Eterno Retorno

Saturday, April 05, 2025

Ateísmo supersticioso


 

Mis creencias (o no creencias) están llenas de contradicciones. Una de ellas es que soy un ateo supersticioso, un racionalista a ultranza que cree en el animismo. Soy un hijo del Siglo de las Luces, pero mi vida práctica está llena de pequeños rituales y a menudo acabo actuando como si ciertos objetos tuvieran espíritu o vida propia. La semana pasada pepené un anillo de calaca en el Pasaje Rodríguez. Lindo el condenado, al puro estilacho del que ha utilizado siempre Keith Richards. Me quedaba al centavo el pinche anillo. Ni apretaba ni resbalaba. Justita la canija calavera. Pues bien, la calaca duró menos de 24 horas conmigo. A la siguiente noche de su llegada simplemente desapareció y lo peor de todo es que se esfumó aquí en casa. Tengo la sospecha de que los otros tres anillos del joyero no la recibieron bien. Como que no hubo química entre ellos. La calaca se dio a la fuga o acaso los otros tres la asesinaron (¿se puede asesinar a la Muerte?) y ocultaron su cadáver. El caso es que mi anillo nuevo anillo se esfumó. Me lo pensaba llevar de viaje, pero ahora pienso que no era su destino. Creo que alguna vez les narré la historia de mi collar de Martillo de Thor que colgó de mi cuello por más de 15 años y que se perdió en el accidente automovilístico que sufrimos en Mulegé el 18 de agosto de 2019. Semanas después el Gran Jefe Bombero Alfonso Villanueva lo encontró en la arena, pero yo interpreté que el mensaje era claro:  el objeto de poder ahora debía estar con él y le dije que se lo quedara. Del mismo lugar de donde pepené el collar (la plaza del Reloj Astronómico de Praga) procede la taza donde bebo café desde hace 21 años. Cuando estoy en casa no acepto otra taza. Siempre bebo café en la misma (y mira que bebo litro y litros de un café más negro que mi alma) El día que esa taza se rompa o se pierda irrumpirá  contundente y sin demora mi personalísimo Apocalipsis.

Thursday, April 03, 2025

Reverdecer sin cuenta entre cirios y cardones


  

…reverdece el deseo en su desgano

y regresa mi sed hacia tu fuente

 

José Ángel Buesa

 

Verde que te quiero verde

Verde viento. Verdes ramas

Federico García Lorca

 

De toda la paleta de colores, el verde es el único exponente que posee el don de volver a la vida, al menos por lo que al diccionario respecta.

Ningún otro color puede presumir en nuestro idioma un verbo equiparable a reverdecer, cuyas posibilidades metafóricas van más allá del simple y llano “volver a ponerse verde”.

Estoy a punto de afirmar que el verde posee casi en exclusividad la patente del prefijo Re (otra vez, de nuevo, hacia atrás) en combinación con el elemento ecer”, que indica un proceso o una acción en marcha y le concede su calidad de verbo.

Vaya, puedes emblanquecer o enrojecer, pero no reblanqueces rerojeces. Simplemente te tornas blanco o rojo, sin que el lenguaje le otorgue a dichos colores la posibilidad de resurgir o retornar.

Peor aún para colores como el amarillo o el anaranjado, quienes ni siquiera pueden presumir una expresión que indique su predominio. Te puedes tornar amarillento pero no enamarillas ni reamarillas, ni siquiera cuando padeces una hepatitis recurrente o tu hígado de alcohólico te empieza a cobrar factura por tantísimos tanguarnices.

Cierto, el negro comparte con el verde el prefijo Re en la palabra renegrido, pero obvia decir que la expresión podría ser incluso antagónica a reverdecer. Lo renegrido es algo que se torna de un color negro aún más intenso o pronunciado y que en cualquier caso se asocia a decrepitud, corrosión o decadencia.

El verde en cambio se quedó en exclusiva con un verbo que es sinónimo de renovarse, tomar nuevo vigor o simplemente volver a la vida.

En plan de aguafiestas también podría dejar sentado que la invasión del verde no siempre es bella para el ser humano. Una tortilla o un pan que se tornan verduzcos han dado entrada a una colonia de hongos y un rostro humano verdoso no suele ser lo más sano del mundo, pero en esos casos no se puede decir que reverdezcan.

En cualquier caso, reverdecer es un verbo ideal para frasecitas de motivación. La idea de poder volver a vivir o recuperar la lozanía perdida es una añeja seductora

En ese sentido apelamos al ciclo de vida de las plantas para tratar de apropiarnos por enésima vez del mito de una fuente de la eterna juventud. “Viejos los cerros y todavía reverdecen”, es un dicho muy socorrido por quienes queremos arrancar vestigios de juventud perdida.

Posiblemente la irrupción literaria más antigua de la expresión  reverdecer se remonte al Antiguo Testamento, cuando la seca vara de almendro que utilizaba Aarón, hermano de Moisés, reverdece y se cubre de flores por milagro divino. De hecho los versículos bíblicos están llenos de referencias a árboles que se vuelven a cubrir de hojas.

La capacidad de reverdecer es algo que envidiamos al reino vegetal, pues a diferencia de los animales, que no rejuvenecemos, tenemos la percepción de que un árbol adquiere nueva vida y luce joven cuando se vuelve a cubrir de hojas.

Nada nuevo bajo el sol. Después de todo, la machacadísima obsesión de Fausto, Dorian Gray, Melmoth o la condesa Bathory nos toma por asalto una y otra vez. No nos resignamos a caducar y nos aferramos a ser un árbol o una colina que cada primavera se vuelve a cubrir de verde.

Paradójicamente, escribo estas palabras el tercer día de abril, en plena irrupción de la primavera, inmerso en las poquísimas semanas en que nuestro entorno bajacaliforniano en verdad reverdece.

Habito en una zona árida en donde el agua suele brillar por su ausencia la mayor parte del año. Nuestra temporada de lluvias, (si es que temporada se le puede llamar) se limita al invierno y el único periodo del año en que nuestras colinas y llanos reverdecen, es en las últimas semanas de febrero y las primeras de marzo. El verde dura muy poco por estos rumbos y la única certidumbre es que para mediados de mayo habremos recuperado nuestro tradicional color parduzco y amarillento en donde el único verdor lo aportarán las cactáceas.

Sin embargo, el reverdecimiento del microcosmos y la inminencia de la primavera por venir, cumplen con aportarnos la sensación de un renacimiento.

Tampoco me pasa desapercibido el hecho de estar reflexionando sobre la palabra reverdecer cuando estoy a menos de tres semanas de cumplir 51 años de edad.

Tal vez sean viles estereotipos o condicionamientos culturales, pero hay edades que marcan un umbral.

Entre los mil y un proyectos danzantes en la pista de mi procrastinante cabeza, está la escritura de un ensayo sobre los quiebres o los giros radicales que trae consigo la cincuentena.

Al momento en que decide convertirse en caballero andante, Alonso Quijano tiene 50 años. Su pachorra vida de hidalgo pueblerino da un giro radical cuando se monta en Rocinante y sale a los caminos de La Mancha a desfacer entuertos.

Cuando Walther White se asocia con Jesse Pinkman y cocina sus primeras dosis de metanfetamina azul a bordo de una casa rodante en medio del desierto, acaba de cumplir 50 años. Su estacionaria vida de profesor preparatoriano que por las tardes trabaja en un autolavado, girará 180 grados de un día para otro cuando se las tenga que ver con el Tuco Salamanca y la mafia de Nuevo México.

También Harry Haller, el Lobo Estepario, tiene 50 años cuando conoce a Armanda, los mismos 50 que se le atribuyen a Fausto cuando conoce a Mefistófeles, justamente en el primer día de primavera.

Si le hacemos caso al Quijote, a Breaking Bad y a El Lobo Estepario, la conclusión es que cuando uno arriba a la cincuentena desemboca en una encrucijada y surge el impulso vital, acaso el último de nuestra vida, de dar un gran salto y emprender una acción radical.

La mitad del camino de nuestra vida de la que habla Dante en su Comedia ha quedado muy atrás. Atendiendo a la estadística y al promedio de vida humano en el Siglo XXI, los 50 significan tres cuartas partes del camino y la única certidumbre, es que el día de nuestro nacimiento queda ya mucho más lejos que el día de nuestra muerte.  Los cincuentones hemos dejado atrás el último vestigio de verano para instalarnos de lleno y sin cortapisas en el otoño.

¿Hay posibilidad de reverdecimiento para las otoñales anatomías? En cualquier caso la operación corre elevados riesgos de caer en el ridículo, pues el hombre maduro que se aferra a reverdecer muy a menudo acaba convertido en rabo verde.

Hay quien dice que el origen del raboverdismo se remonta a la mitología griega en la descripción del viejo barquero Caronte, que pese a su edad milenaria, conservaba extremidades y órgano color verde. En la antigüedad ser rabo verde no era un estigma ridículo, sino una virtud. Un ser vivo que pese a su avanzada edad conservaba la lozanía y el vigor sexual. Siglos después, la novela picaresca y las caricaturas de Posada se encargaron de ridiculizar al viejo verde. La calentura desentona en un cuerpo maduro. Ese sí que es un verdor terrible (con perdón de Labatut).

Por lo que a mí respecta, cuando la cincuentena irrumpió en el horizonte como una isla siniestra, también experimenté la tentación de romper y desafiar mis límites y darle un cuchillazo a la corrosión de la pachorra. A falta de un Juan Palomeque que me armara caballero andante y ante el exceso de competencia de fabricantes y vendedores de metanfetamina que hay por estos lares, preferí no emular a Quijano o a White y no se me ocurrió nada mejor que irme al desierto bajacaliforniano  y atravesarlo a pie desde el Océano Pacífico hasta el Mar de Cortés.

Una helada lluvia invernal al amanecer fue nuestro banderazo de salida en Playa Altamira, al sur de San Quintín. Nos aguardaban 110 kilómetros a través del Valle de los Cirios.

Tal vez para los adictos al senderismo sea pan comido, pero cuando  yaces instalado en la burguesa comodidad, dormir cuatro noches congelantes en una tiendita de campaña y cagar bajo la lluvia en una letrina es un buen chicotazo a tu limbo estacionario.

Narrar las incidencias y detalles de ese peregrinaje es tema central de otro texto. Por lo que a este ajolote prosístico respecta, lo que nos convoca es el verbo reverdecer y hacia allá vamos retornando.

De pronto, en medio de mi travesía peatonal, me vi rodeado por decenas de miles de cirios y cardones. El cirio (Fouquieria columnaris), pertenece a la familia botánica Fouquieriaceae y es una especie endémica de Baja California. Fue el misionero croata Fernando Consag quien la bautizó como cirio en 1751. Llegan a medir entre 18 y 20 metros de altura y suelen vivir bastante más de un siglo. Pueden pasar hasta cinco años sin agua, pues les basta la humedad de la neblina para alimentarse.

¿Los cirios reverdecen? No exactamente.  Florecen en agosto y septiembre, sus flores son pequeñas con corolas amarillo-crema; tienen una fuerte fragancia a miel y producen néctar dulce. Han sido reportadas 15 especies de abejas que rondan entre sus flores.

Ni hablar de los cardones. Su primer brazo les brota cuando tienen 75 años y se han documentado ejemplares que llegan a vivir más de tres siglos. ¿Se puede hablar de reverdecimiento entre cirios y cardones? Ni siquiera en las más prolongadas sequías llegan a ser marrones y en medio de la supremacía amarillenta del desierto, sus tallos son la única resistencia del verde.

Pensé entonces en la insignificancia de mis 50 años frente a aquella aferrada y desértica eternidad. Tal vez sea exagerado afirmar que son exactamente en los mismos cardones que contemplaron Kino y Consag, pero estoy seguro que a mi alrededor había cirios que vieron a pasar a Fernando Jordán y su muñeca a bordo del viejo jeep.

No sé si tengo vocación de cirio o cardón, pero me queda claro que aunque nací en abril, no fue mi destino ser un cadáver primaveral, pues estoy por doblar los míticos 27 de Jim, Janis, Amy y compañía. En todo caso me identifico con el zalate, capaz de chupar néctar de la roca y beatificarse en terquedad al filo de la barranca.

Dejen el falso reverdecimiento para quienes se inmolan a cuchillo desenvainado en el altar de sacrificios de la liposucción y la rinoplastia. A mí por ahora me ha bastado por caminar el desierto peninsular.

No sé si algo en mí reverdeció, pero les juro que cuando el azul del Mar de Cortés destelló frente a mis ojos en la línea del horizonte, experimenté algo muy parecido a eso que llaman éxtasis. Una reverdeciente euforia.

Tal vez el primer día de la primavera me venga a visitar Mefistófeles con un contrato de reverdecimiento, pero sospecho que lo dejaré esperando.

A la vuelta compa.

 DSB

Tuesday, April 01, 2025

Rebúsqueda y reencuentro



 ¿El que rebusca reencuentra? No necesariamente. Encuentro es la palabra complementaria de búsqueda. Reencuentro (volverse a encontrar) es una palabra con cierta carga romanticona de la que se suele abusar. Pero ¿existe acaso la palabra rebúsqueda? Hasta el Word  la marca en rojo.  

Cuando algo se te perdió algo te piden que busques bien, que busques a fondo, que busques por todas partes, que intensifiques la búsqueda, pero se escucharía muy raro si te pidieran que rebusques.  ¿Acaso rebuscas lo que has perdido?

Combinado con verbos, el prefijo re indica repetición constante, intensificación, oposición, o movimiento hacia atrás.

En Argentina, el “re” se utiliza para expresar intensidad, de manera similar a “mega”, “sí” o “súper”.

La reputa madre que los remil parió,  es poesía porteña pura.

El espíritu de la época había puesto de moda expresiones como repensar, revisitar, reimaginar. Repensar el arte contemporáneo desde la interdisciplinariedad sería un título muy acorde al Zeitgeist reinante.

Sin embargo, a la hora de ponerle un re al verbo buscar, no significa buscar intensamente ni retomar la búsqueda.  Lo rebuscado es complejo, estudiado, atildado, afectado, amanerado, complicado, insoportablemente pedante y barroco, tal como la escritura de Ánimas Rocafuerte.

Escribir es ser otro, había jurado una y otra vez, pero Ánimas Rocafuerte no podía dejar de ser él mismo. Es decir, un narrador rebuscado.  

Buscó sin éxito disfrazarse de otro escritor e intentar estilos, expresiones y temáticas radicalmente ajenas a lo que creía era su esencia. Su voz narrativa, si es que existía, era una terca redundancia, un chapoteo en el pantano de frases hechas, un limitado y predecible glosario irremediablemente rebuscado. Ánimas tenía ganas de escribir como nunca escribiría, de invocar un heterónimo capaz de romperle el engranaje a su machacadísimo estilo y ponerlo a trabajar en una página en donde no hubiera ni vestigio de su esencia rebuscada, pero fue inútil. 

Sunday, March 30, 2025

Rocafuerte quería ser secuestrado por su obra

 


Un idilio arrebatador, una comunión absoluta con el acto creativo, un desdoblamiento interior  rayano en el viaje astral, una posesión demoniaca. Sustraerse por completo del entorno hasta olvidarse de comer y dormir por estar fundido en su desparrame de palabrería.  ¿Existiría esa magia? ¿Era posible? Claro, sin duda sería posible.  Rocafuerte quería ser secuestrado por su obra, abducido a una realidad aparte en donde todo lo exterior quedaría minimizado o anulado por su fiebre escritural. El verdadero arte debía poder sentirse y debía ser algo nunca experimentado,  la liberadora plenitud de un alpinista que va alcanzando  cumbres nunca escaladas y que de pronto vuelve la mirada solo para reparar que ha trascendido el manto de nubes y que nunca había estado tan cerca del cielo.

Claro, también podría cambiar la altura del alpinista por la profundidad del buceador o el espeleólogo. Escribir su obra cumbre podría parecerse mucho a tocar el  techo del mundo pero también a descender a sus más oscuros e ignotos abismos, como un submarinista que trasciende el recreativo esnorqueleo entre peces multicolores para descender a las cuevas oceánicas, a los negrísimos pozos donde ya ni siquiera se filtra la luz;  fondos casi extraterrestres en donde  aparecen de pronto monstruitos marinos con aspecto de criatura lovecraftiana. Así también podía ser la escritura, una inmersión en sus abismales hoyos ontológicos, las cuevas del subconsciente en donde sin duda habitan  esas bestezuelas de pesadilla. Esa catarsis llegaría y sería al mismo tiempo fiebre e interminable eyaculación, una erupción volcánica que lo dejaría en una letárgica placidez postorgásmica. Una obra mayor habría sido parida y entonces, solo entonces,  se sentiría por primera vez con derecho a descansar o a morir sin experimentar remordimientos. El problema es que la muerte parecía tener más prisa que la esquiva catarsis escritural.

Wednesday, March 26, 2025

ENCICLOPEDIAS

 


Mi infancia estuvo rodeada de enciclopedias. Con cierta frecuencia me han preguntado cuáles fueron mis primeras lecturas y cuál fue el libro que me inició como lector y la respuesta es que mi iniciación fue con las enciclopedias de animales. Eran mi tesoro. Probablemente el regalo navideño que más recuerdo de mi niñez, fue cuando mi mamá y mi abuela me regalaron los 18 tomos de la Enciclopedia de la Vida Animal Bruguera. También fue fascinante coleccionar los doce tomos de la Enciclopedia de la Fauna de Félix Rodríguez de la Fuente. Recuerdo que cada quince días llegaba el nuevo tomo a las sucursales de Astra y Autodescuento en Monterrey y para mí era un día de fiesta. Era todo un ritual el ver por primera vez la portada expuesta a la entrada de la tienda, pagarlo y correr a casa a hojear el nuevo ejemplar. Mi primera gran pasión fueron los animales, con mención honorífica para los grandes carnívoros. Ya después me fui aficionando a la historia y a la literatura y entonces también le di vuelo a mi afán por coleccionar enciclopedias sobre el tema. Recuerdo los trece tomos de Historia de México de Salvat, con sus pastas rojas y sus letras doradas o la de los Doce Mil Grandes. Recuerdo también que me impresionaba un poco la Enciclopedia de la Vida de color amarillo y letras azules. Había demasiadas enciclopedias en casa y por muchos años fueron mi refugio favorito. Mi última gran adquisición fue un clásico de clásicos, México a Través de los Siglos, que me regalón Don Roque de Hoyos, abuelo de mi esposa.

Cuando de historiografía mexicana hablamos, hay un antes y después de México a Través de los Siglos. Fue en los albores del porfiriato, en 1882, cuando los editores Santiago Ballescá Farró y José Ballescá Casals proyectaron la creación de una enciclopedia total que abordara la historia de México desde la más remota antigüedad hasta el triunfo de la República liberal en 1867. Un proyecto descomunal, ambicioso, algo nunca antes visto.

El encargado de coordinar el esfuerzo fue el general cuentista Vicente Riva Palacio, apoyado por autores como de Enrique Olavarría, Alfredo Chavero, Julio Zárate, José María Vigil y muchos más.

Siete años después estuvieron listos los cinco tomos del primer gran monumento historiográfico nacional. Cierto, existió en el Siglo XVIII el jesuita Clavijero (tengo en mi librero su Historia Antigua de Méjico) y existieron en la república embrionaria las historias de conservador Lucas Alamán y el liberal José María Luis Mora, pero nunca se había tenido una enciclopedia que agotara aspectos políticos, militares, sociales, económicos y geográficos, apoyada con documentación, litografías, planos, mapas. Todo un portento editorial.

La letra impresa no murió, pero las enciclopedias pasaron a mejor vida. Su esencia es totalmente contraria al espíritu de la época. Creo que actualmente sería un pésimo negocio invertir en la creación de doce o quince tomos gordos y pesados que ocupan demasiado espacio en casa y cuyo contenido didáctico se puede consultar gratis en internet. Aún así, me siento afortunado de haber podido vivir la gran aventura de sumergirme en las alucinantes veredas de tantas enciclopedias. Tal vez les parezcan obsoletas, pero creo que las nuevas generaciones se están perdiendo de algo.

 

 

Sunday, March 23, 2025

Pudieron sea las jijoeputas deidades que controlan esa catástrofe permanente e ineludible llamada destino




En el cierre del telón de la fallida obra teatral que fue su vida, se puede decir que Ánimas Rocafuerte fue a un mismo tiempo bendecido y meado. ¿Quién lo bendijo y quién lo meo?  Da lo mismo. Pudieron sea las jijoeputas deidades que controlan esa catástrofe permanente e ineludible llamada destino o pudo ser la siempre caprichosa música del azar, tan aferrada a torcer caminos e introducir giros intempestivos en el guion existencial.

La bendición fue sin duda lo repentino de la muerte. Cierto, tal vez no fue una sensual caricia de manto negro o un tenue soplido para apagar la vela, pero ya bastante buen premio fue no agonizar con el culo cagado en la cama pestilente de un hospital público, con un tubo atravesándole el gaznate y una enfermera con cara de fuchi mentando madres por la enésima monserga cadavérica del día. La pandemia de  Covid-19 había hecho que la vida cotidiana se pareciera mucho a El triunfo de la muerte, la macabra obra del pintor flamenco Pieter Brueghel.

Ánimas tuvo a bien expirar en su casa  cuando invocaba unos minutos más de prófugo sueño. La muerte llegó cuando la irrupción de la primera luz era apenas un presagio, en la hora lobuna (o conejuna) que antaño tanto lo inspiraba  y cuando su esposa lo encontró, pasadas las ocho de la mañana, Ánimas estaba por cumplir tres horas de estar bien muerto. Esa muerte tan carente de burocracia y aspavientos fue el último de sus premios.

Pero claro, hemos dicho que Ánimas no solo fue bendecido sino también meado. La particular  meada que cayó sobre su muerte,  fue que incluso la más inmediata posteridad fue magra y esquiva a la hora de las fanfarrias y los arrumacos. Espetar pésames y escribir necrológicas se había transformado en un patético ritual de lo habitual en 2020. Estábamos tan acostumbrados a las condolencias, que era imposible aspirar a una dosis de originalidad en la palabrería funebrera. Si ya de por sí los pésames siempre están infestados de lugares comunes y frases hechas, en los tiempos del Covid parecían pronunciarse con machote, como viles formularios burocráticos espetados con inocultable deseo de olvidar y dar vuelta a la página.

La muerte de Ánimas  no tenía nada de especial y carecía de elementos morbosos o noticiosos como para convertirla en trend topic. Fuera de ordinarios y predecibles chilloteos  (yo lo conocí, tengo todos sus libros dedicados, gran escritor, amoroso padre de familia, apenas la semana pasada tuvimos una mesa redonda en Zoom, recién ayer  platicamos por Whats…) la realidad es que el asunto estuvo lejos de hacer arder al ágora digital. Ánimas ni siquiera alcanzó a generar un tren del mame en el que todos buscaran subirse y antes de tres días había sido reemplazado por otros muertos.

Poder conjurar una agonía demasiado dolorosa es algo que acaso cualquiera agradecería, pero para el egocentrista  Ánimas, con su ridícula vocación de creador artístico, la posteridad era un asunto de lo más importante. Casi podría decirse que había  trabajado a conciencia su rol como escritor muerto prematuramente. Su mejor obra, lo tenía muy claro, sería la póstuma. Estaba  seguro que una vez finado, sus libros adquirirían de un día para otro el estatus de objetos de culto, preludio de la edición de su vastísima obra inédita, con la consiguiente reedición de aquellos trabajos que en vida casi nadie peló. A Ánimas le gustaba la palabra póstumo y estatus de leyenda que adquiría el incomprendido genio inmolado en el altar del infortunio.   

Ánimas Rocafuerte no tenía duda alguna: su auge llegaría con su muerte. Parecía que estaba predispuesto a que su destino ineludible sería adelantarse en el camino. No era por supuesto un escritor joven y hacía mucho tiempo que había dejado atrás la posibilidad de hermanarse con el club de los 27, pero aún podía dar la falsa impresión de tener un buen trecho por andar. A Ánimas Rocafuerte le encantaba creerse la terrible mentira de que su gran obra, el libro que marcaría su antes y después, aún estaba por escribirse.

Saturday, March 22, 2025

Ciudad aérea, hostil duermevela

 


Desde hace tiempo su mala salud es charla de sobremesa entre familiares y subalternos y al no tener hijos para heredarles su fortuna, su muerte es un botín aguardado con ansia e impaciencia. Livio no quiere pensar más en eso. Sólo al momento de ser elevado por el elevador de la torre Auriga sintió  el paulatino retorno de la serenidad a su ritmo cardiaco. Contra esos ataques no hay mejor medicina que la contemplación de la ciudad  desde la altura de su ventanal. El paraíso, la plenitud, lo inmaculado sólo pueden existir en las alturas, se dijo al mirar la noche sampetrina salpicada de neón. En las alturas no hay perros muertos ni infectos pordioseros moribundos. En el imaginario cristiano el hombre virtuoso asciende a los cielos y el malvado desciende a los infiernos. La liberación sólo es posible elevándose, pero sus pesadillas son  pertinaces y  ascienden junto con él en el ascensor, viajan en el helicóptero y brotan furtivas y traicioneras en la zona límbica de la madrugada.

Ahora está despierto, coronado por el sudor frío y sin acertar a borrar las imágenes que irrumpen como infernales diapositivas: perro muerto, acróbata mutilado, manos pringosas, baba en su mejilla. La cama lo expulsa. Imposible permanecer bajo las sábanas cuando en su mente desfila el museo de los espantos. Descalzo camina por la habitación a oscuras hacia el gran ventanal panorámico de la sala. El único sosiego posible es certificar con la mirada los cientos de metros que lo separan del pestilente suelo, pero ni siquiera la visión de la ciudad desde el piso 39 alcanza a consumar inmediatamente su exorcismo. Livio permanece largos minutos con el rostro pegado al cristal, construyendo veredas de neón con la mirada, tratando de ubicar puntos exactos en la cartografía urbana del municipio con mejor nivel de vida en Latinoamérica.  San Pedro aún duerme.

La terapia de Livio consiste en contar el número de ventanas iluminadas en las torres vecinas. Juega a imaginar cuántas de esas luces han sido encendidas por insomnes como él  - acólitos en la secta del mal dormir- y cuántas son de madrugadores que se preparan para recibir el amanecer corriendo en algún parque.  A las cinco de la mañana aún son muchas más las ventanas oscuras pero conforme los minutos transcurren las luces van brotando entre las moles durmientes de concreto. Es entonces cuando con brutal claridad irrumpe la imagen de la ciudad aérea que ya nunca lo abandonará.