Volver a Jimbocho
Vuelvo al barrio del Jimbocho como quien retorna a un santuario. Este es el barrio con más librerías de viejo por metro cuadrado en el mundo. Algunas son pequeñas covachas o desvanes en donde con trabajo caben dos o tres personas y otras son librerías de dos o más pisos. En algunas hay textos realmente antiquísimos, verdaderas reliquias. Me emociona ver los libreros instalados en las banquetas, a disposición de quien quiera ponerse a hojear o a leer y por supuesto son muchos quienes lo hacen. Nadie fiscaliza ni vigila nada. Si quisieras podrías llevarte el libro, pero ellos saben que nadie lo hará. Es como si fuera una feria permanente del libro antiguo. Podrías pensar que es absurdo que yo me pase horas en ese barrio, pues no sé leer en kanji y estoy perdido en un bosque de símbolos para mí incomprensibles, pero yo me siento a gusto ahí, rodeado de libros que no entiendo y que sin embargo me comunican algo. Me gusta ver a los lectores curiosear y escarbar y a los ancianos libreros oficiando como guardianes de un sagrado templo laico. Me gusta imaginar las historias que arrastra consigo cada libro y esa sensación de hermandad o cofradía que experimento cuando estoy entre lectores. Me gusta el Jimbocho. Hay sitios en el mundo donde uno se siente en casa.