Adiós Don Genaro
“El hombre que está sentado
frente a mí en una mesa del Archivo Histórico de Tijuana cumplirá 87 años de
edad en primavera pero su voz y su mirada nada tienen que ver con el
estereotipo de la senectud. Posee el atípico don de saber contar con claridad
una historia y enganchar a su interlocutor. Lleva un saco color beige, bufanda
negra y boina gris. El apretón de su mano es firme y el fluir de su relato es
tan coherente como armónico. Ni asomo de redundancias o confusiones en la
avalancha de anécdotas que me va compartiendo a lo largo de la mañana. Se llama
Genaro Nonaka García y aunque su rostro evidencia la estirpe japonesa, él es
tan tijuanense como la ensalada César y la Avenida Revolución. Genaro, el hijo
menor de Kingo Nonaka, nació en Tijuana el 17 de mayo de 1930 y en esta ciudad
ha vivido la mayor parte de su vida.
Conocí a Genaro Nonaka en la
agonía del verano de 2010 gracias a Gabriel Rivera, director del Archivo
Histórico de Tijuana. Inmersos en los festejos del Bicentenario de la
Independencia, Gabriel me comentó que el señor Nonaka, trabajando en equipo con
el profesor Fernando Aguilar Robles, había logrado reunir la colección perdida
de su padre, una descomunal galería fotográfica en donde se muestra la Tijuana
de los años veinte. A grandes rasgos me puso en antecedentes y me habló de
Kingo Nonaka, el extraño japonés que fungió como enfermero de Pancho Villa. Lo
que casi nadie sabe, me dijo Gabriel, es que ese japonés fue el encargado de
rescatar el cuerpo de Rodolfo Fierro de las profundidades de la laguna donde se
ahogó. La historia del buzo nipón sacando al más sanguinario pistolero villista
del fondo de un pantano fue un imán demasiado fuerte y fue el primer pasaje por
el que pregunté a don Genaro cuando Gabriel me lo presentó en aquel septiembre
del Bicentenario.
Lo primero que Genaro Nonaka
trasmite es esa esencia de antes, contenida acaso en el tenue aroma a agua de
colonia que irremediablemente me lleva al recuerdo de mi abuelo. Suele usar
boina o sombrero y no recuerdo haberlo visto nunca sin saco. Es un hombre que
parece irradiar un porte natural y se conduce con sobria caballerosidad no
exenta de un fino sentido del humor. De repente en su charla irrumpe una
elegante ironía o un repentino chascarrillo. Me gusta su manera de compartir
anécdotas haciéndome preguntas, marcando suspensos o jugando adivinanzas.
Cuando lo conocí me contó que
trabajaba en la recuperación y edición de las memorias de su padre,
garabateadas a mano en un cuaderno y yacientes en el baúl de los recuerdos
familiares”.
Lo anterior es la descripción que
hago de don Genaro Nonaka García en mi libro El Samurái de la Graflex. Don
Genaro fue un ser absolutamente excepcional con un don natural para narrar. Lo
conocí hace 15 años. Me tuvo toda la paciencia y me dio todo el apoyo para que
pudiera escribir mi libro y tuve el honor y la fortuna de que me acompañarla a
presentarlo en diversos foros. Nunca acabaré de darle las gracias. Hace un mes
acudí al festejo de sus 95 años sin saber que sería la última vez que lo vería
en mi vida.
Gracias Don Genaro. Usted fue
para mí inspiración pura. Nadie me narró nunca historias tan extraordinarias de
la forma tan amena como usted lo hizo. Fue emocionante escucharlo cantar y
regalarnos tantas sonrisas en su fiesta de cumpleaños. Nunca habríamos
imaginado que ese canto era una despedida, su forma tan alegre de decirnos
adiós. Fueron 95 años de fortaleza, voluntad, pero sobre todo de amor, mucho
amor. El amor con el que custodió y compartió el legado de su padre, el amor
que le prodigó a su querida Tijuana y el amor con el que formó una linda
familia. Adiós Don Genaro. Yo sé bien que valió la pena una y mil veces vivir
la vida que usted vivió