
Colegas: le di la vuelta Sol y me hice más viejo con 16 horas de anticipación. El reloj de mi ciclo de vida va unido al Sol de Monterrey que Alfonso Reyes inmortalizó en su poema, pero por estos rumbos nipones el 21 de abril irrumpió como perro por su casa cuando en mi tierra natal era aun la madrugada del 20. Amanecimos en Aomori y tomamos un tren rumbo a Hirosaki donde en este momento nos encontramos. Aquí hay cerezos, manzanas y no mucho más. Es un pueblo pequeñito y después de los tumultos de Osaka y Kyoto, es bello, rayano en lo sublime, caminar en solitarias y desoladas calles. Por eso este cumpleaños es tan especial. Había celebrado algunos en otros países, pero nunca tan lejos de casa en un lugar tan improbable. Pasamos la tarde entre cerezos y yo solo puedo decir que por Carpe Diems como estos es que la vida ha valido la pena vivirse, una y mil veces. Santifica el instante y ten siempre presente que cada momento, por simple y aparentemente ordinario que sea, puede ser el último. Lo sé Dante: la mitad del camino de nuestra vida ha quedado atrás, muy atrás y el cronómetro del segundo tiempo de este partido llamado existencia corre con prisa. Antes de dos semanas casi todas las flores que hoy brillan orgullosas en lo alto de los árboles habrán caído al río, pero alguien que aún no nace se emocionará con los cerezos del mañana mientras la montaña nevada se deshiela y el río que a todos nos arrastra sigue fluyendo hacia el final de la noche.
Gracias por acordarse de mí en este día.