien la expresión de los perritos y uno de ellos, el que trae la pelota en la boca, es idéntico a nuestro tremendo Pappo. La aparición de ese grafiti me puso triste, pues de pronto reparé en que la artista que lo creó ya no está entre nosotros y no podrá pintar otro mural más. Hiere pensarlo, pero más temprano que tarde su herencia de arte urbano se irá perdiendo hasta que no quede vestigio. A menos que las autoridades hagan algo por preservarlo y cuidarlo, los actos vandálicos y el deterioro de la ciudad irán acabando con ese legado artístico. Entonces un pensamiento me llevó a otro y de repente pensé en que esta fue la primera mañana en casi un siglo en que Tijuana amanece sin uno de sus hijos más queridos y longevos, como fue Don Genaro Nonaka, quien nació en 1930 en una ciudad de leyenda que ya no existe. ¿Cuántas personas sobreviven que hayan visto la Tijuana de los años 30 que retrató la cámara del padre de Don Genaro? Pronto no quedará ni una sobre la faz de la Tierra. El fluir en torrente del pensamiento me llevó a recordar el inicio del cuento El Aleph de Borges, donde el narrador habla de cierto anuncio de cigarrillos rubios que es reemplazado el día después de la muerte de Beatriz Viterbo y solo entonces reparaba en cómo el incesante y vasto universo se va apartando rápidamente de los que ya no están aquí. Primero en pequeños detalles accesorios que nuestros ojos ya no verán cuando dejemos de existir, pero después caerá un inevitable manto de olvido contra el que nada podemos hacer. Tal vez es la edad, la conciencia absoluta de lo frágil de la salud y la finitud que ha dejado de ser una metáfora, pero últimamente pienso demasiado en ello.

Un día cualquiera, -carne pura de intrascendencia- morirá el último ser que haya tenido contacto contigo en la vida. Poco después, morirá el último ser que te recuerde en el mundo o que acaso haya pronunciado tu nombre aunque nunca te haya conocido, pero el planeta seguirá girando, seguirá amaneciendo y anocheciendo y niños a los que aún les falta mucho por nacer se asomarán a las ventanas de edificios que aún no existen y mirarán una ciudad que tú no reconocerías y en donde no quedará ni vestigio de tu paso por esta vida.
En fin colegas, todos estos pensamientos trajo consigo la contemplación de un grafiti sobre un mural.

Tuesday, June 24, 2025

Tu certero tiro le vació el ojo izquierdo al Tigre balcánico



 

Tu primera misión en solitario sin tutores de por medio se dio en la guerra balcánica. La primera vez viajaste con un pasaporte moldavo a nombre de  Vasile Albescu  y tu reto sería infiltrarte en las cúpulas de paramilitares serbios que controlaban el mercado negro en la ex Yugoslavia. Después utilizaste un pasaporte esloveno y otro albano.

El primer gran éxito de tu carrera fue el asesinato de  Željko Ražnatović, el temido Tigre Arkan, un sanguinario paramilitar con complejo de playboy, casado con la cantante pop más popular de Serbia.

El Tigre Arkan controlaba el tráfico de armas, las redes de prostitución y el contrabando de divisas. Era dueño del Obilic,  un equipo de futbol de la primera división serbia, en donde manejaba a placer  arbitrajes y apuestas, además de regentear clubes de boxeo y lucha. La consigna no era solamente matar a Arkan, sino conseguir apuntar las sospechas hacia el presidente Milosevic y en especial sobre su hijo, un aspirante a mafioso que competía con el Tigre por el control de la vida nocturna en la capital serbia.

Todo salió con exactitud de relojero suizo. Tú mismo ultimaste al Tigre Arkan mientras bebía una copa en el elegante salón del hotel Crown Plaza en Belgrado. Tu certero tiro le vació el ojo izquierdo. Su esposa, la cantante Ceca, y sus dos hijitas,  estaban a unos metros de ahí. Saliste limpio de la escena criminal y la opinión pública habló de una vendetta  mafiosa a cargo de matones allegados a Milosevic. Ni siquiera los más alucinados conspirafóbicos osaron insinuar algún vínculo estadounidense con el crimen. La discordia estaba sembrada en Serbia. El propio Reverendo Fenwick te felicitó en privado por el éxito de la misión.

Los encargos se multiplicaron a partir de entonces pero no siempre te tocó eliminar a sediciosos enemigos de la inmaculada América. Tus balas y tus bombas fueron no pocas veces intencional fuego amigo. Más de una vez eliminaste a ciudadanos estadounidenses, agentes encubiertos, personal de cuerpo diplomático o militares en misión. ¿Por qué? Lo tuyo nunca ha sido pedirle explicaciones o justificantes al Reverendo. La orden se cumple y punto. Los efectos posteriores explican la utilidad de tus acciones.

Monday, June 23, 2025

Biblioteca de la dedicatoria ajena

 


Aunque todavía no es muy extensa, poco a poco he ido armando mi pequeña biblioteca de la dedicatoria ajena. Es decir, libros que fueron autografiados por su autor a otra persona (a menudo desconocida por mí) y que por caprichosas aleatoriedades fueron a caer en mis manos. Cuando uno abre bien los ojos y hojea con olfato de cazador en las librerías de viejo o ferias del libro antiguo, suele encontrar libros dedicados. No es que sean miles, pero tampoco es raro dar con ellos. Claro, esto no significa que yo pepene en automático cualquier libro con dedicatoria, pero digamos que si el ejemplar es medianamente apetecible, la firma puede ser un aliciente para abrir la cartera. Mi última adquisición fue La isla tiene forma de ballena de Vicente Quirarte con firma para la “adorada Leticia”. ¿Quién sería Leticia? ¿Por qué el libro no está ya en sus manos? ¿Acaso habrá muerto? En cualquier caso, la novela está resultando ser una grata sorpresa. Habla del exilio de Margarita Maza de Juárez  y el Club Liberal Mexicano en el Nueva York de la Guerra de Secesión durante los años del imperio de Maximiliano. Tiene toda la escuela de Fernando del Paso a quien por cierto dedica la novela, que bien podría fungir como un apéndice de Noticias del Imperio. En cualquier caso la estoy disfrutando. La he estado leyendo en salas de espera ahora que hemos estado atendiendo una contingencia médica. De Quirarte solo había leído un ensayo sobre la lectura, pero esta novela histórica ha conseguido atraparme. Otros ejemplares célebres de mi biblioteca de la dedicatoria ajena son Duelo por Miguel Pruneda de David Toscana, La Clave Morse de Federico Campbell, El imperio de la neomemoria de Heriberto Yépez, Los territorios de la tarde de Rafael Ramírez Heredia y Dos mujeres en Praga de Juan José Millás entre otros. También tengo algunos libros dentro de los cuales he encontrado extraños apuntes e incluso cartas de amor, pero esa es ooootra historia que ya les narraré.

Wednesday, June 18, 2025

Ecos del 97

 


Los siguientes seis meses fueron de mil y un proyectos lunáticos y ni un centavo partido por la mitad, viendo a los Tigres recetar goleadas cada sábado,  acercándose cada vez más al sueño del retorno que se produjo el último domingo de mayo de 1997  batiendo 4-0 a los Correcaminos en Ciudad Victoria,  sellando así el regreso a la primera división mientras yo iniciaba mi vida laboral en serio por vez primera con un trabajo de 14 a 16 horas diarias en las entrañas de un monstruo periodístico donde debuté como reportero de infantería. Noches blancas y litros de café negro inundaron ese verano de pininos reporteriles. La vida, pensaba yo, jugaba en plan rudo. Tigres retornó con más pena que gloria a la primera división, pero al menos se acordó de ganar clásicos. En otoño de 1997 Miloc, el hombre que nunca perdió un clásico, retornó al equipo. Todos pensaban que regresaba solo para perder su racha invicta en el derbi regio, pero el viejo charrúa traía un as bajo su guayabera. Lo peor es que al Monterrey lo entrenaba Tomás Boy, lo cual me resultaba el non plus ultra de la traición abyecta. Miloc contra Boy.  Ese día debutó con rayados un portero que años después sería condenado a cadena perpetua acusado de secuestro y tuvo una tarde pésima. Emil Kostadinov, el goleador búlgaro, hizo ese día sus dos únicos tantos en el futbol mexicano y Tigres volvió a ganar un clásico después de seis años.    

Yo empecé a practicar periodismo de inmersión disfrazado de taxista pirata y parroquiano de bar clandestino. Nunca fui capaz de aprender a hacerme el nudo de la obligatoria corbata que aquellos años me asfixió como una horca. Sin derecho a cubrir las fuentes que garantizaban portada, me dediqué a cazar notas en la desolación campirana del sur neolonés donde leí Rayuela entre incendios serranos. La Maga y Oliveira siempre tendrán consigo el aroma a pino chamuscado de aquellos días.

Monday, June 09, 2025

Niklas Natt Och Dag



Existen ciertas novelas que te mantienen despierto. Literatura capaz de arrancarte cualquier vestigio de modorra y sostenerte con el ojo pelón hasta el amanecer. En mi adolescencia y juventud era común para mí pasar tres o cuatro horas leyendo en la cama y en mis tiempos de vocacional insomne, no era raro ver amanecer con una novela en la mano. Tal vez con la edad me he vuelto más dormilón, pero lo cierto es que  cada vez es menos frecuente que pase demasiado tiempo leyendo en la cama. Bueno, eso era antes de descubrir a Niklas Natt Och Dag, que me ha recordado lo que se siente pasar la madrugada entera leyendo.

A este autor sueco solo lo leo de noche. No poseo ningún libro físico de él (jamás he visto un ejemplar impreso en una librería mexicana) y solo he podido conseguirlo en Kindle, artefacto que reservo para la lectura nocturna. Natt Och Dag (Estocolmo, 1979) es autor de una trilogía de noir histórico que acontece en la Suecia del Siglo XVIII. El joven no se anduvo con complicaciones a la hora de los títulos y llamó a sus libros 1793, 1794 y 1795. Pues bien, yo leí 1793 y ahora estoy por concluir 1794 y solo puedo decir que este cabrón es capaz de colarse a lo profundo de tus pesadillas. Son novelas oscurísimas. Blacker than darkness. Sin embargo, creo que su maestría está en su capacidad de combinar gore con filosofía, tinieblas ontológicas con carnicería explícita. Una suerte de híbrido entre Rousseau, Bataille y Marqués de Sade. Ideal para leerse con metal sueco de fondo, imagínate un Opeth o Katatonia que de una página a otra se transforma en Entombed o Dissection. Creo que la clave está en su capacidad de reflejar hedores, pestilencia, hacinamiento, dolor y la brutalidad propia de una época.  Su descripción de una decapitación ejecutada por un verdugo torpe y alcoholizado es de lo más crudo que he leído en años. También el retrato de los barcos de esclavos que llegaban a la colonia sueca de San Bartolomé.

Su pareja de detectives, Cardell y Winge, es icónica y sin duda tiene mucho de Astérix y Obélix. El chaparro flacucho inteligente, deductivo y filosófico unido al mastodonte brutal, fortachón, caótico pero de buen corazón. Su recreación de época y cartografía urbana es obsesiva y exhaustiva. Según los expertos en historia sueca, su descripción de calles, edificios, mercados y castillos es bastante fiel. Hay crimen, sadismo, pulsiones oscurísimas, romance, pero no fantasía. Natt Och Dagg significa noche y día y según leo, este colega desciende de un ancestral linaje de la nobleza sueca que se remonta hasta la época vikinga. La vida está llena de libros que fungen como pastilla para dormir, pero hay unos cuantos que son el equivalente a tres cafés más negros que mi alma con un shot de whisky.