El mural de los guarumos
Hoy por la tarde, al bajar por la calle Segunda, Carol y yo descubrimos la existencia de un espantoso grafiti encimado sobre uno de los murales más bonitos de Ariana Escudero. Ese mural en particular siempre nos ha gustado. Ariana captó muy bien la expresión de los perritos y uno de ellos, el que trae la pelota en la boca, es idéntico a nuestro tremendo Pappo. La aparición de ese grafiti me puso triste, pues de pronto reparé en que la artista que lo creó ya no está entre nosotros y no podrá pintar otro mural más. Hiere pensarlo, pero más temprano que tarde su herencia de arte urbano se irá perdiendo hasta que no quede vestigio. A menos que las autoridades hagan algo por preservarlo y cuidarlo, los actos vandálicos y el deterioro de la ciudad irán acabando con ese legado artístico. Entonces un pensamiento me llevó a otro y de repente pensé en que esta fue la primera mañana en casi un siglo en que Tijuana amanece sin uno de sus hijos más queridos y longevos, como fue Don Genaro Nonaka, quien nació en 1930 en una ciudad de leyenda que ya no existe. ¿Cuántas personas sobreviven que hayan visto la Tijuana de los años 30 que retrató la cámara del padre de Don Genaro? Pronto no quedará ni una sobre la faz de la Tierra. El fluir en torrente del pensamiento me llevó a recordar el inicio del cuento El Aleph de Borges, donde el narrador habla de cierto anuncio de cigarrillos rubios que es reemplazado el día después de la muerte de Beatriz Viterbo y solo entonces reparaba en cómo el incesante y vasto universo se va apartando rápidamente de los que ya no están aquí. Primero en pequeños detalles accesorios que nuestros ojos ya no verán cuando dejemos de existir, pero después caerá un inevitable manto de olvido contra el que nada podemos hacer. Tal vez es la edad, la conciencia absoluta de lo frágil de la salud y la finitud que ha dejado de ser una metáfora, pero últimamente pienso demasiado en ello.